Los sustentos argumentales de "Dios". Sí, pero...
Aún así, lo que a otros ha convencido en el pasado, también puede convencer en el presente. Nuestra tarea, autoimpuesta, es seguir pensando, recogiendo aquí y allá y exponiendo, a veces por el que no piensa.
¡Cuántos ríos de tinta han corrido sobre creencia o anti creencia, sobre Dios o no dios, sobre las esencias y fundamentos de determinadas religiones o sus inconsistencias! ¡Qué sinnúmero de filósofos han dedicado su vida, sus energías a demostrar lo uno o lo otro! Y resulta curioso constatar que, en nuestro siglo, tanto unos como otros han dimitido de tal tarea.
Pues, lo dicho: no hay razones que valgan. En la religión lo que prima es el aspecto volitivo, el actitudinal, el emotivo, el saber subordinado a la satisfacción de lo que sea. ¿Por qué? Porque si se aplica la razón –-la facultad más noble, más exclusiva y más productiva del hombre— todas las religiones caen al caer el sustento, su Dios.
Y, en palabras no mías sino de cualificados filósofos o profesores, todos los argumentos esgrimidos para sustentar a Dios son f a l s o s.
Lo mismo que "sus" mandamientos, los argumentos que aducen su pueden dividir en dos tipos: uno, el relacionado con el universo –argumento del diseño— y el que se refiere a la causalidad; dos, el que se refiere a la experiencia personal.
No es posible, dicen, que algo tan ordenado, tan bello, tan complejo surja porque sí, de la nada, de la casualidad... “Alguien” ha tenido que “fabricarlo”. Ya por principio habría que negar eso de “ordenado”, etc. De hecho en el universo se da tanto lo uno como lo otro. Pero aún admitiéndolo, es más “racional” explicar todo por efecto de pequeños cambios “resultones”, es decir, que funcionan adaptándose a las circunstancias biológicas que buscar causas exógenas que a su vez habría que justificar. Esto último no lo entienden, pero ¡qué le vamos a hacer!
El argumento de la causalidad dice que todo proviene de algo anterior, pero es inadmisible un proceso causal “ad infinitum”. De ahí la necesidad racional de un ser no contingente sino “necesario”, auto creado o existente “ab aeterno”, Dios. La respuesta es tan simple como contundente: ¿por qué un Dios necesario, que es sólo una deducción, invención a fin de cuentas, y no un universo “necesario” con las mismas características que Dios? Tan admisible --o repugnante-- a la filosofía es lo uno como lo otro.
Respecto a las razones "personales" para creer en Dios, poco habría que decir: resultarían tantos dioses cuantas vivencias se experimentan. Una cosa tan seria como Dios no puede derivar del subjetivismo y de su relativismo necesariamente deducido.
Recogiendo aquí y allá, sobre todo de los comentarios aportados por los lectores, expongo aquí los más socorridos. Ninguno de ellos se tiene en pie.
Los citamos de corrido aunque es posible que volvamos en días futuros sobre ellos:
1. Argumento de autoridad, en referencia tanto a la palabra de Dios revelada como la infinita literatura que la credulidad ha generado.
2. Argumento histórico: Jesucristo es un "hecho histórico" sin caer en la cuenta de que JC es un centón de muchísimos elementos.
3. Argumento testimonial: Jesús dijo lo que dijo de si mismo.
4. Argumento de la experiencia personal de cada creyente, de su verdad.
5. Argumento de los milagros, es decir, los hechos inexplicables.
6. Argumento holístico: el Libro Sagrado tiene solución para todo
7. Argumento de la espiritualidad, de las facultades y del poder del hombre, como si la vivencia de lo sacro fuera algo genético o consustancial.
8. Argumento de la supervivencia o vida después de la muerte (vida suficientemente "demostrada", claro está).
9. Argumento del éxito personal o social, de gran predicamento entre protestantes.
10. Argumento de la justicia necesaria, que no se puede dar en este mundo.
11. Argumento del número, de la cantidad y calidad de creyentes.
12. Argumento de la satisfacción personal, ligado al 4º, pero con matices distintos.
Lo deseable sería que los mismos creyentes hicieran de abogado del diablo de sus propia argumentación, pero eso sería pedir peras al olmo. Sí impresiona que tales argumentos los manejen no fieles de poca entidad cultural o intelectual sino personas que han desarrollado su inteligencia, que tienen educación formada y que “pueden responder”. Impresiona porque tienen tan poca consistencia que, a poco que pensaran en ellos, dejarían de esgrimirlos.
Deduzco un proceso curioso en la forma de argüir de tales personas, personas que no aportan razones sino racionalizaciones de vivencias cuando no de posturas sustentadas desde la niñez sin auto crítica en algún momento de su vida.
--primero que viven algo,
--luego se convencen a sí mismos
--finalmente que buscan argumentos (razones)para sustentarlos
Sí utilizan el raciocinio para confirmar actitudes pero no para dudar del sustento de las mismas. Es una racionalización de posturas previas que no admiten el contraargumento ni el proceso popperiano de falsación ni la más mínima prueba con un mínimo de rigor.