En tiempo de depresión, la Iglesia sufre contagio.


Nos pasa a todos. Hasta se podría tratar de un asunto de personalidad:¿que sómos, ovejas o lobos? Pues... las dos cosas. Depende del momento, de cómo se perciba al contrario, si como enemigo o como contertulio inocuo.

Igual le sucede a la Iglesia. Cuando el grupo cristiano se encuentra y se siente en inferioridad numérica, doctrinal o social exhibe doctrina aceptable, humana, conciliadora, pacífica, moderada... Es el disfraz de humildad con que se revisten los lobos o los felinos que todavía no han cazado.

El sentimiento conmiserativo que puedan inspirar grupos marginados o marginales, como deviene el grupo religioso, no debe conducir a que la memoria también claudique ni menos la la razón. Las aserciones que siguen tienen mucho que ver con el sentimiento, pero no el suyo sino, sobre todo, el de quienes tuvieron que padecerlos. Cualquiera puede rellenar los titulares que siguen con datos:

La soberbia, insolencia y orgullo seculares con que la Iglesia se ha mostrado al mundo.

La intolerancia, obcecación y sectarismo con que ha tratado al disidente.

Su corpus teológico siempre acomodaticio, complaciente y contemporizante, que busca revestirse de prestigio y siempre a dos pasos de la doctrina humana y filosófica en boga, uno para acomodarse a ella y otro para clavarle el puñal.

Cuando han logrado introducir sus soflamas en la sociedad, se transforman en doctores intransigentes que imponen moralidades extrañas, punitivas y acomodaticias. Hoy sólo se ve esta actitud intramuros de su mundo.

Cuando aserciones pretéritas ya no están de moda, las entierran en el olvido: puede ser su prehistórico concepto de la mujer, puede ser la posesión de la tierra de forma depredadora.

Jamás su doctrina y sus afanes han evitado guerras “previstas”; sus admoniciones nunca han demostrado eficacia alguna: recuérdense aquellas protestas, ¿protestas?, ante la inminente II Guerra del Golfo en consonancia con el clamor mundial; véase de qué sirven los fenestrales lamentos vaticanos ante el drama africano....

Siempre que han podido se han infiltrado en el poder, incluso lo han subvertido para conseguir beneficios estrictamente terrenales frontalmente opuestos a sus postulados morales.

Nunca se les ha visto debelando inmoralidades manifiestas, oponiéndose con medidas adecuadas al mundo de la droga, del tráfico de armas, a multinacionales depredadoras, a banqueros sin escrúpulos, a traficantes de sexo... cuando tienen nombres y apellidos. ¿Se dice el pecado pero no el pecador? Pues no sirve de nada.


Callan y, predicadores como son de una teórica ética eminente o evidente, se hacen reos por el hecho de callar. Hablan y, o no se les entiende o divagan con equívocos o es tal la ambigüedad que todos se sienten confortados por sus palabras de consuelo.

Imaginemos un SERMÓN de este tenor:
Hemos sabido por testimonios de personas asistentes a esta asamblea, que F.H., sentado en el primer banco de esta iglesia, ha dejado en la calle a veinte trabajadores creando una empresa nueva para salvar su tren de vida, su lujo y su bienestar: no es digno de estar entre nosotros...


Hemos sabido que F.H. se dedica al proxenetismo envilecedor contratando de forma fraudulenta a jóvenes engañadas que mantiene secuestradas: debe abandonar el templo, pedir perdón y reparar el daño cometido. Entonces podrá estar entre nosotros...


¿Alguien se lo imagina? ¡Pues sean consecuentes, c...!
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