Provectos
“Caduco, viejo, maduro, entrado en días…” son, entre otros, sinónimos de “provecto”, admitidos y registrados en los diccionarios, y cuyo recuerdo se hizo presente en los últimos tiempos sobre todo con ocasión de las elecciones generales celebradas en España. Los sinónimos explican y amplían ideas-madre, o centrales, sin que su aplicación a conceptos concretos, como tales, y a casos determinados, sea de la incumbencia académica y sí de quienes tengan a bien, o a mal, emplearlos.
. De suyo, la gerontocracia –“gobierno o dominio ejercido por los ancianos”-, tanto en el poder como en la oposición política, da la impresión de haber irrumpido con fuerza, autoridad, elección y aceptación democráticas en los máximos responsables de los partidos y, consecuentemente, de los departamentos respectivos de la Administración. Desde hace una treintena de años los nombres- cumbre de los partidos principales del arco parlamentario dedicaron su tiempo, y dicen que su vocación, a la actividad política… Hacen falta dosis muy importantes de imaginación , o de resignación, por parte del estamento juvenil para sentirse identificados, y representados, por quienes fueran elegidos por sus padres y abuelos.
. Esto no obstante, y a la vista de la gerontocracia más patente y probada que rige la Iglesia, son muchos los cristianos que ansían soluciones similares para la institución eclesiástica, y no solo a consecuencia de los procedimientos democráticos al uso , sino teniendo presente la edad de los candidatos.
. Y es que la jerarquía eclesiástica en general está vieja. Demasiadamente vieja. En sí misma y respecto a los “mandos” y representantes de otras instituciones con las que de alguna manera pudiera establecer relaciones. Los –y las- jóvenes en la Iglesia difícilmente se sentirán identificados con la jerarquía, con cuyos representantes apenas si podrán hacerlo siquiera sus propios padres. El mismo término pastoral y canónico de “presbítero” entraña en su raíz etimológica ideas greco-latinas de ancianidad y vejez, en pleno ejercicio pastoral y ministerial.
. Es tal el convencimiento eclesiástico –“intérprete fiel de la voluntad del Señor”- de que la jerarquía como tal ha de ejercerse equipada de años – y cuantos más, mejor, -, que constituiría un desacato pensar de otra manera, o sugerir su posibilidad como solución óptima y adecuada a las necesidades y demandas actuales.
. Con la constatación además de que la edad biológica jerárquica se multiplica en intensidad y extensión a la de cualquier otro estamento cívico- social, la conclusión de avejentamiento a la que se llega es aproximadamente escandalosa. El forzado alejamiento de la vida familiar y social, que por vocación y oficio distingue a clérigos y obispos, la actitud sacral en la que han de vivir y ejercitar su ministerio, su consciente y consecuente rechazo a relacionarse con conocidos y amigos, tanto por parte clerical como por la de ellos mismos, imposibilitados unos y otros para ser y comportarse entre sí como “personas normales”, les roba permanentemente a clérigos y obispos la santa, sana, reconfortante y salvadora posibilidad de enterarse, vivir y convivir los problemas ,alegrías y tristezas de la comunidad cívico- social, Pueblo de Dios a su vez.
. No sé si ni en “el mejor de los mundos”, ni si viven o no los obispos como personas normales, ni siquiera en el marco de lo clerical, pero lo que sí se, y puedo proclamar, es que el mundo en el que suelen vivir tiene poco que ver con el del resto de la sociedad, y menos con el que define a los jóvenes. Entre las causas que dificultan , o imposibilitan, esta convivencia, se hallan razones de edad, privilegios ancestrales, de carácter y tipología religiosos, hábitos y costumbres, palabras y gestos, misterios, formación alejada de la realidad, absoluta creencia de que son portadores seguros e incontestables de mensajes de “vida eterna” y de cuantos otros se proyecten, o puedan proyectarse, hacia ella, constituidos en sus administradores legítimos y únicos en la demarcación territorial encomendada en virtud de códigos extra o supra- civiles.
. Con inclusión del mismo Papa, y del resto de la jerarquía eclesiástica, la Iglesia precisa hoy una seria y profunda renovación en sus cuadros dirigentes, con aportación de la juventud y con mención sagrada para su laicado, cuya participación sigue siendo todavía escasa, descomprometida y como si lo hiciera, y tuviera que hacerlo, desde fuera de la institución y como de prestado.
. De suyo, la gerontocracia –“gobierno o dominio ejercido por los ancianos”-, tanto en el poder como en la oposición política, da la impresión de haber irrumpido con fuerza, autoridad, elección y aceptación democráticas en los máximos responsables de los partidos y, consecuentemente, de los departamentos respectivos de la Administración. Desde hace una treintena de años los nombres- cumbre de los partidos principales del arco parlamentario dedicaron su tiempo, y dicen que su vocación, a la actividad política… Hacen falta dosis muy importantes de imaginación , o de resignación, por parte del estamento juvenil para sentirse identificados, y representados, por quienes fueran elegidos por sus padres y abuelos.
. Esto no obstante, y a la vista de la gerontocracia más patente y probada que rige la Iglesia, son muchos los cristianos que ansían soluciones similares para la institución eclesiástica, y no solo a consecuencia de los procedimientos democráticos al uso , sino teniendo presente la edad de los candidatos.
. Y es que la jerarquía eclesiástica en general está vieja. Demasiadamente vieja. En sí misma y respecto a los “mandos” y representantes de otras instituciones con las que de alguna manera pudiera establecer relaciones. Los –y las- jóvenes en la Iglesia difícilmente se sentirán identificados con la jerarquía, con cuyos representantes apenas si podrán hacerlo siquiera sus propios padres. El mismo término pastoral y canónico de “presbítero” entraña en su raíz etimológica ideas greco-latinas de ancianidad y vejez, en pleno ejercicio pastoral y ministerial.
. Es tal el convencimiento eclesiástico –“intérprete fiel de la voluntad del Señor”- de que la jerarquía como tal ha de ejercerse equipada de años – y cuantos más, mejor, -, que constituiría un desacato pensar de otra manera, o sugerir su posibilidad como solución óptima y adecuada a las necesidades y demandas actuales.
. Con la constatación además de que la edad biológica jerárquica se multiplica en intensidad y extensión a la de cualquier otro estamento cívico- social, la conclusión de avejentamiento a la que se llega es aproximadamente escandalosa. El forzado alejamiento de la vida familiar y social, que por vocación y oficio distingue a clérigos y obispos, la actitud sacral en la que han de vivir y ejercitar su ministerio, su consciente y consecuente rechazo a relacionarse con conocidos y amigos, tanto por parte clerical como por la de ellos mismos, imposibilitados unos y otros para ser y comportarse entre sí como “personas normales”, les roba permanentemente a clérigos y obispos la santa, sana, reconfortante y salvadora posibilidad de enterarse, vivir y convivir los problemas ,alegrías y tristezas de la comunidad cívico- social, Pueblo de Dios a su vez.
. No sé si ni en “el mejor de los mundos”, ni si viven o no los obispos como personas normales, ni siquiera en el marco de lo clerical, pero lo que sí se, y puedo proclamar, es que el mundo en el que suelen vivir tiene poco que ver con el del resto de la sociedad, y menos con el que define a los jóvenes. Entre las causas que dificultan , o imposibilitan, esta convivencia, se hallan razones de edad, privilegios ancestrales, de carácter y tipología religiosos, hábitos y costumbres, palabras y gestos, misterios, formación alejada de la realidad, absoluta creencia de que son portadores seguros e incontestables de mensajes de “vida eterna” y de cuantos otros se proyecten, o puedan proyectarse, hacia ella, constituidos en sus administradores legítimos y únicos en la demarcación territorial encomendada en virtud de códigos extra o supra- civiles.
. Con inclusión del mismo Papa, y del resto de la jerarquía eclesiástica, la Iglesia precisa hoy una seria y profunda renovación en sus cuadros dirigentes, con aportación de la juventud y con mención sagrada para su laicado, cuya participación sigue siendo todavía escasa, descomprometida y como si lo hiciera, y tuviera que hacerlo, desde fuera de la institución y como de prestado.