Sobran turibularios

Las siguientes palabras son irreprochablemente bonitas y suenan a la perfección. En cualquiera de sus coincidencias en conversaciones familiares, sociales y aún litúrgicas, y en el corro y corrillo de toda convivencia, estas palabras juegan un papel atractivo y reconfortante. Las palabras son turíbulo, turibularios, turiferario, turíferos, turificación, incienso, incensario, incensada, incensadores... y, en grado archiepiscopal, el término “botafumeiro”, con su augusta tradición medieval románica y, a la vez, romántica.

En la médula y composición de estas palabras es el incienso -“mezcla de substancias resinosas que al arder despiden buen olor”- lo que se hace presente, exigiendo en su aplicación las reglas y los preceptos litúrgicos o para-litúrgicos establecidos con todo rigor, con referencias indiscutibles a objetos y a sujetos que son o están ya consagrados, y que lo estarán y serán aún más después de incensados.

En la mayoría de las religiones y, por supuesto, en la Iglesia católica el uso del incienso está rigurosamente regulado. Su reconocida capacidad de sacralización así lo exige y la sombra del pecado grave acecha a quienes lo empleen en ocasiones no establecidas o en relación con objetos y personas jamás deificables. El incienso huele a Dios y a Él y a quienes lo representan, o de alguna manera lo hacen o pueden hacerlo presente, es justificada su aplicación.

Pero también en la mayoría de los diccionarios, dentro y fuera de los eclesiásticos, y en la liturgia de la vida real y el uso común, el verbo “incensar” en otra de sus acepciones expresa la idea de “lisonjear o adular a alguno”.

Con referencias explícitas para la Iglesia y sus hombres, es de utilidad y provecho examinar si la cantidad y calidad del incienso que en ella se emplea, así como su frecuencia y oportunidad son las adecuadas y las que demandan y explican en la actualidad los conceptos de Dios, de ministro y ornamentos sagrados, de Pueblo de Dios, de su Jerarquía…En términos generales, y sin descender en demasía a detalles y a casos concretos, es opinión común que la Iglesia y sus aledaños huelen demasiado a incienso. Una de las imágenes más benditas y bendecibles de la Iglesia es la de cualquiera de sus miembros jerárquicos siendo incensado por el acólito de turno. En el mismo contexto, otra de esas imágenes más representativas es la de un escritor o predicador incesando con su excelentísimo verbo al celebrante en los actos litúrgicos, de igual manera, ritmo e intensidad que lo hace en los actos administrativos dentro y fuera de la Iglesia.

Les resultaría a algunos ya un tanto o un mucho chocante y reincidente, si aprovecháramos esta ocasión para reiterarnos en el convencimiento de que a la Iglesia y a quienes la representan le faltan críticos, al menos en la misma proporción en la que le sobran turiferarios e incensadotes. Idéntico dictamen habría que aplicar acerca de la gravedad del pecado que circundaría a quienes se exceden en la administración de las dosis de incienso y de alabanzas que establecen la liturgia y la que regulan la justicia y el sentido común. Igual de chocante les parecería a algunos repetir otra vez que la crítica, santa y comprometida y dictada con todas sus consecuencias, huele y purifica más y mejor en la Iglesia que pueda hacerlo el incienso. La crítica con las connotaciones sugeridas, es el incienso que necesitan las instituciones por lo que su uso, oportuno y hasta inoportuno, debiera aspirar a su legitimación e indulgencias.

Sin el incienso de la crítica la Iglesia y quienes son sus representantes máximos, no huelen a la verdadera Iglesia de Cristo. Los índices de aceptación de tal crítica, siempre y cuando ésta sea evangélica, acreditan su pervivencia y servicio al Pueblo de Dios. La muchedumbre de turiferarios y el uso indiscriminadamente feliz y beato de los “braserillos con cadenas”, aunque sean los monumentales botafumeiros de la catedral compostelana en sus Años Santos, no edificarán ni le aportarán mayor capacidad de purificación activa y pasiva a la Iglesia de Cristo que lo hará la “corrección fraterna” santamente administrada, tarea, actitud y actividad que incluyen dolor, sacrificio –penitencia- y ejemplaridad.

Rotundamente, en la Iglesia, y también fuera de la Iglesia, sobran turibularios Ellos han llegado a configurar y a hacer perdurable una de las siete plagas bíblicas, que fue el único argumento contundente y decisivo que les facilitaron el éxodo a los israelitas, abriéndose paso por el Mar Rojo. La nómina de turibularios es inmoderadamente excesiva dentro de la Iglesia.

© Foto: LikaWolf
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