Suspenso en oración
. Cualquier parecido del discurso con el concepto de oración contenido y registrado en los Libros Sagrados, catecismos y tratados ascéticos y místicos al uso hoy en la Iglesia y con las debidas licencias canónicas es pura coincidencia nominal.
. Resulta tan palmaria y manifiesta la disociación entre unos y otros actos y conceptos, que, dada la extremada publicidad y la gravedad de la confusión, extraña sobre manera que las correspondientes autoridades eclesiásticas y sus exegetas no hayan alzado la voz catequizadora, clarificando las ideas.
. Toda oración –la personal y la comunitaria, la pública y la privada, y la particular y la oficial- entraña de por sí comportamientos, modos y fórmulas de humildad, de contrición, de reconocimiento de nuestras limitaciones y, de modo inequívoco, de total alejamiento y apostasía de posibles rentabilidades económicas, sociales y, por supuesto y de forma clara y perceptible, políticas…
. Una oración en cuya intención, proyecto, praxis y realización prevaleciera y se contabilizaran en todo o en parte motivaciones distintas a las exigidas por su propia esencia y definición sobrenaturales, quedaría automáticamente descalificada, convertida en lamentable parodia y pantomima, merecedora de ser catalogada entre los actos blasfemos, perversos y execrables, a la luz de la fe, de la teología y de la misma religiosidad popular.
La “oración” aludida, por muy presidencial que sea y aunque algunos se esforzaran por atribuirle dosis de imposible credibilidad, confutada con palabras y testimonios de signo diametralmente opuesto, jamás alcanzaría otra titulación que la del esperpéntico espectáculo que ofende a la religión y a quienes creen en ella, bajo cualquiera de sus formas, historia, personajes representativos y expresiones cúlticas o rituales.
La hipocresía y el fariseísmo son elementos que refutan y contradicen la verdad cristiana de la oración, aunque se haga uso del nombre de Cristo y aún del de Dios, que en el caso concreto del referido desayuno fue citado una sola vez por el Presidente. Precisamente la oración de los fariseos y los hipócritas, y ellos mismos, fueron objetos de expresa reprobación por parte de Cristo en los Evangelios.
La oración de por sí crea y lleva a la comunidad… Aunque pudiera darse la impresión de que en el referido desayuno de oración de alguna manera se vivió la comunión, resulta extremadamente difícil siquiera columbrarlo pese a su número, antes y después de descubrir su procedencia y las razones para la elección de los componentes. La comunidad-congregación se diluyó en la turba multa –“multitud de gente confusa y desordenada”- convocada al dictado y por imperativo de compromisos políticos, económicos o sociales, en los que cualquier atisbo de religiosidad o de ecumenismo pudiera desvelarse.
En el acto que justifica este comentario y en relación con sus protagonistas, no es mi intención dar por cancelada la interpretación benevolente de la misteriosa voluntad de Dios que en Cristo Jesús ejerce su ministerio de la salvación aún en condiciones ciertamente inextricables. Me baso para ello sobre todo en la invocación del Presidente Obama de que “la oración nos puede ayudar cuando estamos hundidos”.
No sería honrado si dejara de hacerme eco de las bautismalmente ingenuas y beatíficas creederas de algunos hispanos que alientan la esperanza de que, así las cosas, y con la experiencia del desayuno-oración norteamericanos, a la hipotética invitación del Presidente de la Conferencia Episcopal Española, el de nuestro país la estudiaría también con consistentes posibilidades de aquiescencia.
Idéntico sentido de honradez me insta a reconocer determinados aciertos registrados en el discurso del desayuno-oración, por parte del Presidente del Gobierno de España con referencias explícitas a valores éticos como la tolerancia, la libertad, el diálogo, la solidaridad, el trato a inmigrantes, la condena del terrorismo, la autonomía moral…, con la perspicaz justificación a su intervención en español dado que “en tal lengua y por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra”. No obstante descalifica a cualquiera la interpretación política aplicada al texto netamente religioso del libro del Deuteronomio -cap. 24-, aunque de tan grave manipulación hermenéutica sería su responsable último el asesor “bíblico” que redactara tal perícopa del discurso presidencial.
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