Tota y Totus
. “Mulier tota in útero” fue y es una de las definiciones que de la mujer se suministró y se suministra en la Iglesia con desdichada frecuencia, y que por supuesto no necesita de traducción del latín. “Mulier” significa “mujer”, “tota” es “toda” y “útero” es útero y ya está. Pese a lo espantoso que desde cualquier punto de vista, incluido el intencional, significa y entraña tal definición, que se sepa, nadie en la Iglesia ni en su jerarquía, se rasgó todavía sus vestiduras, ni anatematizó con rayos y centellas, e invocación al Infierno, a quienes, en anatómico desprestigio para “el devoto sexo femenino”, destacó tal definición, degradante por su exclusiva sexualización. ¿Qué hubiera ocurrido en la hipótesis de que, también dentro de la Iglesia, al hombre se le individualizara como “homo totus in pene”? ¿Aguantaría el “vir” tal atrevimiento, aun en el supuesto de que algunos estimaran tal òrgano como “santo y seña” estimables de inalterable masculinidad vigorosa?.
. ¿Cómo es posible que, después de haber leído los párrafos de los evangelios que narran escenas del comportamiento de Jesús con la mujer en diversidad de versiones, se mantengan opiniones y actitudes discriminatorias de ellas dentro de la Iglesia? ¿No salta claramente a la vista la “a-cristianería” de comportamientos eclesiales –Reino de Dios- , lo que hace dudar a muchos, y a muchas, de su identificación auténtica y veraz, aunque documentos oficiales así lo proclamen y lo justifiquen?
. La libertad es un don de Dios. Diríase que es el don de Dios por antonomasia, que el Creador les confirió a los seres humanos, de forma que estos son y ejercen como tales precisamente por su condición de libres. La libertad hace hombres a los hombres, exactamente igual que a las mujeres hace mujeres. En la misma proporción y equidad. Con idénticas limitaciones, que no han de ser otras que la tolerancia y el respeto mutuos. Por supuesto que si algún espacio o situación de las relaciones humanas se distinguieran por la esplendidez y largueza para el ejercicio de la libertad, habrían de ser los eclesiales. La Iglesia es Iglesia porque en ella los cristianos, y aspirantes a serlo, dispongan, y además “en el nombre de Dios”, de cuantas posibilidades, medios e instrumentos se estimen precisos para la edificación de la libertad al servicio de la comunidad y en provecho propio y desinteresado. Refrenar la libertad fuera, pero más aún dentro de la Iglesia, es pecado. Es acto virtuoso desobedecer a quienes se empeñen en tarea tan deshonrosa y profanadora, aunque actuaran – o confesaran actuar-, al dictado de impulsos de conciencia y en “cumplimiento de la voluntad de Dios”.
. El Espíritu Santo es una de las Tres Divinas Personas contra la que jerárquicamente se peca con mayor gravedad dentro de la Iglesia, aunque su nombre jamás, o muy raramente, aparece en la formulación penitencial de los confesionarios. Pecan contra el Espíritu Santo, por ejemplo, quienes identifican la autoridad en la Iglesia con su propia voluntad, esté o no esta al servicio del pueblo o al provecho personal y al de los suyos. Cuando los mismos miembros de la jerarquía califican de “divina” y de “voluntad de Dios” la suya, el pecado supera toda proporción y medida, o incultura religiosa, por muy poseedores de teología que puedan testificar los grados y los títulos oficiales.
. ¿Es o no justa y evangélica la disciplina vigente y practicada en la Iglesia en relación con la negación de los sacramentos a quienes –ellos y ellas- “viven en pecado” a consecuencia, por ejemplo, de estar divorciados? ¿Está justificado el “escándalo” –también de carácter social- que comporta la pública negación de los sacramentos en días tan señalados como los de la Primera Comunión de los hijos, la enfermedad y la muerte y los funerales? ¿En qué situación quedan los expertos en Derecho Canónico, prestos para conceder determinadas “anulaciones” matrimoniales, con posibilidad de nuevas nupcias ”por la Iglesia”, y aquellos otros cónyuges a los que sus medios económicos no les permitieron ciertos dispendios?¿Es tal discriminación, producto fundamental del estado de las cuentas corrientes, aun cuando las sentencias se inicien con fórmula tan sagrada como “en el nombre de Dios, Amén”?
. ¿Llegaron a someter a examen teológico los casos en los que determinadas prohibiciones, con amenazas de “castigos eternos”, invadieron los ámbitos de la ley natural y de las exigencias de la misma naturaleza humana?
. ¿Cómo es posible que, después de haber leído los párrafos de los evangelios que narran escenas del comportamiento de Jesús con la mujer en diversidad de versiones, se mantengan opiniones y actitudes discriminatorias de ellas dentro de la Iglesia? ¿No salta claramente a la vista la “a-cristianería” de comportamientos eclesiales –Reino de Dios- , lo que hace dudar a muchos, y a muchas, de su identificación auténtica y veraz, aunque documentos oficiales así lo proclamen y lo justifiquen?
. La libertad es un don de Dios. Diríase que es el don de Dios por antonomasia, que el Creador les confirió a los seres humanos, de forma que estos son y ejercen como tales precisamente por su condición de libres. La libertad hace hombres a los hombres, exactamente igual que a las mujeres hace mujeres. En la misma proporción y equidad. Con idénticas limitaciones, que no han de ser otras que la tolerancia y el respeto mutuos. Por supuesto que si algún espacio o situación de las relaciones humanas se distinguieran por la esplendidez y largueza para el ejercicio de la libertad, habrían de ser los eclesiales. La Iglesia es Iglesia porque en ella los cristianos, y aspirantes a serlo, dispongan, y además “en el nombre de Dios”, de cuantas posibilidades, medios e instrumentos se estimen precisos para la edificación de la libertad al servicio de la comunidad y en provecho propio y desinteresado. Refrenar la libertad fuera, pero más aún dentro de la Iglesia, es pecado. Es acto virtuoso desobedecer a quienes se empeñen en tarea tan deshonrosa y profanadora, aunque actuaran – o confesaran actuar-, al dictado de impulsos de conciencia y en “cumplimiento de la voluntad de Dios”.
. El Espíritu Santo es una de las Tres Divinas Personas contra la que jerárquicamente se peca con mayor gravedad dentro de la Iglesia, aunque su nombre jamás, o muy raramente, aparece en la formulación penitencial de los confesionarios. Pecan contra el Espíritu Santo, por ejemplo, quienes identifican la autoridad en la Iglesia con su propia voluntad, esté o no esta al servicio del pueblo o al provecho personal y al de los suyos. Cuando los mismos miembros de la jerarquía califican de “divina” y de “voluntad de Dios” la suya, el pecado supera toda proporción y medida, o incultura religiosa, por muy poseedores de teología que puedan testificar los grados y los títulos oficiales.
. ¿Es o no justa y evangélica la disciplina vigente y practicada en la Iglesia en relación con la negación de los sacramentos a quienes –ellos y ellas- “viven en pecado” a consecuencia, por ejemplo, de estar divorciados? ¿Está justificado el “escándalo” –también de carácter social- que comporta la pública negación de los sacramentos en días tan señalados como los de la Primera Comunión de los hijos, la enfermedad y la muerte y los funerales? ¿En qué situación quedan los expertos en Derecho Canónico, prestos para conceder determinadas “anulaciones” matrimoniales, con posibilidad de nuevas nupcias ”por la Iglesia”, y aquellos otros cónyuges a los que sus medios económicos no les permitieron ciertos dispendios?¿Es tal discriminación, producto fundamental del estado de las cuentas corrientes, aun cuando las sentencias se inicien con fórmula tan sagrada como “en el nombre de Dios, Amén”?
. ¿Llegaron a someter a examen teológico los casos en los que determinadas prohibiciones, con amenazas de “castigos eternos”, invadieron los ámbitos de la ley natural y de las exigencias de la misma naturaleza humana?