Transparencia en el nombramiento

Por teología, por lógica y por la historia, debió quedar bien patente que, aprobadas las conclusiones del Vaticano II, la Iglesia habría de ser reformada con urgencia y en profundidad. Una vez más “no fue verdad tanta belleza”, y no solo se desaceleró indefinidamente la reforma, sino que a esta le fueron aplicadas fórmulas efectivas de “marcha atrás”, hasta haber conseguido despojar al referido Concilio del numeral romano “II”, y reconvertirlo en “I”. Cincuenta años de rezagamiento son muchos, y pesan y pesarán demasiado en la Iglesia.

Por diversas e intrincadas circunstancias , es posible que, en cuanto se relaciona directamente con las esferas episcopales es en donde sea preciso indagar y descubrir parte de las causas del fracaso –sí, fracaso- de tan anhelado concilio.

. Es lastimosa doctrina común que la convocatoria del Vaticano II sorprendió al episcopado español “con el pié cambiado” y “fuera de juego” Sus aportaciones al mismo fueron paupérrimas, cuando no, negativas. La continuidad estuvo asegurada hasta el presente de manera reincidente, encarnando contenidos, formas y procedimientos eclesiales en “eminentísimas” figuras cardenalicias, presidentes de la Conferencia Episcopal, al dictado escrupuloso de instancias superiores romanas.

. El colectivo episcopal atraviesa en España uno de los periodos más anodinos y desangelados de su historia.

. Los procedimientos para su nombramiento -que no elección- siguen siendo misteriosos, mediatizados por grupos de presión o impuestos por algún miembro del Sacro Colegio Cardenalicio, todavía en plena actividad, pese a haber rebasado con creces el tiempo canónico establecido para su jubilación, y con el correspondiente escándalo de parte del pueblo de Dios.

. Urge total transparencia en los criterios y modos a seguir en la selección de candidatos al Episcopado. Prescindir de la participación activa de sacerdotes y laicos de la diócesis a ser presidida y “pastoreada” no tiene cabida en la Iglesia y es referencia desejemplarizante de lo que ni debe hacerse ni consentirse en una sociedad medianamente civilizada y culta. La invocación del Espíritu Santo en tales “manejos” es irreligiosa.

. Debieron haber ya periclitado irreversiblemente rasgos y comportamientos que se relacionaron con estilos y aparatos áulicos e imperiales, vanidosos, prosopopéyicos, rancios, anacrónicos, y además, paganos, que suscitan risoteos e hilaridades , cuando no, desazones y congojas arraigadamente “religiosas”

. La Iglesia de Cristo ni es, ni podrá presentarse, practicarse y ejercerse con fiabilidad, teniendo como “cabezas visibles” de sus respectivas diócesis a quienes consienten, exigen y justifican “religiosamente” tales delirios o ensueños.

. La sencillez, la humildad, el respeto, la humanidad, la fraternidad, el evangelio y hasta el mismo sentido común, se excomulgaron a sí mismos, o los excomulgaron las tradiciones, los protocolos y las normas, incapacitando a sus “ilustrísimos” y “reverendísimos” usuarios, a llamar y considerar de verdad “hermanos” e “hijos”.

. . El pueblo- pueblo de Dios no se imagina a Cristo Jesús revestido, por dentro y por fuera, con los atuendos pontificales prescritos en los rituales sagrados. Aún más, si es más adulta su fe, el rechazo es automático y, aunque “piadoso”, inmisericorde.

. La mediana ilustración de la fe les ha facilitado ya a los “fieles cristianos” descubrir y entender frases como estas: “No se debe nombrar ningún obispo contra la voluntad del pueblo” (Papa Celestino I); “El que a todos debe presidir, deberá ser elegido por todos” (San León Magno); “Desde el principio de mi episcopado, me propuse como programa no hacer nada guiado solamente por mi personal decisión, sin el consejo de los presbíteros y el asentimiento del pueblo” (San Cipriano, obispo de Cartago).

. Los conceptos de “jerarquía”, “pastores”, “docentes”, “administradores”, “vicarios de Cristo”, “vice-Papas”, “catedral”, “ministerio eclesiástico” con sus funciones legislativas, ejecutivas y judiciales, “feudalismos”, “mitras”, “prebendas”, “santos” absolutismos” y tantos otros episcopales o “episcopables”, están hoy redentoramente sometidos a revisión –“penitencia”- gracias, sobre todo, al empeño del Papa Francisco.
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