¿Está vieja la Iglesia?

. Y es que hasta se da la impresión bastante generalizada de que los miembros de la jerarquía eclesiástica para ser y ejercer más y mejor como tales y en conformidad con la voluntad de su Fundador, han de contar con un número mayor de años hasta rondar en gran parte los linderos de la jubilación, y aun superarlos.
. No es fácil responder a quienes, conforme con las normas dictadas por la misma Iglesia de que el cumplimiento de los 75 años de edad lleve implícita la renuncia al ejercicio de sus respectivos cargos episcopales, se encuentran con que el Papa actual, rebasada ya esa edad, fuera elegido para el de mayor rango, dignidad y responsabilidad en la Iglesia.
. Rarísima es la institución en la que, fuera de la Iglesia, estén hoy vigentes los cargos, empleos, ministerios u oficios vitaliciamente, resultando laborioso y confuso hallar argumentos evangélicos y ejemplares para fundamentar en los mismos esa práctica eclesiástica y más cuando su aplicación se relaciona con aquellas personas revestidas de las máximas responsabilidades y mayores compromisos.
. Nadie podría calificar de irreverencia sugerir y hasta urgir la cesión o jubilación de tales personas, en términos similares a como sería ratificarla y canonizarla.
. Los ministros de la institución eclesiástica, y en parte ella misma, están en la actualidad avejentados en demasía, con cuantas consecuencias pastorales comporta tal situación tanto para la institución como para quienes la rigen y para quienes son o pueden ser sus beneficiarios.
. Ciertamente no compensa descubrir, insistir y perseverar en la nómina de virtudes y cualidades que, por provecta y “presbiterial” se le adscriben a la Iglesia, sobre todo a su Jerarquía, que las que por jóvenes se les suponen, y habrían de adscribírseles con el desglose ejemplarizante, por ejemplo, de disponibilidad, alegría, más esperanza y fe en el futuro, destrabándose de normas a punto de periclitación, y de no pocas fórmulas y formulismos…
. Debiendo identificar siempre y por definición a la Iglesia con el compromiso y el encargo penitencial de reformarse, sobrepasó ya el tiempo para cumplimentar y consumar tal vocación en profundidad, en extensión y con estructuras evangélicas.
. Les sobra razón a quienes piensan, expresan y lamentan que a la misma fraseología, literatura, diccionario y gramática común y oficial de la Iglesia y de sus hombres hacen uso frecuente de términos, y en parte, conceptos, cargados de vetustez, decrepitud y postrimerías. Algunos están registrados en el Diccionario de la RAE, como “pontificar”, “prelado doméstico”, “dignidad eclesiástica”, “función sagrada”, “magistral”,“eminentísimo”, “santísimo”, “sumo”, altísimo, “sagrada púrpura cardenalicia”, “ministros de Dios”, “Vicarios de Cristo”, “mitra”, “vice-Dios”, “vice-Cristo”, “preconizar”, “tiara pontificia”, “carnestolendas”, “guerra santa”, “limbo”, “tribunales eclesiásticos”, “bula de la santa Cruzada”…
. Faltan noticias sustentadas en hechos frecuentes del nombramiento-elección de un obispo y de un Papa, cumplidos los treinta o cuarenta años de edad, de modo similar a como acontece en esferas profesionales, políticas, empresariales, sociales…
. Con personal tan provecto y sin presencia de juventud entre los miembros de la Jerarquía eclesiástica, tal y como acontece en la actualidad, no puede aseverarse con tranquilidad de conciencia y eficiencia pastorales que idealmente esta es la Iglesia pensada y fundada por Cristo, con irrenunciable vocación de respuesta salvadora para el presente y para el futuro.
© Foto: Salvatore Vuono