Sexismo lingüístico y religión

Vaya por delante que me molesta que haya un día de la mujer, porque no somos una categoría dentro del género humano, ni tampoco un animal, que es lo que utilizan los chinos para designar a los nuevos años. Pero esta fecha coincide con la avalancha de artículos, que han salido a relucir sobre el sexismo lingüístico, a raíz del publicado en El País por Ignacio del Bosque.

A este artículo, muy ponderado, le concede el periódico cuatro largas páginas lo que demuestra el interés que suscitan estos temas. El autor reconoce que la lengua invisibiliza a las mujeres y que hay numerosos comportamientos verbales sexistas, pero no está de acuerdo con las guías, que han publicado determinadas universidades, para corregir algunos defectos. Una de las razones que esgrime es que muchas mujeres escritoras o en puestos de responsabilidad, no las utilizan en sus textos, porque no se sienten perjudicadas al hacerlo. Un ejemplo de una muestra, pero que es muy pequeña para sacar conclusiones.

Como todo en la vida hay que buscar un término medio, que trate de corregir lo que es fruto de una historia previa, que se ha superado. Lo están haciendo todas las lenguas y, poco a poco, se van introduciendo cambios en castellano como alumnado, profesorado, persona, infancia, niñez… vocablos que sirven para los dos sexos. Sin forzar, ni exagerar creo que es un camino por el que hay que seguir dando pasos, porque la lengua la conforma la sociedad pero, a su vez, ésta influye en ella.

A nivel religioso, no cabe duda que el vocabulario masculino empleado, configuró la idea de que Dios fuera varón, un anciano venerable con barba blanca por ser padre de Jesucristo, que murió a los 33 años. Para compensar esta deriva, el catolicismo revistió a María de las cualidades de una diosa. La gente cultivada sabe, que ninguna de estas dos cosas es cierta, pero el pueblo soberano lo cree a pies juntillas y no hay más que asomarse a las procesiones de Semana Santa para ver esa realidad en las calles de nuestras ciudades.

Al pairo de estas reflexiones han nacido otras que han aprovechado para denostar, una vez más, a las feministas, esa casta de mujeres reprobable, que pretende hacer cosas horrendas. Salvador Sostres en El Mundo, publica un artículo que se llama Feminismo malvado, en el que nos echa en cara ser las culpables de los abortos. Creo que no tenía en cuenta los millones de abortos selectivos de mujeres, que se están llevando a cabo en todo el mundo, y que en China, ha sido la causa de muchos suicidios de madres, que añoraban una hija que les fue suprimida. Ni tampoco considerará culpables a los varones, que negaron hacerse cargo de la paternidad, que generaron sus actos durante siglos (hoy lo tienen más difícil por el descubrimiento del ADN que les culpabiliza) ¿Y los proxenetas que obligan a abortar a sus meretrices?

Sostres considera que la violencia estructural, de la que habla Gallardón, es producida por la rabia de las feministas, “por un feminismo totalitario que está sediento de venganza”. Me parecen bastante fuertes estos calificativos, aunque no me debería extrañar pues el feminismo tiene mala prensa ¡Que fácil es hablar y echarle las culpas a otros! pero ¿Puede una madre tener un hijo cuando su único sustento es trabajar de asistenta? ¿puede una mujer inmigrante marroquí, casada en su país, dar a luz en España? Esa es la violencia estructural, no digo que no existan otras muchas razones, que empuja a muchas mujeres a cometer algo que aborrecen y de la que habla el ministro de justicia.

La mayoría de las mujeres quieren tener hijos, pero no reducir su vida a la maternidad. Cuando yo era niña, el general Franco daba todos los años premios a las familias más numerosas y salían matrimonios con más de 20 criaturas. Aquello parecía una feria de ganado, donde los compradores buscaban hembras capaces de engendrar partos gemelares ¿Es ese el ideal? Las publicaciones eclesiásticas tienden a publicar fotos de familias muy numerosas en las asambleas pero ¿son las mejores familias cristianas? ¿No habrá de todo, como en botica?

Sigo con Sostres, que también nos acusa de ser las culpables de los crecientes divorcios. Es cierto, que muchas mujeres ya no se dejan pegar, como hicieran nuestras abuelas en sus matrimonios, y abandonan el hogar familiar, aunque muchas pagan ese atrevimiento con la vida. Otras tampoco aguantan compartir al marido con la querida de turno y cortan el vínculo. ¿Qué les aconsejaría el periodista que hicieran?

Vamos a ser serios, gracias al feminismo, las mujeres hemos ido consiguiendo logros impensados hace pocos años. Tras el voto, vino el trabajo fuera de casa, que nos dio la libertad de cortar por lo sano, contra maridos o compañeros violentos o infieles, porque éramos independientes económicamente. Es cierto que, en ocasiones, se ha producido un movimiento pendular y exagerado. También es verdad que esta nueva situación no es compatible con tener muchos hijos y atenderlos como se merecen. En estos casos, la mayoría opta por los métodos anticonceptivos y otras por abortar, algo que se ha hecho a lo largo de la historia, pero que hipócritamente se callaba. Me angustia el aborto y estoy, en principio, en contra pero tendría que ponerme en la piel de muchas de estas mujeres antes de juzgar.
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