"El Papa Prevost tiene un potente megáfono moral que debe usar con valentía" De la tormenta de Francisco al sirimiri de León XIV

León XIV
León XIV

"Pero nadie puede negarle el intento a Francisco: quiso una Iglesia en salida, samaritana, comprometida con los últimos, y puso en marcha ese tren"

"Donde Francisco era un torbellino, una tormenta en toda regla, León XIV opta por la lluvia mansa, por el sirimiri, por la calma, por una transición sin sobresaltos"

"No basta con condenas genéricas al odio o la violencia. No basta con proclamas en favor de una paz “desarmada y desarmante” (que también). El mundo espera gestos concretos"

Francisco irrumpió en la Iglesia como un huracán. Desde su primer “Buonasera” en el balcón de San Pedro, el Papa argentino se propuso sacudir una institución anquilosada, atrapada en sus propios muros y en un clericalismo que la alejaba del mundo. Con gestos rompedores —los zapatos negros, la cruz de hierro, la residencia en Santa Marta— y un verbo profético que no esquivó ni las críticas al mundo ni los dardos a su propia casa, Francisco cruzó líneas rojas papales que parecían intocables. Se enfrentó al poder financiero, al inmovilismo curial y a una Iglesia que, en ocasiones, parecía más un museo que un hospital de campaña.

No siempre acertó, es cierto. Entre otras cosas, porque sus reformas tropezaron con resistencias internas y externas, y algunos de sus gestos fueron malinterpretados. Pero nadie puede negarle el intento: quiso una Iglesia en salida, samaritana, comprometida con los últimos, y puso en marcha ese tren.

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Teología en salida
Teología en salida

León XIV, su sucesor, llega con un perfil distinto, casi opuesto. Elegido hace apenas tres meses, el nuevo Papa parece querer continuar la revolución francisquita, pero con un estilo más sereno, menos disruptivo.

Donde Francisco era un torbellino, una tormenta en toda regla, León XIV opta por la lluvia mansa, por el sirimiri, por la calma, por una transición sin sobresaltos. Es pronto para juzgarlo, y la gente lo sabe. Un pontificado no se construye en cien días ni en unos cuantos meses. Sobre todo éste, que es previsible tenga por delante una larga travesía. Pero las primeras señales invitan a la reflexión: ¿es esta calma una pausa estratégica o un riesgo de estancamiento?

Hasta ahora, León XIV ha centrado su mensaje en propuestas espirituales de corte clásico. Su llamada a la santidad en Tor Vergata, dirigida a los jóvenes, resonó como un eco de Juan Pablo II, pero quizás demasiado abstracta, demasiado genérica. La devoción y la piedad son esenciales, pero el mundo espera del Papa algo más que exhortaciones espirituales.

La Iglesia no puede ser solo un faro de palabras elevadas; debe bajar al barro de la historia, como Francisco nos enseñó. Y ese barro, hoy, tiene nombres concretos: Gaza, Ucrania, los millones de desplazados, el grito de los pobres y las víctimas de un sistema que devora a los más débiles.

León XIV con niños
León XIV con niños

León XIV tiene ante sí un desafío mayúsculo: demostrar que su “revolución tranquila” no es una claudicación ante la falsa prudencia o la contemporización. La Iglesia no puede permitirse el lujo de la neutralidad cuando hay genocidios en curso, cuando miles de inocentes mueren bajo las bombas o el abandono. El Papa tiene un potente megáfono moral que debe usar con valentía.

No basta con condenas genéricas al odio o la violencia. No basta con proclamas en favor de una paz “desarmada y desarmante” (que también). El mundo espera gestos concretos, implicaciones papales claras, como las que Francisco ofreció al mediar en conflictos o alzar la voz por los descartados o condenar el “capitalismo que mata”.

Es cierto que León XIV necesita tiempo para hacerse con el cargo, para imprimir su sello. Pero el tiempo, en un mundo herido, no es infinito. La Iglesia, como nos recordaba Francisco, debe oler a oveja y estar donde está el dolor. Desde ya, desde siempre.

Si León XIV quiere ser fiel al legado de su predecesor, debe salir de la retórica devota y pisar el terreno de lo concreto: un viaje a una zona de conflicto, una mediación valiente, un gesto que despierte conciencias. Solo así su revolución tranquila no será una pausa, sino un nuevo capítulo en la misión de una Iglesia que, como quiso Francisco, no tenga miedo de ensuciarse las manos en el barro de la historia por el Evangelio.

León XIV
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