Cuando un hijo entra en el seminario, la renuncia llama a la puerta "Que te apoyen no tiene precio": Jubileo de Padres y Madres de Sacerdotes en La Almudena

Los padres del sacerdote
Los padres del sacerdote

"La noche que dejamos a mi hijo en el seminario, volvimos todo el camino en coche mi marido y yo llorando"…

Pilar Turbidí es madre de tres hijos y los dos pequeños son sacerdotes. Aunque ella y su marido se sienten afortunados por su vocación, reconocen que implica una renuncia para los padres

(Archimadrid).- «La noche que dejamos a mi hijo en el seminario, volvimos todo el camino en coche mi marido y yo llorando. Y cuando llegamos a casa y pasamos por delante de su habitación, volvimos a abrazarnos llorando». Nos lo cuenta Pilar Turbidí, madre de tres hijos, de los que los dos pequeños —Eugenio y Álvaro— son sacerdotes. Aunque ella y su marido se sienten afortunados por su vocación, reconocen que implica una renuncia para los padres.

En reconocimiento a la generosidad de matrimonios como el suyo, la catedral de la Almudena albergará este sábado una Misa por el Jubileo de los Padres y Madres de Sacerdotes, que presidirá el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. «Es una iniciativa que nació de los curas jóvenes durante un encuentro que tuvieron con el cardenal y que él ha acogido con cariño e ilusión», apunta Juan Carlos Merino, vicario para el Clero de la archidiócesis de Madrid. Define la cita como una forma de «mostrar la cercanía del arzobispo con los padres que han sido tan importantes en la vocación de sus hijos».

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En el caso de los Pérez Turbidí, fue su segundo hijo, Eugenio, el primero en volar del nido. Descubrió que tenía vocación con 19 años y, tras darle vueltas un par de meses, «no fui capaz de llevarlo solo» y, en el mejor sentido, «acabé explotando» y abriendo el corazón a sus padres. En vez de escenificar un disgusto, ellos se limitaron a «preguntarme para averiguar si lo que decía tenía sentido». «Después de explicarme se alegraron mucho» y, desde entonces, adelante. «Me ayudaron a discernir y a encontrar sacerdotes que me orientaran».

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Después, cuando Eugenio había sido ordenado diácono, el pequeño, Álvaro, siguió sus pasos. «Lo que vemos es la obra que el Señor ha hecho, que parece mágica porque son los mismos que cuando entraron al seminario, pero también diferentes», nos explica su progenitor, Eugenio Pérez. «Cuando los padres te apoyan, no tiene precio», presume el hijo que lleva su nombre, pues conoce a «muchos sacerdotes cuyo caso no es así y les genera un gran sufrimiento». Valora el jubileo del sábado como «una ocasión para darnos cuenta de lo fundamental que es la familia para el desarrollo de cualquier vocación».

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Nos atiende otro matrimonio con dos hijos sacerdotes: Pedro José y Pablo. «Nosotros no hemos hecho nada, es el Señor quien lo hace, lo único es estar abiertos», explica Juan Ignacio Lamata, el padre. Preguntado sobre si la fe se ha vivido en su casa de manera «ejemplar», tan solo apunta que «han ido a un colegio religioso en el barrio» y «han estado vinculados a la parroquia».

Su madre, Teresa Molina, reconoce que «cuando se despierta la vocación de un hijo, cuesta porque supone una separación». Pero tiene la certeza de que «es lo que Dios quiere para nosotros».

Torpezas

Otras veces, aunque los hijos tienen buena voluntad, dan el anuncio con torpeza. El sacerdote Pablo Vidal nos cuenta que «yo lo hice regular». «Íbamos a Misa y, cuando estábamos en la puerta de la iglesia y no había capacidad de reacción, dije: “Papá, mamá, lo he dejado con la novia y entro al seminario». «Para ellos fue un shock», confiesa. Comprende «el miedo de que tu hijo elija algo más que una carrera profesional». «No es lo mismo que ser abogado», ejemplifica. También está la preocupación de que «se pueda quedar solo». No obstante, cree que el de su familia «ha sido un camino bonito». Él también ha puesto de su parte porque «los veo todas las semanas» y, cuando le visitan en su parroquia, ellos son testigos de «esa paternidad de los sacerdotes y se dan cuenta de toda la gente que me quiere y me cuida».

Aurea González, su madre, nos confía que al principio la noticia «no me hizo mucha gracia» porque «solo le faltaba un año para terminar la carrera»; por lo que se empeñó en que primero la terminara y después «apoyarle en lo que decidiera». A punto de entrar a Misa, tan solo le dijo: «Ya lo hablaremos tranquilamente». En la comida «nos explicó sus motivos y, como nosotros somos una familia practicante, lo fuimos entendiendo». 

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Romper expectativas creadas

Además juega un papel clave, como cuenta González, que al tener vástagos «desde que son pequeños te vas haciendo una idea de cómo va a ser su vida». «Me resultó chocante», resume, porque «veíamos en él una capacidad muy grande para trabajar en cualquier empresa». Pero eligió otra mejor. Y ahora afirma que «cuando ves a tus hijos felices, te da igual lo que hayan decidido».

Por su parte, su padre, que se llama Jesús Vidal, considera que «lo que hay que hacer es aceptar lo que los hijos quieren y acompañarlos en cualquier momento». De modo concreto, él lo hace «dejando que te cuente las cosas y sin meterte mucho en lo que está haciendo». Igual que «se esperaría con un hijo que se casa».

Como en los otros casos, Pablo tiene un hermano que se plantea el sacerdocio, aunque aún está en el seminario. «Mamá nos mata», le dijo el mayor cuando el pequeño le hizo la confidencia. Y le aconsejó: «No lo digas en la puerta de la iglesia». Así que aprendió de quien le precedía —que para eso están los hermanos— «y se lo dijo un domingo después de comer».

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