Los dioses del Olimpo posmoderno

¿Quién no ha leído u oído las famosas declaraciones que Cristiano Ronaldo hizo como explicación de los abucheos que padecía? “Será porque soy guapo, rico y un gran futbolista”.

Mi vecino de blog Manuel Mandianes escribía recientemente en El Mundo un interesante artículo sobre esa nueva religión de las masas anónimas. Adoran a los ases del deporte, a los cantantes, a los “artistas”... Quienes parecen distanciarse de la religión tradicional no tienen mayor dificultad en llegar al éxtasis ante un futbolista de élite, ante un divo de la canción de masas o, lo que es aún más extravagante, ante un famoso o famosa sin profesión conocida que exhibe sus más que dudosas glorias, avienta sus miserias personales o, en la cima del arte, enseña el trasero... La televisión, Internet, los medios en general se han convertido en las campanas de esta gran religión posmoderna.

Pero hoy dejo a un lado a los exponentes del famoseo y la farándula, y me voy a los cargados de méritos deportivos. Son de admirar, nunca de adorar. Son para contemplar y disfrutar, nunca para perder la cabeza con ellos. Todavía menos para que ellos la pierdan en el triunfo. Los triunfadores menos prevenidos, ante el halago constante de las masas y de los medios, pueden llegar a creerse el ombligo del cosmos. Los más inteligentes ya lo saben. Sus familias y sus educadores los han ido preparando para luchar y triunfar sin descomponerse en la gloria. Pero hemos conocido casos de pobres endiosados que, pasada su efímera divinidad, cayeron muy abajo en la desgracia. Lo más común es que, tras el pasajero esplendor, entren en la sombra allanadora de los desaparecidos o semidesaparecidos. ¿Han dejado de ser grandes? No necesariamente. En su alzada de hombres o mujeres no eran más de lo que son una vez que bajan de su estatua. Pero, atención, les queda lo más importante que siempre tuvieron: su condición humana, la consistencia y la riqueza personal que supieron y pudieron forjar, eso que, felizmente, está al alcance de millones y millones de ciudadanos anónimos.

Soy aficionado a varios deportes y asisto regularmente al campo de un club de fútbol de Primera. Conozco la miseria y el esplendor de los espectáculos deportivos. Algo sé de la tradición poética griega en torno a los héroes de los estadios. Cuando escribí hace unos pocos años el poema que sigue -aparentemente frío y cerebral- partí instintivamente de una pasión y unas convicciones que, creo modestamente, no han envejecido.

CAMPEÓN

(Nada menos que hombre)


Eres un dios, y Píndaro, azorado,
se hubiera arrodillado ante tu estatua.
Y en trance de entonarte su epinicio,
le hubiera salido cojo y tartamudo.
Alta es tu alzada. Dura
la prieta complexión en que aceras tus músculos.
Elevas la cabeza hasta una nube
que te vela los ojos.
La adoración te engendra en vigoroso cruce
de Zeus y de Apolo,
y templo hace el estadio donde en éxtasis
ruge una muchedumbre fervorosa.


Girando y ascendiendo,
como astro de tu propio firmamento,
en plena
ofuscación de nebulosa, observas cómo
por la televisión omnipresente
se abren sobre tu gloria de galaxia
millones de pupilas encendidas.


Desde tu juventud,
libada en ebriedad de copa en copa,
de triunfo en triunfo,
gnozi se autón, memento, goza, acuérdate:
Más temprano que tarde
se aflojarán las piezas de tu cuerpo.
la firme trabazón de tu escultura,
y serás finalmente
sólo
y nada menos
que hombre.


(Obra poética, p. 512)
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