Un salmo de ayer y hoy

El texto que te ofrezco hoy es una oración. Espero que te guste. Y ante todo que te sirva para elevarte con ella por encima de ti. Eso es lo que hacemos cuando oramos de verdad. Quizá es aún más propio decir que Alguien nos toma de la mano y nos levanta hasta Él. En este juego de maravilloso y misterioso diálogo, ningún mortal puede arrogarse el título de maestro. Todos somos aprendices. A veces, cuando el tirón divino nos alza, nos convertimos de pronto en maravillados aprendices.

Esta oración forma parte de mi libro “Salmos de ayer y hoy”. En él recreo, vivo a mi manera –espero que desde la sensibilidad de un creyente de nuestro tiempo- un número considerable de los mejores salmos de la Biblia, los que más de cerca nos hieren. Rezarlos literalmente y sentirlos es ya un don. Partir de ellos, desde el más rendido respeto, tomar sus sentimientos y sus motivos literarios para hacer “un cántico nuevo” puede convertirse en un segundo don añadido.


AL AMPARO DEL ALTÍSIMO

(Salmo 91)



"Tú que habitas al amparo del altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente
di al Señor: 'Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti' ".


Tú que levantas a tu Dios los ojos
y al cielo miras implorando auxilio,
di al Señor: 'Abrazo mío, casa mía,
techo feliz donde pasar la noche,
fuego y hogar, sabrosa, larga cena,
Dios mío, me quedo en ti'.


Tú que caminas solo y se te llenan
de oscuridad los ojos,
tú que en la soledad sorbes el miedo,
la muerte en el silencio que respiras,
di al Señor: 'Mi luz, mi música, mi vida,
mi iluminada paz, mi sonoro presencia,
Dios mío, confío en ti'.


"Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta".
Te librará de ti,
de la maraña de tus propias redes.


Te sacará de ti, te mostrará radiante
los espacios abiertos
donde encontrarlo a Él cada mañana,
en la plaza común, alta y ruidosa,
y en el rumor en alza de sus hijos.


"Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás"
apretado al calor de tus hermanos.


"No temerás el espanto nocturno",
no la noche cerrada.
Ni el pavor, ni la peste, ni la flecha
podrán jamás contigo,
"porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa".


Vendrán la enfermedad y la desgracia,
avanzarán sin luz y en son de guerra
con su dolor las horas enemigas;
mas no podrán contigo.


No acortará el Señor los días tristes,
ni apartará las piedras del camino;
pero sabrá tomarte de la mano
"para que tu pie no tropiece en la piedra"
y el camino fragoso de ser hombre
no te aleje un instante de sus brazos.


' "Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé".


Pasará por las pruebas de la vida,
pero tendrá cerca de sí mi mano.
"Lo defenderé, lo glorificaré..."
En la fatiga a muerte de la marcha
"le haré ver mi salvación" '.


(Salmos de ayer y hoy, p. 115;
Obra poética, p. 339)
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