(José Manuel Vidal).- Se va, pero lleva a España en su corazón. Benedicto XVI se marcha alegre, emocionado y agradecido. Y sorprendido. Pensó que venía a predicar en barbecho, en la laica y secularizada España del laicista Zapatero. Y se encontró con un país unido, con unas autoridades amables y serviciales, con un pueblo que lo agasajó y con una multitud bíblica de jóvenes que lo abrazaron con su aliento y bebieron, con avidez, todas las palabras del Papa al que vinieron a escuchar. El Papa de la letra. Se va con la misión cumplida, sabiendo que la Iglesia, también en España, es joven y, por lo tanto, tiene futuro. Que, al menos por ahora, los nubarrones del relativismo y del hedonismo no pueden con la fe. Que la hemorragia de fieles es grande, pero puede taponarse.
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