Archidiócesis de Sevilla.

Algunos comentaristas me reprochan mi silencio sobre la Iglesia sevillana. Y no falta quien lo atribuye a mis declaradas simpatías personales por el cardenal Amigo. Se equivocan. Soy amigo de Platón pero más amigo de la verdad.

Cierto que yo, como todo el mundo, tengo simpatías y antipatías. Pero esas no me condicionan demasiado. Si no hablo de Sevilla es porque tengo pocas noticias de Sevilla. Acabo de declarar, entre los dinosaurios, a un clérigo sevillano. Y eso ha dado lugar a comentarios que en el Blog están. Y que no favorecen al cardenal.

Gracias a Dios, y a mi paciencia, tengo que borrar escasísimos comentarios. Una vez lo hice parcialmente, y haciéndolo constar, con uno sobre el seminario hispalense. Se hacían acusaciones muy graves, con nombres propios, y sin más prueba que la aseveración del comentarista. Me limité a suprimir los nombres. Todo lo demás allí quedó.

Yo no me voy a meter con Don Carlos salvo que haga alguna declaración insostenible católicamente. Y también he de decir que desde que es cardenal, antes ya sería otra cosa, le he encontrado siempre acertado en sus manifestaciones. E incluso valiente. Lo que me alegra mucho. Y de su gobierno muy poco podría hablar porque muy poco sé. No tapo nada. Sencillamente es que desconozco todo. Algún amigo me dijo en alguna ocasión que aquello estaba algo desbarajustado pero tampoco me dio mayores precisiones.

El gobierno pastoral es muy difícil e incluso quienes uno piensa son los mejores obispos del momento tienen, en ocasiones, que tolerar, transigir o mirar para otro lado. Lo entiendo sin el menor problema. Y perfecto sólo lo es nuestro Padre Dios que está en los Cielos. Lo grave en un obispo es el saldo. Cuando las cuentas siempre dan números negativos. Y si diera un baculazo a cada cura que no fuera santo se quedaría sin curas y terminaría dándose baculazos en su propia cabeza.

No busquemos el perfeccionismo que no se va a dar nunca en este mundo. Critiquemos lo criticable y pidamos responsabilidades por lo verdaderamente impresentable. Un padre no echa a un hijo de su casa porque un día llegue borracho, porque haya quedado embarazada, por haberle encontrado pastillas en su cuarto o porque haya atracado un aparcamiento. Le dolerá, se lo reprochará pero él se lo perdonará. Tiene que ser ya algo gravísimo para que le cierre las puertas del hogar.

Pues con los obispos ocurre lo mismo. Que padres de sus sacerdotes son. Y ahí hay dos conductas. La primera mala y la segunda intolerable. La mala es que, ante una conducta irregular de un sacerdote no le duela y no le llame para corregirle paternalmente. La pésima es que, cuando ese cura sea un verdadero escándalo, el obispo siga callado o incluso le tenga entre sus amigos y promocionados.

Lo dicho. Si yo no hablo de Sevilla es por que no sé de lo que hablar. Mi afecto personal por Don Carlos queda una vez más declarado. Y el Blog abierto está.

Por favor, no a pecados o historias individuales y circunstanciales. ¡He visto al párroco de... un día en un puticlub que estaba a cien kilómetros de su pueblo! ¡En la homilía del pasado domingo parece que no dejó muy clara la maternidad divina de María aunque es cierto que siempre predica bastante bien! ¡Parece que simpatiza algo con la teología de la liberación! ¡Conecta más con Pablo VI que con Benedicto XVI! ¡Alguna vez, ahora ya no, celebró absoluciones colectivas! ¡En una ocasión vi como celebrando misa en la doxología menor tenía a una mujer a su lado que mientras él elevaba la Hostia ella elevaba el Cáliz, y eso, aunque ocurrió tres veces no lo he vuelto a ver!

No voy a multiplicar ejemplos que todos hemos visto. Nuestra religión, afortunadamente, es la de la caridad y el perdón. El perdón incluso de las mayores maldades. Pero en conductas arrepentidas.

Quienes escribimos tenemos una gran responsabilidad si elevamos la anécdota a categoría. La anécdota es momentánea y poco trascendente. Sólo cuando se multiplica se hace categoría. Olvidémonos de las anécdotas. Pero no pasemos las categorías.

También os digo, para terminar, que tenéis, seguramente por primera vez en la historia de la Iglesia, algo muy importante en vuestras manos. Lo que decís es leído. En este Blog y en otros muchos. O en algunos más. Me consta, con absoluta certeza, que sois leídos por la inmensa mayoría de los obispos españoles, eméritos incluidos. A vosotros os incumbe el que vuestras opiniones sean consideradas o tenidas como exabruptos que no van a ningún sitio. Tenemos una enorme responsabilidad. A ningún obispo, como a ningún registrador de la propiedad, diputado autonómico, veterinario de pueblo o policía municipal, le gusta que le pongan en evidencia. Y cada vez se cuidarán más de no ponerse. Siempre que lo que digamos sea presentable. Porque si nos empeñamos en desacreditarnos nosotros mismos no tendremos la más mínima credibilidad.

Me parece que estamos en condiciones inmejorables para hacer llegar a nuestros obispos la voz de la Iglesia de filas. Voz que en muchísimos casos les animará en su difícil ministerio y en otros les disuadirá de decir estupideces que al día siguiente iban a estar en la picota pública. Pero ello va a estar en nosotros y vosotros. Si nos desacreditamos no tendremos el menor crédito. Amor a Dios y a su Santa Iglesia, verdad y olvidadas pequeñeces. Aunque a alguno esas pequeñeces le parezcan muy importantes por afectarles particularmente.

Miremos a la Iglesia. A la Iglesia universal que es la nuestra. Y prescindamos de anecdotillas localistas que no pasan de meros episodios intrascendentes. Aunque también soy consciente que hechos locales deben ser hechos públicos cuando su gravedad así lo exija.

Pues, con la Iglesia y por la Iglesia. Y si alguien tiene algo que decir, importante, sobre la Iglesia de Sevilla, aquí está el Blog. Si es una anecdotilla, mejor que se calle para siempre.
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