Atacados de los nervios.

Y se comprende. Se les ha terminado la impunidad. Las herejías, majaderías, novias, hijos, desobediencias, etc., etc. saltan inmediatamente a las páginas de internet y las conoce todo el mundo. Al momento. Y con un eco universal. Eso es imparable. Les ha pillado con el pie cambiado y están nerviosísimos.

Y no sólo se ven desenmascarados los autores de las tropelías sino también sus encubridores. Todo el mundo sabe que el arzobispo de Córdoba (Argentina), un tal Ñañez, consiente el ejercicio ministerial de un sacerdote que se cisca en el celibato y lo publica enorgullecíendose de ello. Y a pelo y a pluma. Todo el mundo sabe que el cardenal arzobispo de Barcelona no está para censurar a un sacerdote suyo que paga abortos. Todo el mundo sabe que el arzobispo de Friburgo y presidente de la Conferencia Episcopal alemana no cree en la Redención, o eso puede deducirse de sus primeras declaraciones, aunque luego, motu propio u obligado, las corrigiera ya en un sentido católico.

Como todo el mundo sabe, también, que el obispo de Miami se apresuró a tomar medidas sobre un sacerdote sorprendido en actitud indecorosa en una playa o que son muchísimos los obispos norteamericanos que han expresado su repulsa por las obsequiosidades de una universidad católica con el abortista Obama.

Al obispo argentino Maccarone sus actividades homosexuales le han costado el cargo y el mejicano Maciel se ha hundido en la vergüenza por su repugnante conducta. Al obispo semental paraguayo le están saliendo más hijos que flores a la primavera y ha quedado como un redomado hipócrita tanto por su desmadre sexual como por abandonar, él, tan amante de los pobres, a las pobres criaturas que el tronchamozas iba poniendo en el mundo. O, mejor dicho, abandonando en el mundo.

Me dicen que el jesuita Masiá no va a seguir sosteniendo sus tesis contrarias a la doctrina de la Iglesia porque las autoridades de la Compañía no pueden seguir soportando las acusaciones de encubrimiento de abiertas herejías. Y, caso de seguir encubriéndolas, continuarán apareciendo como cómplices del arriscado jesuita. Pagola ha desaparecido y nadie entiende como no se publica en castellano su libro corregido. O se entiende demasiado bien que no aparezca. Y podríamos multiplicar los casos.

Las rectificaciones, forzadas por el escándalo, de Schonborn, el veto al episcopado de Turull, el arzobispo coadjutor de Sevilla, el descrédito de Ciuraneta, los cada vez menos firmantes de las protestas eclesiales, la marginación de los Castillo, Tamayo, Forcano and company que han pasado de ser el perejil de todas las salsas a personajes olvidados de unas páginas que no lee nadie, el ocultamiento de Fisichella, tras su metedura de pata, de manera que personaje tan dado a aparecer en los medios hoy no hay quien le encuentre, la indignación de tantos católicos por las Rajoy's girls, son sólo algunas muestras de lo que internet está suponiendo en la vida de la Iglesia.

Pues ésta tendrá que acostumbrarse a los nuevos tiempos. Ya nada queda oculto. Todo se sabe. Y lo que se conoce, si es impresentable, tiene que ser corregido. Porque en otro caso quien queda fatal es el encubridor. Como cómplice de la herejía, de la pederastia, de la hipocresía sexual, de la oposición al Papa.

En todo ello han jugado un papel determinante las páginas de internet. Son un fenómeno imparable y que se multiplica con el tiempo. Hermanadas todas por la fidelidad y el amor a la Iglesia. Lo que dice una web alemana antes de veinticuatro horas está ya en francés, en inglés, en italiano, en español, en portugués... Los enlaces se cuentan ya por centenares. Y con visitas crecientes. El mismo Pontífice se ha dado cuenta de su existencia y de su importancia.

Antes era imposible llegar a la opinión pública pues ésta sólo la hacían los periódicos, la radio y la televisión. Medios que estaban al alcance de muy pocos y eran en su mayoría hostiles a la Iglesia. Hoy cualquiera puede hacerse en Blog. Y muchos de ellos son seguidísimos. Con la peculiaridad de que los menos visitados son los contestatarios.

Se entiende por tanto el nerviosismo de los antaño intocables. Hoy reciben más palos que una estera. Y se ven perdidos. Creo que es una gran noticia. Preñada de esperanza de días mejores para la Iglesia.
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