Don Ciriaco Benavente, obispo de Albacete.

No existía la menor intención de crítica a Don Ciriaco por mi parte. Y se me nota mucho cuando critico a un obispo. Estoy convencido, y creo haberlo manifestado en más de una ocasión, de que monseñor Benavente es una buenísima persona, querido de todos los que le han tratado, sencillo, bondadoso, afable, cercano a todos.
Sólo he señalado que su traslado de Coria-Cáceres a Albacete me parecía un ascenso escaso. Como el de monseñor Cases de Albacete a Canarias. Y supongo que en eso estarán conformes todos.
Tal vez en la bondad de Don Ciriaco esté lo mejor de él y lo peor. Me explico para que se me entienda. Las personas muy bondadosas tienden a creer que todo el mundo es bueno. Para ellos no hay malos. Y los hay.
Don Ciriaco heredó una diócesis que Jesús Domínguez había echado en manos del progresismo. Lo que él era. Y lo que había hecho que Don Francisco Cerro, que quería ser sacerdote de Jesucristo, dejase su seminario natal para refugiarse, como tantos otros de otras diócesis de España, en el seminario de Don Marcelo.
Y Coria-Cáceres cambió un mal obispo por otro buenísimo pero todo siguió igual. Seguían mandando los de antes. A quien monseñor Benavente les salvaba la cara con su piedad y su bondad. Aunque en la primera no llegara a las siete horas de oración diaria que algún comentarista le ha adjudicado.
Y de la noche a la mañana se encontró Don Ciriaco, con gran sorpresa suya, que le mandaban a Albacete. Aseguraría que a la sorpresa se unió el disgusto. Aunque persona fidelísima al Papa esbozó una sonrisa y se fue a La Mancha.
Llegaba a una diócesis asolada también por el progresismo. Todo comenzó con su primero obispo, el claretiano Arturo Tabera que la entregó a un sacerdote progresista, José Delicado, "Pepe Pachucho" o "Pepe Panocha", que vería premiados sus trabajos primero con la diócesis de Tuy-Vigo y después con la archidiócesis de Valladolid. Promovido Tabera a Pamplona llegó a Albacete un pobre hombre, Ireneo García Alonso (1968-1980), que todavía vive como un vegetal en Toledo. Todo siguió igual. Renunciada la diócesis por enfermedad les llegó el espeso Victorio Oliver (1981-1996), auxiliar de Tarancón, con lo que hubo más de lo mismo. Vinieron esperanzas de cambio con la llegada de Cases (1996-2005) pero o no supo o no quiso y todo siguió igual.
Va a hacer dos años de la llegada de Don Ciriaco y todavía no se nota cambio alguno. Creo que sigue de vicario general, si estoy equivocado alguien me corregirá, el que nombró Oliver a poco de llegar. Más de veinticinco años llevando la diócesis parecen demasiados. Y a este paso se jubila Don Ciriaco y seguirá el mismo. No me parece un mal sacerdote pero ya ha dado todo lo que podía dar. Y tampoco fue demasiado.
El rector del Seminario también es creación de Oliver y a él se debe sin duda el enorme fracaso de ese centro. Prácticamente inexistente. Es el terror de los seminaristas y ha ahuyentado a unos cuantos de la vocación o de la diócesis. Tristes diócesis aquellas en las que sus jóvenes con vocación sacerdotal tienen que buscarse otros seminarios.
Pues eso, y más, tiene Don Ciriaco por delante. Posiblemente con su bondad sea la persona más indicada para poner remedio sin heridas. Pero algo tendrá que hacer además de ser bueno.