Extraños funerales.

No seré yo quien niegue un funeral a nadie. Pedir a Dios que acoja en su misericordia a cualquiera que deje este mundo me parece de elemental piedad cristiana. Pero hay funerales y funerales. En unos brilla el gozo de la esperanza por la muerte de un justo que pasó a mejor vida. En otros suplicamos esa mejor vida para aquellos que es este mundo no la llevaron como Dios quería. Al menos por las apariencias. Y hay algunos ya más incomprensibles. No por el hecho del funeral, siempre encomiable, sino por la tramolla que le rodea. Algo así como esas bodas religiosas en las que los contrayentes no creen en Dios ni en el matrimonio y los asistentes hace años que no pisan una iglesia.

Pues me da la impresión de que algo así ocurrió en el funeral por Xirinacs en el hermosísimo templo de Santa María del Mar. No voy a fijarme en la diferencia de una misa por un escolapio muerto cargado de años en servicio a la Iglesia y a la educación cristiana de los jóvenes, con un tránsito pleno de confianza en el Padre, rodeado de su comunidad, en el que su último suspiro fue una tierna jaculatoria y en el de un exescolapio que se suicida. El primero es un Te Deum y el segundo un Miserere. Y repito que mucho más necesario para impetrar la misericordia de Dios aquel por quien en verdad la necesita que por el santo varón que ve cumplidos sus anhelos.

Prescindo ahora del sufragio religioso. Voy a su entourage. Concelebraron el sufragio dieciocho o veinte sacerdotes presididos por un monje de Montserrat. Y entre ellos dos miembros de la congregación en la que Xirinacs había profesado en su día. A quien no sepa de esto le podrán parecer muchos. Ha sido una muy menguada asistencia. Ni el arzobispo, ni su obispo auxiliar, ni ninguno de los eméritos que residen en la diócesis. Tampoco el abad de Montserrat. Todos marcaron distancias más que notables.

Menos de dos docenas de sacerdotes no se suelen ver en el funeral por ningún hermano a no ser que esté ya absolutamente olvidado. Dos mil asistentes son, en cambio, nutridísima asistencia. Poco común. Pero, por las relaciones que he leído, eran en su mayoría personas absolutamente ajenas a la Iglesia y, en no pocos casos, abiertos adversarios de ella. Alguno, o alguna, hasta parece que ni quisieron entrar en el templo. Algo así como en esas bodas en las que nadie cree en el sacramento y ni siquiera en Dios. Y en las que el espectáculo es penoso.

Yo, de estar en Cataluña, no hubiera ido a tan fantasmagórico funeral. Pero encomiendo a Dios el eterno descanso de esta persona tan frustrada que terminó suicidándose. Que Dios le haya acogido en su seno.
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