Funeral por un buen obispo.

Acabo de llegar del funeral por Don Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid. Vaya pues la crónica del acto.

La catedral abarrotada. No estamos hablando de miles y miles de personas, porque no las había, pero el templo estaba a rebosar. Entre ellas muchas monjas, bastantes reconocibles por sus hábitos y otras por ese aspecto tan raro que sólo tiene una monja deshabitada.

Sacerdotes, incalculables. Muchísimos. Y conté cincuenta y dos obispos. Qué ya son obispos. Serían bastantes más del cincuenta por ciento de los miembros activos de la Conferencia Episcopal, pero no sería honesto afirmarlo porque había unos cuantos eméritos y algún extranjero. Por lo menos, y tal vez por lo más, el nuncio y el obispo de Ratisbona.

La misa fue hermosa y la homilía del cardenal Rouco próxima, afectiva y excelente. Los concelebrantes principales, conforme se mira al altar eran el presidente de la Conferencia episcopal, Ricardo Blázquez, el cardenal Cañizares, quien pienso es el auxiliar de Madrid, Don César Augusto Franco, el que tiene pelo -yo a los auxiliares de Madrid les tengo muy perdidos-, el cardenal Rouco, el otro auxiliar de Madrid, el "pelao", que pienso es Don Fidel Herráez, el nuncio de Su Santidad y el gigantesco obispo de Ratisbona. Al principio pensé que, por su tamaño, era el cardenal Amigo, pero enseguida comprobé que no. Como me lo encontré a la salida del acto le pregunté quien era y, en perfecto castellano, me dijo que el obispo de aquella ciudad alemana. Curiosamente fue el único obispo a quien vi salir con sotana y fajín. Todos los demás salían de clergyman.

Una vez más, y ya son varias, observé algo que sólo ocurre en la archidiócesis madrileña. O que, al menos, sólo lo he visto aquí. En Roma el Papa, cuando concelebra, lo hace rodeado de los concelebrantes principales. Y lo mismo ocurre en todos los demás lugares donde presencié concelebraciones. En Madrid no. Hay tres latitudes. La primera reservada al cardenal. La segunda al maestro de ceremonias. Y la tercera a los demás concelebrantes principales.

No tengo ni idea de si eso responde a la voluntad del cardenal madrileño, que no es un liturgista, o a ocurrencias del siempre omnipresente Andrés Pardo. Que igual se le ha ocurrido que ese es el modo perfecto de concelebrar. Y los liturgistas son muy suyos. Aunque a cada uno se le ocurra cualquier genialidad. Yo cada vez pienso más que, de los liturgistas, liberanos Domine.

Sea idea del cardenal, de Andrés Pardo, o de ambos en comandita, a mi no me gusta. No me parece bien, en la concelebración principal, ver a alguien en tercer término, y menos si es otro cardenal de la SRI. Detrás de un simple cura como lo es el "maestro de ceremonias". Salvo que ese liturgista, o sea nada, un simple ayudador de la ceremonia, quiera buscarse un lugar distinguido. Qué se le vea. La tercera intervención en el canon no pudimos saber quien la hacía. Alguien que estaba detras de Andrés Pardo.

El cardenal, siguiendo sin duda los deseos de Benedicto XVI, entonó el Padre Nuestro en latín. Sin el menor problema. La gente, o una buena parte de ella, lo cantó perfectamente. Y si algún joven lo desconoce lo aprenderá sin mayor dificultad.

Espectacular la inmensa procesión de sacerdotes, a quienes siguieron los obispos, por la calle de Bailén para llevar el féretro a su tumba en la cripta. Los automovilistas que la presenciaran debieron quedar asombrados.

Acto hermoso, acto que Don Uxío, Don Eugenio, se merecía. Y ahora mi crónica rosa episcopal. Al final de la ceremonia se tropezaba cualquiera con numerosos obispos. De retirada. Yo también. Reconocí a dos de los obispos que yo llamo yogurines y que no necesito decir que son mis favoritos. Y, en mi opinión, la esperanza de la Iglesia de España. No os voy a decir quienes eran pero ellos recibieron mi agradecimiento y creo que yo, también, su afecto.

También vi a un obispo, que yo creo es un excelente obispo, pero a quien le dediqué páginas ingratas. Me acerqué a él y le dije quien era. Sin arrogancia, por supuesto. Me quedé encantado de haberlo hecho. Ahora siento muchísimo haberle causado dolor a su anciana madre. Son daños colaterales que uno no busca. Pero que ocurren. Desde aquí quiero decirle a esa señora que tiene un hijo estupendo. Y un muy buen obispo. Con el que a veces uno puede discrepar, por alguna actuación suya, con razón o sin ella por mi parte. Me alegro muchísimo de haberme aproximado a él y de haber quedado para vernos y fumarnos un pitillo. La generosidad ha sido la suya. Yo me siento perdonado. Y él sabe, aunque también se lo dije, que me cae, por todo lo demás, muy bien. Quiero pensar, señor obispo, que ha nacido una amistad. Sin la menor duda por tener usted un corazón perdonador. Creo que lo mejor que he hecho esta tarde es acercarme a usted.

Y ahora de los obispos de los que puedo hablar. Porque son eméritos. Me tropecé con uno a quien no reconocí. Le pregunté quien era y me dijo que el emérito de Huelva. No me identifiqué porque no era obispo de quien yo solía hablar bien pero le encontré con excelente aspecto. La enfermedad que sufrió en los últimos tiempos de su pontificado parece que la tiene absolutamente superada.

También me crucé con Don Elías Yanes. Muy acabado. Preocupantemente acabado. Iban él y su boina. Nadie más. Me dio tanta pena que hasta pensé en decirle si quería le llevase a algún lado. No me atreví. Aunque pensé que si me preguntara quien era le hubiera dicho que Pedro Pérez.

Por último, un gran gozo. Me pareció reconocer a Don José Cerviño. Tercer obispo de mi diócesis natal desde que nací. Y el mejor en estos últimos setenta años. Lo era. Próximo a los noventa años, debe tener ochenta y siete, está estupendo. Simpático, lúcido, al tanto de todo. Le recordé una historia de un viejo sacristán de Santiago de Vigo, que mandaba más que el párroco, y al que, como un cura foráneo le preguntara por el nombre del obispo para mencionarlo en la misa, le contestó: Es igual: llevamos cuarenta años rezando por nuestro obispo José y con escasísimo resultado. Eran Fray José López Ortiz, José Delicado, José Cerviño y José Diéguez, el actual obispo de Tuy-Vigo.

Pues por Don José Cerviño rezamos bien. Dios nos envió en él a un excelente pastor. No sabe bien, Don José, la ilusión que me hizo saludarle y recibir su bendición. Y, querido Juanjo, aunque de clergyman me costara reconocerte, este verano comemos. Y si te traes a ese otro cura tan simpático, el que no es el vicario general, mejor que mejor.
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