A Sistach le voló el capelo

Sigue comentándose la promoción cardenalicia del arzobispo primado. Con elogios de unos y enfados de otros. Yo he de decir que me alegro mucho. No tuve especiales simpatías por el teólogo Cañizares, y alguna cosa le podría reprochar. Pero desde que le hicieron obispo ha estado bien o muy bien.

La preterición de Sistach ha sido, en esa barbaridad que ha tenido gran éxito, “ostentórea”. Supongo que habrá tomado nota y que procurará hacer méritos para el próximo consistorio. Que seguramente será su última oportunidad. Si el próximo consistorio se celebra dentro de tres años, como sería normal, el arzobispo de Tarragona tendría ya setenta y dos años. Y en el siguiente estaría con la renuncia presentada. Sería una especie de nombramiento in articulo mortis que apenas le daría tiempo a disfrutar de la púrpura. Porque no es lo mismo ser cardenal arzobispo de Barcelona, con su solideo rojo en todos los actos de la diócesis y fuera de la diócesis que cardenal arzobispo emérito de Barcelona cuando apenas hay actos y ya nadie se acuerda de él. No hay más que ver lo que luce la púrpura en su actual situación el cardenal Carles, el cardenal Álvarez Martínez o el cardenal Suquía.

Sus amigos lanzan la especie, para intentar salvarle la cara, que le ocurrió lo que al arzobispo de París, monseñor Vingt-Trois. Como aún tenían derecho a asistir al Cónclave sus antecesores en las respectivas archidiócesis, los cardenales Carles y Lustiger, no se quiso que hubiera dos representantes de una misma sede en un eventual cónclave que se reuniera por fallecimiento del actual Pontífice. Si tenemos en cuenta que el arzobispo emérito de París cumple los 80 años el 17 de septiembre de 2006 y el emérito de Barcelona exactamente una semana después, parece de muy poca entidad la disculpa. Máxime cuando participaron en el último cónclave dos cardenales de Milán, el emérito Martíni y el actual Tettamanzi y dos Patriarcas de Venecia, el emérito Ce y el actual Scola.

La Iglesia en Cataluña agoniza. La política eclesial catalanista ha conseguido echar de los templos a los catalanes de raíz y a los inmigrantes. Y no digamos ya de los seminarios. Benedicto XVI pensó que Cataluña no se merecía el premio del cardenalato. Y con el agravio comparativo de dárselo a Toledo. Archidiócesis de muchísima menos importancia que la catalana y con un arzobispo ocho años más joven que el de Barcelona. Si alguien podía esperar con tranquilidad el capelo era Don Antonio Cañizares. Tenía cuatro o cinco consistorios en los que aún le podía llegar. Pues, Benedicto XVI no lo dudó. Premio a Toledo y castigo, o a lo menos amonestación, a Barcelona. Yo, si fuera Martínez Sistach, tomaría nota. La Iglesia en Cataluña no tiene contento al Papa.
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