¡Viva el relativismo! O la insignificante levedad de José Antonio Marina.

A José Antonio Marina se le ha dado una importancia exagerada. No es nada. O apenas nada. Diez años después de su muerte nadie sabrá quien es. E incluso hoy la inmensa mayoría de los españoles y el 99,999% de los extranjeros ignoran su existencia. Y todavía tendría que haber puesto algunos nueves más.
Acaba de hacer unas declaraciones sobre Educación para la Ciudadanía. Totalmente prescindibles. ¿A quién importa lo que opine Marina?
Pero no quiero centrar este artículo en la levedad de su persona. Que no me interesa nada. Sólo quiero señalar que la inmensa mayoría de los personajillos que llenan las páginas de los periódicos y que parecen ídolos de la actualidad, son de una identidad tan relativa, tan insignificantemente relativa, que no diré sean flor de un día pero sí de muy pocos años. Después, la nada. Pues como para hacer el más mínimo caso de su opiniones.
En todos los espacios. ¿Quién se acuerda hoy de Ortega? Con lo que fue. O de Fangio. O del cardenal Bea. O de la gran mayoría de los premios Nobel. Leopoldo Calvo Sotelo no es ni recuerdo para la mayoría de los españoles. Y todavía está entre nosotros. González, Aznar, Zapatero, Rajoy dentro de no muchos años significarán a todos lo mismo, o menos, que el general Rodil o Chapaprieta. Es decir, nada.
Pues, relativicemos. No hagamos mitos de personajillos de barro. Ha dicho Boff... ¿Pero quién es Boff? O Tamayo, Olegario, Sobrino o Castillo. Centrémonos en valores absolutos y dejemos a todos estos Pepiños Blancos de pacotilla en su lugar. Y me es igual que algunos hayan pasado por la Universidad que eso hoy, en la mayoría de los casos, no añade apenas nada. Unos serán corrutos, otros inetos, perfeto ninguno.
El gran duque de Gandía, después santo insigne de la Iglesia, decidió en un momento de su vida no servir más a señor que en gusanos se convierta. Vivimos días de exaltación no ya de quienes devendrán gusanos sino que casi lo son ya.
¿Qué más da la opinión de Marina? ¿Quién es Marina? Si alguien decidiera no leer jamás ninguno de sus libros puede estar seguro de que no perdería nada. Más bien ganaría no poco.
Como quien prescindiera de los discursos de Rajoy o de Montilla, de Zapatero y Aznar. O de los textos de Küng y demás compañeros de la contestación eclesial. No digo ya de las "poesías" de Casaldáliga.
No faltará quien interprete esto como un canto al analfabetismo. Seguramente algún admirador del citado Pepiño. Claro que hay cosas excelentes que leer. Y cuanto más mejor. Pero es necio perder el tiempo. En primer lugar porque huye. Y el que has perdido no lo recuperarás. Y en segundo, porque si lees estupideces corres el riesgo de creértelas. Sobre todo si no tienes un poso de saberes que te permitan discernir lo que es estúpido.