El cardenal de Madrid.

Es Don Antonio María Rouco el obispo más odiado por la Iglesia de la contestación. Si es que Iglesia se le puede llamar a eso pues caben no pocas dudas. Coinciden en ello con todos los que se declaran enemigos de la institución eclesial. Un día sí y otro también es insultado en diversas tribunas, escritas o habladas, con el estilo más zafio. Todo ello bastaría para que cualquier persona normal, por escasa capacidad deductiva que tuviera, llegara a la siguiente conclusión. Si es el más odiado por lo peor de la Iglesia y de fuera de la Iglesia, el más insultado, el que más les irrita, es que debe ser el mejor.

Por eso me pareció especialmente villano que lo peor de la Conferencia episcopal, captando algún voto más entre bobos que también se dan entre los obispos, impidieran, por un solo voto, que fuera reelegido para un tercer mandato al frente de la Conferencia episcopal. Y para ponernos a Blázquez. La conjunción de malos y bobos, a no pocos de estos últimos los quiero suponer ya muy arrepentidos, me trae a la memoria aquel último y heroico mensaje del Cuartel de Simancas: "Disparad sobre nosotros. El enemigo está dentro.

En días preocupados por el porvenir de España, el cardenal de Madrid ha tomado una acertadísimo resolución. Creo que ha sido el primero en hacerlo -si se le hubiera adelantado algún otro obispo, daré encantado su nombre-, y, ojalá, se le sume la mayoría del episcopado. Disponer oraciones públicas por España. Por la preocupante situación de España. Yo no sé si sólo la ayuda de Dios puede alejarnos de este precipicio al que nos empujan. Pero sí sé que la oración puede mucho. Hasta conseguir que Dios vuelva a mirar con amor a esta nación que se quiso tan suya en la historia.

Gracias, señor cardenal, por una disposición tan eclesial y tan patriótica. Bien sabe usted que los de siempre, de dentro, si a eso se le puede llamar dentro, y de fuera de la Iglesia, van a multiplicar insultos. Pero también sabe que ha cumplido con su deber y con su conciencia y que la inmensa mayoría del catolicismo español le admira y le quiere.

En lo que a mí me toca, tan acostumbrado también al insulto, sólo quiero decirle, además, que me encanta compartirlos con usted. Y por usted. Míreme, salvando todas las infinitas distancias, como a un pobre Cireneo que quiere ayudarle a llevar su cruz.
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