Los obispos también responden de sus actos.

Los obispos son todos mayorcitos. Y generalmente se dan cuenta de lo que hacen y de sus consecuencias. A veces desde el primer momento porque lo hecho es querido a conciencia y otras poco después, cuando les señalan la repercusión de lo que han hecho. Aunque muchas veces prefieran sostenella y no enmendalla. Porque su humildad no es tanta y tienen también su orgullito, su amor propio y su vanidad.
Estoy seguro de que el cardenal Nostach está arrepentido de no haber hecho en su momento lo que debió hacer con el cura que pagó abortos. Una simple nota que dijera: el señor cardenal llamó a palacio al sacerdote que declaró haber costeado abortos, le reprochó sus penosas declaraciones y le manifestó que de repetirlas sufriría la correspòndiente pena canónica. Todo habría seguido igual, el cura en su parroquia y el cardenal como los ángeles. No quiso, o no supo, y ahora llevará hasta su muerte el sambenito de ser el arzobispo que sostiene a curas que costean esas horribles actuaciones. Pues él se lo ha buscado.
Entiendo perfectamente que el cardenal Rouco suscite simpatías y antipatías. También pienso que unas y otras no deberían sacarse a la plaza pública. Al obispo de Guadix, a título de ejemplo, puede caerle muy antipático el de Ciudad Rodrigo o el de Orihuela. Y será normal que no le felicite las Pascuas o no acuda a la celebración de sus bodas de oro sacerdotales. Pero no estaría bien que diera de ello tres cuartos al pregonero.
Pues, mutatis mutandis, lo del día 28. En unos a ciencia y conciencia y en alguno sin pensarlo, quisieron hacer pública su oposición al acto que organizó el cardenal Rouco. No sólo no iban a estar sino que convocaban algo alternativo y con efectos disuasorios en sus diócesis. Es evidente que podían hacerlo. Entra en sus facultades episcopales. Pero a no pocos también les parece evidente que no deberían haberlo hecho. Como liquidación de rencillas.
Ello pilló con el pie cambiado a otros obispos a quienes les parecía muy bien el acto de Madrid, deseaban de todo corazón el éxito del mismo pero que no pensaban asistir. En primer lugar porque no tenían ninguna obligación y después por los motivos que fueren. Años, cansancio, pereza, otras obligaciones diocesanas... Y se han visto colocados, sin comerlo ni beberlo, en el respaldo o la oposición. En el conmigo o contra mi. Porque ya los están contando. Y no he sido yo el primero. Éste va, éste no va... Se da, además, una circunstancia añadida. Para los enemigos de la Iglesia lo bueno es no ir. Y los obispos buenos, para esto, según ellos, hay obispos buenos, cuando de verdad piensan que todos son malos, son los que no van.
Como es normal yo pienso todo lo contrario. Y da la casualidad, o tal vez no sea casualidad, que todos los obispos que me parecen buenos, salvo alguna excepción seguro que más que justificada, vienen. Y todos los que me parecen malos, hasta el momento sin ninguna excepción, no. Y me refiero a malos como obispos, siempre en mi opinión, no a malas personas. Que alguna también hay. Y que de momento tampoco viene.
La nómina de obispos asistentes o no que vengo publicando no es la revelación de ningún secreto. Es simplemente relacionar obispos que apoyan la misa de la plaza de Colón con su presencia, obispos que han manifestado que no quieren estar allí y que han montado sucedáneos sin la menor raigambre en sus diócesis y preguntar si van a estar presentes algunos que no sabemos. Eso es todo.
Parece que para alguno eso es fomentar la división. Pues como si alguien dice que es antimadridista el que publica que el Real Madrid perdió ante el Barcelona. La culpa de esa derrota la tendrían los jugadores que no supieron ganar. No quien da cuenta del resultado.