Pues si queréis hablamos de la Orden de la Merced.

Se dice que no hay peor sordo que el que no quiere oir. Pues parece también que hay gente que dice leer y son ciegos. Y yo no escribo en braille.

En mi artículo sobree el convento mercedario de Madrid no hice la menor crítica de los mercedarios. Creo que están en su perfecto derecho de conservarlo, venderlo, regalarlo,convertirlo en oficinas, lo que les parezca. Que para eso es suyo. Además daba por seguro que, hicieran lo que hicieren bien hecho estaba. Y que si sacaban un dinero, por venta o alquiler, también estaba convencido de que iba a ser bien empleado en finalidades propias de la Orden. Y no en juergas, cuchipandas o buena vida.

Luego dije que como son pocos y viejos cada vez podrán hacer menos cosas. Y no lo decía exclusivamente de los mercedarios sino aplicado a la gran mayoría de religiosos y religiosas.

En mi Galicia natal, y muy cerca de mi ciudad, tienen el hermoso monasterio de Poyo. Inmenso y muy difícil de mantener. Fue un lugar señero de la Orden durante un siglo. Espiritual e intelectualmente. Después del Concilio aquello comenzó a decaer y hoy me parece recordar que buena parte del inmueble es un hotel.

Los mercedarios que quedan allí, y muchos gallegos recordarán lo que eran aquellas Salves de los sábados cantadas por una muy lucida comunidad, no creo que pasen hoy de media docena. Y en general ancianos.

Yo no tengo la menor manía a los mercedarios sino gran admiración por todo lo que fueron. Creo que sólo hablé una vez críticamente de unas declaraciones de Fernández Barrajón que me parecieron estúpidas. Y así lo dije. Creo que jamás dirigí otra crítica ni a la Orden ni a ningún otro miembro de ella. Es más, tuve una buena amistad con un obispo mercedario, ya fallecido, Don Amadeo González Ferreiros. A quien traté en Madrid una vez que renunció a su obispado brasileño. Y con quien me sentía enormemente identificado.

Pero para que se vea que no me invento nada diré que los mercedarios eran en 1959 novecientos noventa y ocho y en el 2005 stecientos treinta y cinco. Han perdido el 25% de sus efectivos en menos de cincuenta años. Y los datos son incontrovertibles porque están tomados de Anuario Pontificio.

Ahora ya lo que voy a decir es suposición mía. Si estuviera equivocado alguien me lo rectifica, con datos ciertos, y lo acogeré encantado.

Estoy convencido de que esos setecientos treinta y cinco unos trescientos deben ser mayores de setenta años. Y ciento cincuenta más deben estar entre los seseta y los setenta. Quedarían pues menores de sesenta años menos de trescientos frailes, buena parte de ellos más próximos a los sesenta que a los veinte. Más o menos esa debe ser la realidad. Pues ustedes me dirán sobre cual va a ser el futuro a corto plazo. Porque a largo parece que será la nada.

Decir la verdad puede ser que moleste a algunos. Pero la culpa de esa molestia será la verdad y no quien la dice.
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