Los Laicos y la Llamada Universal a la Santidad
Femenino y masculino son inclusivos y se usan indistintamente
Hasta hace poco tiempo, la santidad parecía patrimonio de los célibes, religiosos y sacerdotes. El concilio incluyó en la constitución sobre la Iglesia un capítulo titulado Vocación universal a la santidad (LG cap. 8)
Probablemente haya habido un cambio de mentalidad a partir de ese documento. De hecho hay procesos de canonización de laicas y laicos, algunos de ellos felizmente resueltos. ¿Será su número suficiente como para alcanzar a los religiosos? Es lo de menos. Lo que importa es que de ahora en adelante hubiera un equilibrio; pero no va a ser fácil, porque el costo de una beatificación o canonización es –sin contar los regalos a los cardenales y a algunos altos funcionarios- muy subido, por los pasos que hay que dar y las personas a las que hay que emplear. Si no las asume la diócesis o la institución religiosa a la que hayan estado ligadas, es prácticamente imposible que las laicas lleguen a los altares. Mirando cuántos y quiénes han sido canonizados, es fácil sacar la conclusión de que los santos están principalmente entre los religiosos y sacerdotes.
Esta suposición suele quedar justificada con algunas fórmulas teológicas, como vida de perfección. Los obispos son creyentes que han adquirido la perfección cristiana. Los religiosos están en el camino de la perfección y en proceso de adquirirla. Para las laicas queda la salvación, que, al parecer, tiene menos rango que la santidad o la santificación. Desmontar estas ideas, que pueden encontrarse en libros importantes de la Iglesia requiere que desmontemos dos conceptos teológicos muy extendidos. La consagración, acompañada de las expresiones vida consagrada o personas consagradas y la fórmula entrega total.
Estaría bien usar la palabra consagración para todos los cristianas, puesto que todas las personas bautizadas estamos consagradas a Dios. Los religiosos se atribuyen un don de Dios que tenemos todas las personas bautizadas. Y si se refieren a una nueva consagración, habrá que decir que ese uso es incorrecto e inapropiado. El matrimonio cristiano, ¿no sería también una nueva consagración de Dios y para Dios? Habrá que buscar otra terminología. Y si a la consagración se le une la palabra dignidad, habrá que decir nuevamente que es mejor no mencionar la dignidad del sacerdote, porque es inferior a la dignidad del cristiano. O ¿no recordamos lo que dice el concilio sobre este punto, remarcándolo con una cita de San Agustín?
“Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad”. “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32b.c). “Si me asusta lo que soy para vosotros, también me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste una gracia; aquél (el de obispo) indica un peligro, éste (el de cristiano), la salvación”. (San Agustín, citado en LG 32d.)
La entrega total es otra de las expresiones que justifican el uso de vida de perfección para el colectivo de las religiosas y sacerdotes. Quienes usan esta fórmula no parecen darse cuenta de que la entrega total es patrimonio y don de todas las personas que somos de Cristo Jesús; y que cada cual la realiza según su propia vocación. ¿Puede desprenderse de sus bienes la persona que se casa y tiene que alimentar a su familia, ella sola o con su pareja? Aquí, en El Salvador, un misionero, aunque no tenga carro, vive con mejores condiciones de vida que la mayor parte de la población. Y, sin embargo, yo tengo la entrega total que ellos no tienen.
¿No debiéramos desmontar y abandonar ambos conceptos, que han calado profundamente en las personas y en todo el cuerpo y gobierno de la Iglesia? Y con la mentalidad dominante ¿cómo puede realizarse el siguiente párrafo, que es del mismo concilio? “La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las naciones, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo, sin la presencia activa de los laicos (AG 21-a). Con la formación que damos a la gente, ¿habrá que sorprenderse de que este texto no sea conocido? O ¿de que se aplique solamente a la acción intraeclesial?
Otra cosa es la realización práctica de nuestra consagración, dignidad y entrega total a Jesús y su causa. Y otra cosa también, poner en primer plano nuestros méritos, virtudes y santificación personal, con una gran desviación del centro del evangelio, que radica en amar y seguir a Jesús y proseguir su causa, que fue y es el Reino de Dios. Porque en el primer plano no está MI santificación, sino el Reino de Dios. En el centro de la circunferencia no debe estar mi YO, aunque se hable de santificarse, sino Jesús y el Reino de Dios. El YO ha de estar siempre en la periferia.
Hasta hace poco tiempo, la santidad parecía patrimonio de los célibes, religiosos y sacerdotes. El concilio incluyó en la constitución sobre la Iglesia un capítulo titulado Vocación universal a la santidad (LG cap. 8)
Probablemente haya habido un cambio de mentalidad a partir de ese documento. De hecho hay procesos de canonización de laicas y laicos, algunos de ellos felizmente resueltos. ¿Será su número suficiente como para alcanzar a los religiosos? Es lo de menos. Lo que importa es que de ahora en adelante hubiera un equilibrio; pero no va a ser fácil, porque el costo de una beatificación o canonización es –sin contar los regalos a los cardenales y a algunos altos funcionarios- muy subido, por los pasos que hay que dar y las personas a las que hay que emplear. Si no las asume la diócesis o la institución religiosa a la que hayan estado ligadas, es prácticamente imposible que las laicas lleguen a los altares. Mirando cuántos y quiénes han sido canonizados, es fácil sacar la conclusión de que los santos están principalmente entre los religiosos y sacerdotes.
Esta suposición suele quedar justificada con algunas fórmulas teológicas, como vida de perfección. Los obispos son creyentes que han adquirido la perfección cristiana. Los religiosos están en el camino de la perfección y en proceso de adquirirla. Para las laicas queda la salvación, que, al parecer, tiene menos rango que la santidad o la santificación. Desmontar estas ideas, que pueden encontrarse en libros importantes de la Iglesia requiere que desmontemos dos conceptos teológicos muy extendidos. La consagración, acompañada de las expresiones vida consagrada o personas consagradas y la fórmula entrega total.
Estaría bien usar la palabra consagración para todos los cristianas, puesto que todas las personas bautizadas estamos consagradas a Dios. Los religiosos se atribuyen un don de Dios que tenemos todas las personas bautizadas. Y si se refieren a una nueva consagración, habrá que decir que ese uso es incorrecto e inapropiado. El matrimonio cristiano, ¿no sería también una nueva consagración de Dios y para Dios? Habrá que buscar otra terminología. Y si a la consagración se le une la palabra dignidad, habrá que decir nuevamente que es mejor no mencionar la dignidad del sacerdote, porque es inferior a la dignidad del cristiano. O ¿no recordamos lo que dice el concilio sobre este punto, remarcándolo con una cita de San Agustín?
“Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad”. “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32b.c). “Si me asusta lo que soy para vosotros, también me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste una gracia; aquél (el de obispo) indica un peligro, éste (el de cristiano), la salvación”. (San Agustín, citado en LG 32d.)
La entrega total es otra de las expresiones que justifican el uso de vida de perfección para el colectivo de las religiosas y sacerdotes. Quienes usan esta fórmula no parecen darse cuenta de que la entrega total es patrimonio y don de todas las personas que somos de Cristo Jesús; y que cada cual la realiza según su propia vocación. ¿Puede desprenderse de sus bienes la persona que se casa y tiene que alimentar a su familia, ella sola o con su pareja? Aquí, en El Salvador, un misionero, aunque no tenga carro, vive con mejores condiciones de vida que la mayor parte de la población. Y, sin embargo, yo tengo la entrega total que ellos no tienen.
¿No debiéramos desmontar y abandonar ambos conceptos, que han calado profundamente en las personas y en todo el cuerpo y gobierno de la Iglesia? Y con la mentalidad dominante ¿cómo puede realizarse el siguiente párrafo, que es del mismo concilio? “La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las naciones, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo, sin la presencia activa de los laicos (AG 21-a). Con la formación que damos a la gente, ¿habrá que sorprenderse de que este texto no sea conocido? O ¿de que se aplique solamente a la acción intraeclesial?
Otra cosa es la realización práctica de nuestra consagración, dignidad y entrega total a Jesús y su causa. Y otra cosa también, poner en primer plano nuestros méritos, virtudes y santificación personal, con una gran desviación del centro del evangelio, que radica en amar y seguir a Jesús y proseguir su causa, que fue y es el Reino de Dios. Porque en el primer plano no está MI santificación, sino el Reino de Dios. En el centro de la circunferencia no debe estar mi YO, aunque se hable de santificarse, sino Jesús y el Reino de Dios. El YO ha de estar siempre en la periferia.