¿Le falta algo a la pasión de Cristo?

El sufrimiento de Cristo tiene repercusiones en la carne humana del creyente. Pues el cristiano debe conformarse con la muerte de Cristo. Y siempre falta algo en nuestra carne para que se realice esta conformidad perfecta con Jesús

Decir que hace falta completar lo que falta a la pasión o a las tribulaciones de Cristo puede parecer herético, puesto que nada falta al valor redentor de la Cruz. Y, sin embargo, esto es lo que se dice literalmente en la carta de san Pablo a los Colosenses (1,24): “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. Al respecto notaba Santo Tomás de Aquino: “estas palabras, superficialmente tomadas, pueden entenderse mal, en el sentido de que la pasión de Cristo no fue suficiente para la redención, sino que fue necesario para completarla añadirle las pasiones de los santos. Pero esto es herético, porque la sangre de Cristo es suficiente para la redención no de uno, sino de mil mundos”.

Nosotros no podemos añadir nada al sufrimiento redentor de Cristo. Y, sin embargo, este sufrimiento tiene repercusiones en la carne humana del creyente. Pues el cristiano, en quién Cristo vive por la fe, el bautismo y la eucaristía, debe conformarse, identificarse con la muerte de Cristo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo”. Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo, es necesario llevar “en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús” (2 Cor 4,10). Siempre falta algo en nuestra carne para que se realice esta conformidad perfecta con Jesús.

Comentando este texto de Col 1,24, recuerda Tomás de Aquino que la Iglesia, o sea todos los cristianos, son el Cuerpo de Cristo. Por eso, lo que falta a la pasión de Cristo se refiere a toda la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo. “Completo, esto es, añado mi granito de arena. Y esto en mi carne, es a saber, padeciendo yo mismo. O lo que resta de padecer a mi carne. Pues esto faltaba, que así como Cristo había padecido en su cuerpo, así padeciese en Pablo, miembro suyo, y de manera semejante en los demás miembros”.

¿Por qué este sufrimiento, qué utilidad pueden tener para el cristiano los dolores y tristezas? ¿Por qué debemos llevar en nosotros la muerte de Jesús? Porque la Cruz de Cristo debe ser proclamada en el mundo, no solo con palabras, sino también con obras. El cristiano es una predicación viviente del Señor crucificado y resucitado. Si como dice san Pablo, nosotros solo queremos “saber a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2,2), es necesario que vivamos esto en todo nuestro ser. No solamente en nuestro espíritu (a base de meditaciones sobre la pasión de Cristo), sino también en nuestro cuerpo, por los ultrajes, las persecuciones y las aflicciones vividas por el nombre de Cristo. Así Cristo nos asocia a su pasión, y los dolores que encontramos en nuestra vida cristiana nos convierten en testigos vivos y poderosos del Crucificado.

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