Las vueltas que da la vida

Rehabilitar a una persona u ofrecerle una segunda oportunidad tiene que ser un motivo de alegría

Estos días he tenido ocasión de leer que, al poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, le habían levantado todas las “suspensiones” eclesiales que le impusieron en tiempos pasados. Allá por los años 60 del siglo pasado, algunos teólogos a los que se les había prohibido enseñar fueron rehabilitados y llamados a participar, como asesores teológicos, en el Concilio Vaticano II. Rehabilitar a una persona u ofrecerle una segunda oportunidad, tiene que ser un motivo de alegría. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Las sanciones eternas son diabólicas.

En ocasiones, las rehabilitaciones son un modo, bien de reconocer la parte de justicia que había en aquellas actitudes que provocaron la sanción, o bien de valorar los cambios que se han dado en la vida del sancionado. Guardando las debidas distancias, porque no se trata de “pecadores” (en todo caso, pecadores somos todos, y seguramente más pecadores que ninguno los que nos creemos justos), cabría aplicar aquí eso de la gran alegría que hay en el cielo cuando un pecador se convierte. Lo que ocurre en el cielo debe tener su traducción en la tierra. ¿Buscamos que haya muchas alegrías en la tierra o nos empeñamos en mantener las tristezas?

En la Iglesia tenemos que hacer un gran esfuerzo para comprendernos y entendernos y, sobre todo, para comprender la parte de verdad que hay en aquellas posiciones distintas a las nuestras. Si la Iglesia fuera un ejemplo de buenas comprensiones, es posible que fuera un estímulo para otras realidades en las que las comprensiones son incluso más difíciles, porque parece que viven, no de la comprensión, sino de la oposición. Pienso, por ejemplo, en los discursos de nuestros políticos que vamos a escuchar hasta el día de las próximas elecciones. ¿Sería posible que algún dirigente político dijera una buena palabra sobre el dirigente de otro partido, que le reconociera alguna cosa buena? La Iglesia debería ser ese recinto en donde la comprensión fuera lo habitual, lo normal.

La vida da muchas vueltas. Para algunos las vueltas llegan tarde. Pero pensar en las vueltas que da la vida debe ser un motivo de esperanza o, al menos, un motivo para no desesperar, para no echarlo todo a perder. Nuestra santa de Ávila decía que la paciencia todo lo alcanza. Todo si pensamos en clave escatológica. Pero si pensamos en clave temporal, la paciencia, a veces, nos da agradables sorpresas. Las cosas tienen su tiempo. Tenerlo en cuenta, ayuda a los poderosos a obrar de otra manera. Y para los que esperan los cambios, ver las cosas desde la perspectiva de su tiempo limitado, ayuda a pensar que “no pasa nada, porque todo pasa”.

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