"Y el corazón tiene sus ritmos, sus reglas, su lenguaje" (Nuccio Ordine) Mirar y pensar con el corazón

Mirar y pensar con el corazón
Mirar y pensar con el corazón

"El sentimiento ha de formar parte de todo juicio, enriqueciendo la reflexión con la experiencia. De lo contario, al verbalizar, se pierde la realidad"

"Este modo de mirar y pensar la realidad fue muy practicada en la Antigüedad. Siguió siéndolo en numerosos maestros del espíritu a lo largo de la historia del cristianismo  -San Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Madre Teresa de Calcuta, etc.,- y en bastantes de los grandes literatos y filósofos que han existido"

"Sentimientos susceptibles de ser experimentados cuando se mira y se piensa con el corazón"

"El corazón es necesario para captar lo esencial. Y el corazón tiene sus ritmos, sus reglas, su lenguaje. Es preciso ante todo liberarse del culto a números y cifras"

"¿En qué consiste ver con el corazón? En su diálogo con el zorro, hablan sobre lo que significa 'domesticar', 'crear lazos', tener 'relaciones afectivas', 'sobre las diversas formas en las que pueden articularse', sobre la 'reciprocidad', sobre 'el tiempo que requiere', 'mucho tiempo'"

"Para captar lo esencial 'invisible a los ojos', es necesario cuidar las cosas que amamos. Regar la rosa, protegerla con una campana de cristal y con un biombo, limpiarla de parásitos, escucharla en la alegría y en el sufrimiento"

"Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa"

4. El mirar y pensar con el corazón

En todo este ámbito de progreso personal en la búsqueda y conocimiento de Dios, de maduración espiritual, mi experiencia, desde hace ya bastantes años, me sigue confirmando en la necesidad de aprender también a ‘pensar con el corazón’, en expresión de Rilke (Wiesenthal, Rainer Maria Rilke, Barcelona 2015, págs. 13, 67 y 520-528). Dicho sea de paso, mirar y pensar con el corazón es igualmente indispensable en relación con las situaciones sociales y políticas a evangelizar y en las que estamos llamados a participar, de modo activo, a fin de completar la creación. Mirar, pensar y actuar con el corazón es especialmente necesario en grupos y comunidades religiosas. Tan documentado biógrafo lo configura así: 

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“… esa difícil sabiduría exige unir el instinto al método, y sumar a todo una severa exigencia de la verdad. Pensar con el corazón no es ‘eliminar la razón’, discurriendo sin método y sin lógica, de forma arbitraria; sino iniciarse en un proceso diferente de comprensión. Se trata de que el sentimiento forme parte de todo juicio, enriqueciendo la reflexión y la lógica con experiencias muy personales” (Ibidem, pág. 67).

a. Una  valoración general en la cultura actual

Esta manera de percibir la realidad de la persona humana es “infinitamente más rica que nuestra razón y,  por eso, una inmensa parte de la realidad se pierde cuando la verbalizamos” (Wiesenthal, Ibidem, pág. 13). ¡Magnífica enseñanza! 

La experiencia, como digo, nos enseña que se puede superar la mera abstracción conceptual y, sin prescindir de la misma, completar el conocimiento racional adquirido. “Entendemos mejor a un amigo cuando le miramos a los ojos y le estrechamos la mano” (Wiesenthal, Ibidem, pág. 13); cuando conversamos con él y le escuchamos, de modo directo e inmediato en nuestro interior más íntimo; cuando padecemos con los que sufren, sea cual sea el motivo. Servimos mejor al ser humano cuando, en el ocaso cerrado de su vida, le rodeamos con nuestro abrazo y le estrechamos con firmeza su débil cuerpo y su mano, ya un tanto fría. Lo he comprobado en diferentes ocasiones. El amigo y hermano, o quien quiera que éste sea, se siente comprendido y agradecido, reconfortado, aunque apenas se crucen palabras. Hay gestos  que lo dicen todo y  que no es necesario explicar ni verbalizar. Basta con realizarlos por y con amor. La comunicación, la comprensión, el amor se expresan, incluso intensamente, con gestos distintos, que llegan al otro, se comparten y le ayudan a echar a volar al encuentro con el origen de toda luz. 

Personalmente, no atesoro duda alguna sobre este tipo de conocimiento, que completa los logros de la razón. Esta sabiduría, por cierto, fue muy querida y practicada en el mundo anterior a la venida de Jesús. Siguió siéndolo en numerosos maestros del espíritu a lo largo de la historia del cristianismo -San Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Madre Teresa de Calcuta, etc.,- y en bastantes de los grandes literatos y filósofos a lo largo de la historia. En efecto, en las páginas de Nuccio Ordine, Los hombres no son islas, Barcelona 2022, podemos pasar revista a una amplio elenco de textos clásicos que nos invitan a entender que ‘vivir para los demás’, en este mundo de la ‘globalización de la indiferencia’ (Francisco), dotará de sentido e iluminará nuestras vidas.

Al tratar de vivir como vivió Jesús -imitar los relatos de humanización en la vida de Jesús- se puede llegar a adquirir un conocimiento específico, fruto de multitud de matices y sensaciones, de sentimientos y de reciprocidades, de múltiples y diferentes perspectivas, de alegrías y penas compartidas, que se experimentan y se sienten, y que superan el conocimiento abstracto que nos aporta la razón. Es posible, sin duda,  experimentar  “la emoción, el afecto, la piedad, la ternura, el sufrimiento, la pobreza, la delicadeza, el buen gusto, el amor y la fe” (Wiesenthal, Ibidem, pág. 79), la prudencia, la proximidad y la cercanía, la ilusión de  vivir y la misericordia, la tolerancia, la justicia, la paz de la conciencia, la desesperación, la paciencia y la esperanza, la realización del bien y la felicidad de aquellos a quienes Jesús llama bienaventurados. Todo ello es muy enriquecedor y supera con mucho cualquier abstracción racional. Todo ello propicia la madurez del espíritu y  la grandeza del servicio a los demás completando así la obra de la creación.

En todo este marco de sabiduría, siempre en un orden diferente al conocimiento racional, se ha de aludir a ‘esa inteligencia espacial muy viva’ (Wiesenthal, Ibidem, pág. 166) de la que están dotadas ciertas personas. La mujer, en general, suele entender mejor estas cosas del mirar y del pensar, así como del actuar, con el corazón

“Ven las cosas con una mirada distinta, las ordenan y las valoran con criterios originales, y las contemplan de un solo golpe, en su dimensión y en su sentido total. Rilke comenzará pronto el aprendizaje de esta misteriosa sabiduría, tan difícil de alcanzar, ya que no desdeña ni desprecia el detalle. Y en sus últimos años, podrá escribir: ’He conseguido la singular felicidad de haber vivido a través de las cosas’. Poco a poco se dará cuenta de que debemos permanecer atentos a los ‘petits objets’. Es decisivo saber interpretarlos y sentirlos porque, en su hondo y silencioso sosiego, poseen formas de vida y comunicación a las que  -muchas veces-  no prestamos atención” (Ibidem, pág. 167).

No puedo cerrar estas sencillas reflexiones sin aludir a Antoine de Saint-Exupéry. En concreto, a su obra El principito. Al decir de Nuccio Ordine (Ibidem, cit., pág. 76), “el secreto que el zorro del desierto ofrece al joven protagonista, (…) se basa una vez más en que los ojos del cuerpo no son suficientes para ‘ver’: ‘He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos’” (cap. XXI).

Merece la pena, sin duda, hacerse cargo de las reflexiones que verbaliza Ordine al respecto:

El corazón es necesario para captar lo esencial. Y el corazón tiene sus ritmos, sus reglas, su lenguaje. Es preciso ante todo liberarse del culto a números y cifras. Quien pretenda traducirlo todo a cantidades exactas difícilmente se verá atraído por elementos que escapan a cualquier forma de medición” (Ibidem).

En las páginas sucesivas se encuentran sugestivas consideraciones sobre ciertas conductas humanas, relativamente frecuentes, “diametralmente opuestas de las cosas esenciales, de las relaciones humanas y de la propia concepción de la vida. De la indiferencia hacia la flor a la indiferencia hacia el hombre hay poco trecho” (Ibidem, pág. 80). ¿En qué consiste ver con el corazón? En su diálogo con el zorro, hablan sobre lo que significa ‘domesticar’, ‘crear lazos’, tener ‘relaciones afectivas’, ‘sobre las diversas formas en las que pueden articularse’, sobre la ‘reciprocidad’, sobre ‘el tiempo que requiere’ (Ibidem, págs. 81-84), ‘mucho tiempo’. Es ahora, en la despedida, cuando el principito “es consciente de lo que significa ‘ver con el corazón’:

“Para captar lo esencial ‘invisible a los ojos’, es necesario cuidar las cosas que amamos. Regar la rosa, protegerla con una campana de cristal y con un biombo, limpiarla de parásitos, escucharla en la alegría y en el sufrimiento: así, con humildes cuidados, se construyen lazos sólidos que transforman a los destinatarios de nuestro amor en seres ‘únicos’” (Ibidem, cit., pág. 86).

Es más, en el momento del adiós, se vuelve a insistir una vez más en la exigencia del tiempo requerido:

Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa …. Soy responsable de mi rosa  -repitió el principito, a fin de acordarse” (Cap. XXI).

Todos “podemos llegar a ser mejores sólo con que vivamos para alguien o para algo”, subraya Ordine (Ibidem, pág. 87): sea lo que fuere: una esposa, un amigo, un vecino, una profesión, un derecho que reivindicar. “El tiempo que el principito ha dedicado a su rosa y a su zorro ha enriquecido de forma notable su búsqueda personal dirigida a dar un sentido a su vida” (Ibidem).

Finalmente, he de realizar una muy breve alusión a la novela Siddhartha de Hermann Hesse (Barcelona, 9ª ed., 1992). A través de sus páginas maravillosas, se refiere a que  “el vaso no estaba colmado, ni el espíritu satisfecho, ni el alma tranquila, ni el corazón sosegado” (Ibidem, pág. 12). El inquieto corazón de San Agustín. Había que buscar. Había que atender a ‘ese espacio interior y absoluto’,  al ‘propio corazón’. Había que hacerse cargo de que ‘tu alma es todo el Universo’. Había que seguir el propio camino y encontrar ideas y conocimientos propios, ‘que puedas considerar  como tuyos y te ayuden a vivir’.

Todo ello me recuerda el momento mismo de la creación, el Evangelio según Tomás, y hasta las reflexiones de Francisco. Somos hijos de la luz, atesoramos una gran energía, don divino, que nos hace capaces de seguir el propio camino y encontrar a Dios (Cfr. Delgado, La despedida, cit., Cap. octavo). En cualquier caso, esta sabiduría no es comunicable. No se la puede explicar o enseñar (Ordine, Ibidem, pág. 193). “La experiencia de Siddhartha nos enseña que la búsqueda de la sabiduría es una profunda inmersión en la vida, en cuerpo y alma, en la cual también el error ocupa un lugar relevante” (Ibidem). Y es que, en el fondo, la inmensa capacidad de liberarse de los egoísmos y encontrarnos con el Único, con Dios, con el Trascendente, siempre es un camino, un peregrinaje interminable, que exige un gran esfuerzo ascético y de desprendimiento. Sólo la propia experiencia sirve

(Continuará)

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