L'Osservatore Romano publica extractos "Vivir y pensar el Dios de los pobres", la última obra del teólogo peruano "Dios no olvida al más pequeño": Prefacio inédito de Francisco al libro de Gustavo Gutiérrez

L'Osservatore Romano ha publicado extractos del prefacio del papa Francisco al libro "Vivir y pensar el Dios de los pobres", la última obra de Gustavo Gutiérrez, publicada póstumamente y editada por Leo Guardado
El libro, traducido al italiano por Marta Pescatori, ha sido publicado por Editrice Queriniana con el título "Vivere e pensare il Dio dei poveri" (Brescia, 2025, 368 páginas)
(Vatican News).- Gustavo Gutiérrez, a lo largo de su larga vida, fue un fiel siervo de Dios y amigo de los pobres. Su teología moldeó la vida de la Iglesia y sigue vigente hoy, con una frescura que abre nuevos caminos para el seguimiento de Jesús. Nos alegramos por la publicación de este libro, "Vivir y pensar el Dios de los pobres". A su fallecimiento, dije: «Hoy pienso en Gustavo, Gustavo Gutiérrez. Un gran hombre, un hombre de Iglesia que supo callar cuando era necesario, que supo sufrir cuando era necesario y que supo dar tanto fruto apostólico y una teología tan rica». En este último libro, Gustavo nos ofrece una vez más los frutos de su compromiso, su oración y su reflexión. Quiero destacar en estas páginas su profunda y perdurable fidelidad a la Iglesia a lo largo de su camino. Una fidelidad vivida con humildad, a veces con dolor, y fundamentalmente con libertad. Ya en la década de 1960, las inquietudes teológicas de Gustavo fueron surgiendo gradualmente a través de su historia personal, sus estudios y su labor pastoral.
Una nueva era se abrió con ese inmenso soplo del Espíritu que fue el Concilio Vaticano II, en cuya cuarta sesión acompañó al cardenal Juan Landázuri Ricketts, arzobispo de Lima, como joven teólogo. El impulso conciliar y los textos que lo expresaron ofrecieron una base sólida y abrieron horizontes para reorientar la labor pastoral, partiendo de la realidad de un territorio como Latinoamérica. Muchos grupos cristianos experimentaban desafíos, interrogantes y esperanzas derivados del poderoso clamor de los pobres y su creciente compromiso con este mundo. «La irrupción de los pobres», como la llama Gustavo, exigía justicia y una forma diferente de vivir la fe, de pensarla, de decirla; en definitiva, de ser Iglesia. Gustavo recordaba a menudo, tanto oralmente como por escrito, las palabras de Juan XXIII del 11 de septiembre de 1962, un mes antes de la inauguración del Concilio: «La Iglesia se presenta como es y desea ser, como la Iglesia de todos, y particularmente la Iglesia de los pobres». También recordaba, ya en el Aula Conciliar, la insistencia del cardenal Giacomo Lercaro en la misma línea. La evolución del Concilio ofreció modelos fundamentales en esta perspectiva, pero en última instancia, este sueño de una Iglesia de los pobres seguía siendo un horizonte abierto a seguir. El Pacto de las Catacumbas, firmado por un grupo de Padres Conciliares, muchos de ellos latinoamericanos, asumió esta orientación espiritual, teológica y pastoral. La Iglesia en América Latina recibió al Concilio de diversas maneras, pero es evidente que en cada país y en cada ámbito eclesial hubo personas y grupos —laicos, religiosos, sacerdotes y obispos— que acogieron la letra y el espíritu del Vaticano II con entusiasmo y dedicación. Una demostración válida de ello es la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) con San Pablo VI quien pisó aquellas tierras.

Entre quienes prepararon y acompañaron a Medellín se encontraba Gustavo, quien trabajó día y noche. Gustavo, otros teólogos y pastoralistas, y muchos obispos, ya con espíritu sinodal, tejieron una red de confianza y amistad en torno a esa experiencia eclesial que fomentó decisiones pastorales, documentos y reflexiones teológicas: estas marcaron, y siguen marcando, la identidad eclesial de América Latina y el Caribe. En la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en 1979, nuestro querido Gustavo estuvo muy presente tanto en los debates previos como durante la propia conferencia en la ciudad de Puebla, México. Gustavo mantuvo una clara línea de continuidad con Medellín, atento a la realidad social y eclesial, recordando siempre que la opción por los pobres es evangélicamente central para las antiguas y nuevas formas de pobreza. (...) Solo con el rostro de los pobres como centro encontraremos un punto de encuentro para reconocernos en la Iglesia, en el encuentro con las culturas en las que se desenvuelve nuestra vida de fe, en el cuidado de la creación y en el diálogo ecuménico e interreligioso. Toda la reflexión de Gustavo nos ha llamado a estar atentos a los innegables cambios de nuestro tiempo, muchos de los cuales son positivos para la humanidad, incluso fascinantes, pero que a menudo ocultan o enmascaran los aspectos más crueles e inhumanos de nuestra realidad universal.
La teología de Gustavo permanece en la Iglesia no como un hermoso tesoro del pasado, sino como ese "segundo acto", una tarea siempre abierta para reflexionar sobre nuestra experiencia vivida de Dios
Su pregunta constante: "¿Cómo podemos hablar de Dios a partir del sufrimiento de los inocentes?", sigue siendo acuciante para los creyentes ante el poder de la injusticia y la mentira. Los principios centrales de su teología buscan estar presentes allí donde la huella de Dios parece borrarse del ambiente cultural. Enraizada en la liberación que Cristo nos ofrece, su teología afirma la gratuidad del amor de Dios que nos involucra en la historia. La teología de Gustavo permanece en la Iglesia no como un hermoso tesoro del pasado, sino como ese "segundo acto", una tarea siempre abierta para reflexionar sobre nuestra experiencia vivida de Dios; una experiencia ya iniciada y vivida precisamente donde nos hemos acercado a los heridos, abandonados al borde del camino, y desde donde buscamos decir con humildad, con tierna convicción, a los más pobres y a todos: "Dios te ama". Gustavo nos ha dado las herramientas teológicas esenciales para nunca olvidar a los pobres. En este último libro, deja muy claro que recordar a los pobres significa mucho más que una colecta; no es una piadosa reflexión posterior. Como enseña Pablo, es el corazón del mensaje (2 Corintios 8-9). En sintonía con este texto, conviene recordar las palabras de un ser muy querido por Gustavo, Bartolomé de Las Casas: «Del más pequeño y del más olvidado, Dios guarda un recuerdo muy cercano y vivo». Desde aquí, el Reino que Jesús proclama abraza toda la creación, a cada ser humano y realidad humana, en todo tiempo y lugar. Este es el Dios de Jesús.
Etiquetas