Extracto editorial de'Lleó XIV: L'herència de Francesc i el futur de lÈsglésia' de Jordi Pacheco (Claret) Habemus Papam: León XIV, el papa americano que quiere una Iglesia misionera y sinodal

En la oficina de prensa de la Santa Sede se vivía una calma tensa. Hasta que a las seis y ocho minutos, una voz femenina exclamó: “¡Es blanca!”. El aviso hizo que los periodistas presentes se levantaran bruscamente de sus sillas para salir inmediatamente del edificio hacia la Via della Conciliazione, donde cientos de personas corrían desesperadas intentando abrirse paso a través del caos con el objetivo de llegar hasta la plaza y poder ver lo mejor posible la salida del papa al balcón para saludar al mundo
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A las seis de la tarde del 8 de mayo de 2025, segundo día del cónclave en que fue elegido el papa número 267 de la Iglesia católica, el atasco en los alrededores del Vaticano era tal que muchos optaban por buscar un sitio fuera del perímetro de la plaza de San Pedro desde donde poder ver la chimenea de la Capilla Sixtina. En las calles cercanas apenas se podía caminar. Había miles de personas: italianos de Roma y de otras partes del país, turistas de todo el mundo y de todas las edades. Todos, todos, todos, querían vivir in situ y en directo una fumata que muchos intuían definitiva, pero que nadie esperaba antes de las siete.
Mientras tanto, en la oficina de prensa de la Santa Sede se vivía una calma tensa. Hasta que a las seis y ocho minutos, una voz femenina exclamó: “¡Es blanca!”. El aviso hizo que los periodistas presentes se levantaran bruscamente de sus sillas para salir inmediatamente del edificio hacia la Via della Conciliazione, donde cientos de personas corrían desesperadas intentando abrirse paso a través del caos con el objetivo de llegar hasta la plaza y poder ver lo mejor posible la salida del papa al balcón para saludar al mundo.
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Entre la fumata y ese momento, sin embargo, pasó más de una hora, ya que el nuevo sucesor de Pedro tuvo que seguir una serie de rituales antes de presentarse en público. El primero de ellos, vestirse, con la ayuda del maestro de ceremonias litúrgicas, con las vestiduras papales, cosa que hizo, como manda la tradición, en la sacristía de la Capilla Sixtina, conocida como “la habitación de las lágrimas”, en alusión a la conmoción que experimenta el elegido al vestirse por primera vez de blanco. Después, saludó uno por uno a todos los cardenales electores y juntos rezaron el Te Deum, la oración con la que la Iglesia da gracias a Dios.

Mientras el nuevo papa, de nombre aún desconocido, llevaba a cabo este proceso, sonaron las campanas de la basílica de San Pedro y el caos inicial dio paso a la expectación y a la ansiedad por resolver los interrogantes de los días previos. ¿Quién sería el elegido? ¿Qué nombre escogería? Las respuestas a estas preguntas eran cruciales para obtener pistas que permitieran trazar un primer perfil del nuevo papa; por eso, era necesario tener recursos a mano. Como en ese momento yo me encontraba en la Via della Conciliazione, frente a la Sala Stampa, participando en directo en un informativo especial de Catalunya Ràdio presentado por Ricard Ustrell, sufrí por la sobrecarga de las comunicaciones en los alrededores del Vaticano, que me impedía abrir la página de Wikipedia que tenía preparada con las biografías de todos los cardenales que participaban en el cónclave. Al día siguiente recordaría que llevaba en la mochila dos páginas de La Vanguardia del domingo anterior con una lista de una docena de papables; y que en la Sala Stampa había decenas de ejemplares de la revista española Vida Nueva con las biografías de todos los cardenales.
Cuando poco después de las siete apareció el cardenal protodiácono Dominique Mamberti para decir al mundo Annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam! (¡Os anuncio con gran alegría: tenemos papa!), presté máxima atención para intentar captar en el momento el nombre secular del cardenal y el que elegiría como papa. Temía no ser capaz, pero ese día, por suerte, el elegido me resultó relativamente conocido gracias a que había aparecido durante las últimas horas en muchas de las quinielas hechas por los medios: se trataba de Robert Francis Prevost Martínez, nacido en Chicago en 1955 y de doble nacionalidad estadounidense y peruana. El nombre papal que eligió, León XIV, también me resultó familiar y agradecí poder trazar brevemente para la radio catalana y sin ningún papel algunas ideas básicas sobre lo que revelaba aquella elección.
Robert Prevost eligió el nombre de papa inspirándose en León XIII, el pontífice que en 1891 escribió la encíclica Rerum Novarum ("Sobre las cosas nuevas"), una reflexión que partía de una profunda inquietud ante la creciente miseria del mundo obrero de la época y aportaba pistas para afrontar la cuestión social. La carta marcó el inicio de lo que hoy se conoce como la Doctrina Social de la Iglesia, un proceso abierto de reflexión que implica a toda la Iglesia, pero que tiene su expresión más decisiva en los documentos del magisterio orientados a dar respuesta a los problemas sociales de cada momento histórico.

“La paz sea con todos vosotros”, clamó el papa dirigiéndose por primera vez al pueblo, que respondió con una ovación emocionada. “Esta es la paz del Cristo resucitado, una paz desarmada, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente. ¡Todavía conservamos en el oído esa voz débil, pero siempre valiente, del papa Francisco que bendecía Roma!”, añadió seguidamente, recordando a su predecesor en el pasado Domingo de Pascua, un día antes de morir. “Permítanme que continúe esta misma bendición: ¡Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá!”
Con aquellas primeras palabras quedó ya claro que Prevost tenía presente en su pensamiento al anterior obispo de Roma, a quien llegaría a mencionar en varias ocasiones a lo largo de su alocución. Y no solo eso: también reivindicaría una “Iglesia misionera” al servicio de todos aquellos que necesitan su caridad, su presencia y su amor. Y después, dirigiéndose a los “hermanos y hermanas de Roma, de Italia y del mundo entero”, pidió ser “una Iglesia sinodal que camina, que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente de quienes sufren”. Un día después de la misa de inicio del cónclave, en la que el decano de los cardenales, Giovanni Battista Re, evitó mencionar a Francisco y la sinodalidad en su homilía, muchos católicos respiraron tranquilos al observar que el espíritu del papa argentino perviviría con su sucesor, que hizo suyas las palabras de San Agustín: “Soy cristiano con vosotros y para vosotros soy obispo”.

De madre con raíces españolas y padre de origen francés, Prevost se convirtió así en el primer pontífice agustino y estadounidense de la historia. Llegó al papado con experiencia global de gobierno como prior general de la Orden de San Agustín; también como pastor, ya que fue obispo en la diócesis de Chiclayo, en Perú; y, durante los últimos dos años, además, fue prefecto de la Curia romana, donde Francisco lo nombró para liderar el Dicasterio para los Obispos. “Lo tiene todo”, comentó la periodista Míriam Díez Bosch, que también se encontraba en directo en el programa de Catalunya Ràdio, mientras íbamos descubriendo juntos nuevos aspectos del flamante papa.

Antes de finalizar el discurso, Prevost aún dedicó un saludo, en castellano, a los fieles de su “querida diócesis de Chiclayo”, en Perú, donde pasó 9 años enviado por el papa Francisco, y donde solicitó la nacionalidad. “Allí un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”. Después de Francisco, primer papa latinoamericano de la historia, desde aquel 8 de mayo, la Iglesia católica tenía un pontífice estadounidense y peruano a la vez.
El sol comenzó a ponerse detrás de la basílica de San Pedro cuando León XIV abandonó el balcón media hora después de haberse presentado al mundo. En aquella tarde de cielo cautivador en Roma, los 133 cardenales que participaron en el cónclave pudieron ir a cenar temprano, recuperar el contacto con el mundo tras dos días de aislamiento, y dormir con la satisfacción de haber cumplido con su deber de dar un nuevo líder a la Iglesia católica.
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