Una Iglesia que genera esperanza
Conversar con Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo es hacerlo con alguien que encierra una forma de entender a Dios, a la Iglesia y al mundo propia de aquellos que caminan a la luz del Evangelio. Desde su larga experiencia sacerdotal y episcopal, que le ha llevado a asumir diversos servicios dentro de la Iglesia, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, Vicepresidente del CELAM, entre otros, nos ayuda a entender lo que significa ser discípulo misionero, siguiendo el mandato de Aparecida. En Monseñor Porras descubrimos algunos de los nuevos elementos que nos ha traído Francisco, el Papa Sudamericano, y que tanta vitalidad ha dado a la Iglesia católica en estos últimos tiempos. En esta entrevista podemos conocer un poco mejor su pensamiento, su forma de entender a Dios y de hacerle presente en la vida de la gente.
¿Quién es Monseñor Baltazar Porras?
Soy un hijo de una familia de clase media, nacido en Caracas, por la gracia de Dios a la vera de la devoción al Nazareno de San Pablo, una devoción muy popular aquí en Carcas, que era en mi parroquia, Santa Teresa. De ahí surgió mi vocación al sacerdocio, fui al seminario y después tuve la dicha de cursar la teología en la Pontificia de Salamanca, a la que le debo mucho, pues fueron unos años muy ricos que coincidieron con la celebración del Concilio Vaticano II, y posteriormente pude hacer el doctorado en el Instituto Superior de Pastoral.
Tuve la experiencia de sacerdote en un lugar que no conocía, en la región del Llano venezolano y después trabajé en Caracas como rector de seminario y desde hace treinta años, primero como obispo auxiliar y ahora como arzobispo en Mérida, la segunda diócesis en antigüedad del país, en la zona andina, que es la zona tradicionalmente más católica y dónde hay una doble exigencia pastoral, una la de la ciudad, que gira en torno a la universidad, al mundo del pensamiento, de la pluralidad, y otra en el mundo rural o semi-rural, de larga tradición religiosa, donde me ha tocado sembrar en todos estos años y llevar adelante, sobre todo, una serie de investigaciones con un equipo en torno al archivo y al museo arquidiocesano de asuntos relativos a historia eclesiástica, religiosidad popular y la identidad religiosa y cultural de la región.
¿Qué define hoy a la Iglesia venezolana?
Un profundo sentido de cercanía con la gente, una enorme preocupación por la vivencia política que estamos viviendo, sobre todo porque anhelamos que existiera una mayor tolerancia, un mayor sentido de la fraternidad, de respeto y de aceptación del otro que evitara, sobre todo, los males de la violencia y de la dependencia, no sólo en el plano económico, sino también en el plano ideológico, del proyecto del gobierno.
Una democracia sólo se construye en pluralidad y en respeto de los unos para con los otros y el que la Iglesia venezolana haya sido tradicionalmente una Iglesia sencilla, pobre, sin aspiraciones de otro tipo, es lo que puede servir a la gente, impulsando sobre todo un profundo sentido de esperanza y de respeto de los unos para con los otros.
¿Y cuáles son los desafíos que la sociedad venezolana está haciendo hoy a la Iglesia católica?
El desafío fundamental es el de la reconciliación, que pasa por el reconocimiento del otro. Hay un cierto cansancio y un cierto hastío de la división de la familia venezolana, que tradicionalmente había sido una familia muy tolerante. Una de las características de la familia venezolana, sobre todo en el siglo XX, era la coexistencia pacífica en una misma familia, de gente de pensamiento político distinto, de religión diferente, de cualquier diferencia social y hacerlo con mucha alegría y mucho respeto por un profundo sentido del humor, que aquí se caracteriza en la rivalidad existente en el deporte del beisbol, donde pasa algo a otros países con el futbol. En el futbol los seguidores de un equipo están en un lado y los del otro en el otro lado, en el beisbol uno va acompañado del seguidor del otro equipo, para estar molestándose el uno al otro cuando uno va ganando o perdiendo. Eso había sido tradicional e indicativo de ese sentido de convivencia, de familiaridad, de una rivalidad sana que lamentablemente ha tomado otros visos que no son buenos para la convivencia.
¿Qué han significado los sacerdotes fidei donum, especialmente los sacerdotes de la OCSHA, para la Iglesia latinoamericana y la Iglesia venezolana?
Ha sido una bocanada de aire fresco que ha venido a marcar el desarrollo, me atrevo a decir, de casi todas las Iglesias de América Latina. En el caso concreto de Venezuela pensemos en todo lo que los sacerdotes españoles y las religiosas españolas han hecho, primero en el campo de la educación, en segundo lugar en el campo de la educación popular. Fe y Alegría es producto de un jesuita chileno-español, el Padre Vélaz. Todo el desarrollo del laicado a través de los Cursillos de Cristiandad con un sacerdote gallego, como fue el Padre Cesáreo Gil. Todo lo que significó el desarrollo de una preparación en el campo socio-político, principalmente liderado por los jesuitas desde su llegada a Venezuela, lo cual hizo cambiar el rostro.
Pero después también una enorme preocupación no por venir a conquistar, sino a hacer madurar esta Iglesia, lo que es un enorme valor, salir de su propia tierra, venir a otra tierra desconocida, aunque tenga una serie de elementos parecidos, y que se hayan consustanciado tanto con nuestra realidad venezolana hace que, por ejemplo, todos los programas de humor, la figura del sacerdote, casi siempre, es alguien que imita el hablar de un español, pero en un tono muy jocoso. Unido esto a la inmensa cantidad de migración europea que vino después de la Segunda Guerra Mundial, hacia los años cincuenta, cerca de un millón de españoles, otro millón de italianos y otro tanto de portugueses, que le cambiaron el rostro tanto en las costumbres, como en la gastronomía, como en el trabajo. También la mezcla, los matrimonios y el hacerse parte de esta sociedad, que hace que en estos momentos la Venezuela del siglo XXI tenga un profundo sello de mestizaje, ya no sólo el heredado de la colonia, sino el de esta gente trabajadora y laboriosa que cambió el rostro de Venezuela.
¿Qué ha supuesto para la Iglesia del Sur, latinoamericana, venezolana, que haya llegado un Papa “venido del fin del mundo”?
Ha supuesto no sólo la alegría de sentir alguien cercano en lo cultural, sino también cercano en esa busca de ese mundo de los pobres, de las periferias, de lo sencillo, de lo humilde que es lo que está generando un despertar dentro de las instancias de Iglesia, porque más allá de lo anecdótico, la presencia de un Papa como el Papa Francisco es un reto a hacer en la práctica el que no nos dejemos robar la esperanza, la alegría, no nos dejemos robar el trabajo y la preocupación por el otro, no nos dejemos robar el amor por Jesucristo y por la Virgen.
¿Qué elementos pueden ayudar hoy a la Iglesia para hacerse presente en las periferias del mundo, de la sociedad?
La ayuda es el deseo de la promoción humana integral de toda esa gente. Una de las características de la presencia de la Iglesia en esas zonas es la constancia y la permanencia. Hay muchos programas, que a veces los lleva el gobierno o que los llevan otro tipo de instituciones públicas o privadas que son como operativos, que llega un momento, despiertan un interés y en cierto momento, por diversas razones, dejan de estar, mientras que la Iglesia a través, no sólo de sacerdotes y religiosas, pues cada día hay más presencia de laicos, en el mundo de la catequesis y sobre todo con los distintos ministerios y servicios, está en las zonas más populares ayudando no a dar de comer, sino a pescar y creo que eso es lo que constituye para buena parte de nuestra gente esa credibilidad y esa cercanía y familiaridad que tiene con la Iglesia católica.
Todos concordamos en que la Iglesia católica en Latinoamérica es diferente. ¿Qué tiene para ofrecer esta Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal a la hora de vivir la fe?
En primer lugar la alegría, pues esa es una de las cosas que llama más la atención a quienes vienen de otras latitudes. Mostrar cómo se puede vivir alegre, solidario y cercano a veces en medio de la pobreza, de situaciones de sufrimiento y en esa necesidad de búsqueda de la trascendencia, para que sean las fuerzas transformadoras de sus capacidades y con un profundo sentido de esperanza que llama enormemente la atención, porque pareciera que donde no hay salida, hay siempre una fuerza que nace de una espiritualidad que fue sembrada mucho tiempo atrás entre nosotros y que todavía viene siendo lo que llamamos sustrato católico de nuestro pueblo, que pasa por todo lo que son los elementos claves de la fraternidad, de la cercanía, del involucrarse con las realidades del otro.
El cardenal Bergoglio fue el relator del Documento de Aparecida. En su opinión, ¿qué elementos de ese documento se han incorporado al pontificado del Papa Francisco?
En primer lugar hay que resaltar que el cardenal Bergoglio jugó un papel bien importante en Aparecida, sin aparecer mucho, puesto que le tocó coordinar la redacción del documento. Cuando uno lee con detenimiento la “Evangelii Gaudium” se encuentra con que allí están esas líneas claves de Aparecida, que es ese llamado a la conversión, al seguimiento de Jesucristo, a la creatividad, a no tener miedo y ese llamado a involucrarse en las cosas, que hace ver todo lo bueno de nosotros y que se expresa en ese documento, no sólo por las muchas citas que tiene de Aparecida y de Puebla, sino también por querer tomar de los episcopados de todo el mundo, elementos que los asume como propios, lo que le da un carácter más sólido, pues tal como él habla de la descentralización, que no es otra cosa sino el que madure cada Iglesia reflexionando y llevando adelante, desde las coordenadas propias de su realidad, aquello que haga posible un mensaje de esperanza y de trascendencia a través de la fe cristiana.
Ese Documento de Aparecida, ¿hasta qué punto ha sido asumido en la Iglesia latinoamericana?
Creo que no ha sido suficientemente asumido. Quizás por todos los cambios, todas las cosas habidas en el continente y porque no se logró estructurar algo como lo que se hizo en el post-Puebla. Se dejó quizás a la iniciativa de cada uno de los episcopados y en esa misma diversidad latinoamericana hay episcopados muy fuertes, con capacidad de organizar, como puede ser Brasil, México, Colombia o Argentina, mientras que todos los otros necesitamos una ayuda común, fraterna, de elementos que nos ayuden a llevarlo hacia adelante. Sin embargo, creo que va permeando, va calando poco a poco alguno de estos lineamientos y la presencia ahora de este Papa nuestro y lo que son sus gestos y sus enseñanzas, hace casi obligatorio retomar lo que se nos pueda haber olvidado de Aparecida, principalmente esa conversión pastoral, que no es otra cosa sino buscar dar respuesta efectiva a la realidad cambiante que vive el mundo y también nuestro continente.
La semana pasada fue el Intereclesial de las comunidades de base de Brasil en Juazeiro do Norte, que es una tierra de mucha religiosidad popular, si bien en torno a la figura del Padre Cícero, que siendo santo para el pueblo todavía sigue excomulgado por la Iglesia católica y allí aparecieron muchos aspectos de los que fueron mostrados en la ponencia que usted presentó en nuestro encuentro de la OCSHA, Situación Actual de la Iglesia en América (Fortalezas y debilidades; retos y riesgos). Hablamos de la religiosidad popular, de las comunidades de base como forma “normal” de ser Iglesia, del papel de las mujeres en la Iglesia y fue colocado como desafío las CEBs en las ciudades. Realmente, ¿esta Iglesia de CEBs puede ser un camino válido para el futuro de la Iglesia?
En una cultura como es la cultura urbana hoy en día, en la que prima el individualismo y el anonimato, todo aquello que posibilite a las personas sentirse protagonistas, primero desde la familia y después desde ese pequeño entorno en el cual desarrollan sus actividades, ese es el camino para poder crecer en humanidad y en valores cristianos. Esto exige de parte de los agentes pastorales el abrir puertas. Por un lado promover una formación mayor y por otro un compromiso que pasa siempre por lo social y que tiene entre nosotros esa marca indeleble de una opción por los pobres.
Y por último, ¿cuáles son los desafíos actuales para la misión de la Iglesia?
En primer lugar, la aceptación gozosa y positiva del mundo en el que vivimos. No tenemos otro mundo sino este y este cambio con todas las incertidumbres que pueda plantear abre el horizonte a una fe mucho más personal, más libre, consecuencia de las características propias de este mundo. Esto lleva a tomar una opción que no viene dada ni por tradiciones, ni por presiones de ningún tipo y en el cual, pensando especialmente en el sentido más profundo de la vida y de la dignidad humana, pueda superar esas lacras de la pobreza, del alcohol, de la droga, de la manipulación y de la violencia para que todos tengamos ese ambiente y ese mundo mejor que deseamos, para que se puedan desarrollar todas las capacidades que únicamente el ser humano puede hacer y que con ese plus de ser creyente, tiene una exigencia mayor de servicio y de ayuda a los otros.
¿Quién es Monseñor Baltazar Porras?
Soy un hijo de una familia de clase media, nacido en Caracas, por la gracia de Dios a la vera de la devoción al Nazareno de San Pablo, una devoción muy popular aquí en Carcas, que era en mi parroquia, Santa Teresa. De ahí surgió mi vocación al sacerdocio, fui al seminario y después tuve la dicha de cursar la teología en la Pontificia de Salamanca, a la que le debo mucho, pues fueron unos años muy ricos que coincidieron con la celebración del Concilio Vaticano II, y posteriormente pude hacer el doctorado en el Instituto Superior de Pastoral.
Tuve la experiencia de sacerdote en un lugar que no conocía, en la región del Llano venezolano y después trabajé en Caracas como rector de seminario y desde hace treinta años, primero como obispo auxiliar y ahora como arzobispo en Mérida, la segunda diócesis en antigüedad del país, en la zona andina, que es la zona tradicionalmente más católica y dónde hay una doble exigencia pastoral, una la de la ciudad, que gira en torno a la universidad, al mundo del pensamiento, de la pluralidad, y otra en el mundo rural o semi-rural, de larga tradición religiosa, donde me ha tocado sembrar en todos estos años y llevar adelante, sobre todo, una serie de investigaciones con un equipo en torno al archivo y al museo arquidiocesano de asuntos relativos a historia eclesiástica, religiosidad popular y la identidad religiosa y cultural de la región.
¿Qué define hoy a la Iglesia venezolana?
Un profundo sentido de cercanía con la gente, una enorme preocupación por la vivencia política que estamos viviendo, sobre todo porque anhelamos que existiera una mayor tolerancia, un mayor sentido de la fraternidad, de respeto y de aceptación del otro que evitara, sobre todo, los males de la violencia y de la dependencia, no sólo en el plano económico, sino también en el plano ideológico, del proyecto del gobierno.
Una democracia sólo se construye en pluralidad y en respeto de los unos para con los otros y el que la Iglesia venezolana haya sido tradicionalmente una Iglesia sencilla, pobre, sin aspiraciones de otro tipo, es lo que puede servir a la gente, impulsando sobre todo un profundo sentido de esperanza y de respeto de los unos para con los otros.
¿Y cuáles son los desafíos que la sociedad venezolana está haciendo hoy a la Iglesia católica?
El desafío fundamental es el de la reconciliación, que pasa por el reconocimiento del otro. Hay un cierto cansancio y un cierto hastío de la división de la familia venezolana, que tradicionalmente había sido una familia muy tolerante. Una de las características de la familia venezolana, sobre todo en el siglo XX, era la coexistencia pacífica en una misma familia, de gente de pensamiento político distinto, de religión diferente, de cualquier diferencia social y hacerlo con mucha alegría y mucho respeto por un profundo sentido del humor, que aquí se caracteriza en la rivalidad existente en el deporte del beisbol, donde pasa algo a otros países con el futbol. En el futbol los seguidores de un equipo están en un lado y los del otro en el otro lado, en el beisbol uno va acompañado del seguidor del otro equipo, para estar molestándose el uno al otro cuando uno va ganando o perdiendo. Eso había sido tradicional e indicativo de ese sentido de convivencia, de familiaridad, de una rivalidad sana que lamentablemente ha tomado otros visos que no son buenos para la convivencia.
¿Qué han significado los sacerdotes fidei donum, especialmente los sacerdotes de la OCSHA, para la Iglesia latinoamericana y la Iglesia venezolana?
Ha sido una bocanada de aire fresco que ha venido a marcar el desarrollo, me atrevo a decir, de casi todas las Iglesias de América Latina. En el caso concreto de Venezuela pensemos en todo lo que los sacerdotes españoles y las religiosas españolas han hecho, primero en el campo de la educación, en segundo lugar en el campo de la educación popular. Fe y Alegría es producto de un jesuita chileno-español, el Padre Vélaz. Todo el desarrollo del laicado a través de los Cursillos de Cristiandad con un sacerdote gallego, como fue el Padre Cesáreo Gil. Todo lo que significó el desarrollo de una preparación en el campo socio-político, principalmente liderado por los jesuitas desde su llegada a Venezuela, lo cual hizo cambiar el rostro.
Pero después también una enorme preocupación no por venir a conquistar, sino a hacer madurar esta Iglesia, lo que es un enorme valor, salir de su propia tierra, venir a otra tierra desconocida, aunque tenga una serie de elementos parecidos, y que se hayan consustanciado tanto con nuestra realidad venezolana hace que, por ejemplo, todos los programas de humor, la figura del sacerdote, casi siempre, es alguien que imita el hablar de un español, pero en un tono muy jocoso. Unido esto a la inmensa cantidad de migración europea que vino después de la Segunda Guerra Mundial, hacia los años cincuenta, cerca de un millón de españoles, otro millón de italianos y otro tanto de portugueses, que le cambiaron el rostro tanto en las costumbres, como en la gastronomía, como en el trabajo. También la mezcla, los matrimonios y el hacerse parte de esta sociedad, que hace que en estos momentos la Venezuela del siglo XXI tenga un profundo sello de mestizaje, ya no sólo el heredado de la colonia, sino el de esta gente trabajadora y laboriosa que cambió el rostro de Venezuela.
¿Qué ha supuesto para la Iglesia del Sur, latinoamericana, venezolana, que haya llegado un Papa “venido del fin del mundo”?
Ha supuesto no sólo la alegría de sentir alguien cercano en lo cultural, sino también cercano en esa busca de ese mundo de los pobres, de las periferias, de lo sencillo, de lo humilde que es lo que está generando un despertar dentro de las instancias de Iglesia, porque más allá de lo anecdótico, la presencia de un Papa como el Papa Francisco es un reto a hacer en la práctica el que no nos dejemos robar la esperanza, la alegría, no nos dejemos robar el trabajo y la preocupación por el otro, no nos dejemos robar el amor por Jesucristo y por la Virgen.
¿Qué elementos pueden ayudar hoy a la Iglesia para hacerse presente en las periferias del mundo, de la sociedad?
La ayuda es el deseo de la promoción humana integral de toda esa gente. Una de las características de la presencia de la Iglesia en esas zonas es la constancia y la permanencia. Hay muchos programas, que a veces los lleva el gobierno o que los llevan otro tipo de instituciones públicas o privadas que son como operativos, que llega un momento, despiertan un interés y en cierto momento, por diversas razones, dejan de estar, mientras que la Iglesia a través, no sólo de sacerdotes y religiosas, pues cada día hay más presencia de laicos, en el mundo de la catequesis y sobre todo con los distintos ministerios y servicios, está en las zonas más populares ayudando no a dar de comer, sino a pescar y creo que eso es lo que constituye para buena parte de nuestra gente esa credibilidad y esa cercanía y familiaridad que tiene con la Iglesia católica.
Todos concordamos en que la Iglesia católica en Latinoamérica es diferente. ¿Qué tiene para ofrecer esta Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal a la hora de vivir la fe?
En primer lugar la alegría, pues esa es una de las cosas que llama más la atención a quienes vienen de otras latitudes. Mostrar cómo se puede vivir alegre, solidario y cercano a veces en medio de la pobreza, de situaciones de sufrimiento y en esa necesidad de búsqueda de la trascendencia, para que sean las fuerzas transformadoras de sus capacidades y con un profundo sentido de esperanza que llama enormemente la atención, porque pareciera que donde no hay salida, hay siempre una fuerza que nace de una espiritualidad que fue sembrada mucho tiempo atrás entre nosotros y que todavía viene siendo lo que llamamos sustrato católico de nuestro pueblo, que pasa por todo lo que son los elementos claves de la fraternidad, de la cercanía, del involucrarse con las realidades del otro.
El cardenal Bergoglio fue el relator del Documento de Aparecida. En su opinión, ¿qué elementos de ese documento se han incorporado al pontificado del Papa Francisco?
En primer lugar hay que resaltar que el cardenal Bergoglio jugó un papel bien importante en Aparecida, sin aparecer mucho, puesto que le tocó coordinar la redacción del documento. Cuando uno lee con detenimiento la “Evangelii Gaudium” se encuentra con que allí están esas líneas claves de Aparecida, que es ese llamado a la conversión, al seguimiento de Jesucristo, a la creatividad, a no tener miedo y ese llamado a involucrarse en las cosas, que hace ver todo lo bueno de nosotros y que se expresa en ese documento, no sólo por las muchas citas que tiene de Aparecida y de Puebla, sino también por querer tomar de los episcopados de todo el mundo, elementos que los asume como propios, lo que le da un carácter más sólido, pues tal como él habla de la descentralización, que no es otra cosa sino el que madure cada Iglesia reflexionando y llevando adelante, desde las coordenadas propias de su realidad, aquello que haga posible un mensaje de esperanza y de trascendencia a través de la fe cristiana.
Ese Documento de Aparecida, ¿hasta qué punto ha sido asumido en la Iglesia latinoamericana?
Creo que no ha sido suficientemente asumido. Quizás por todos los cambios, todas las cosas habidas en el continente y porque no se logró estructurar algo como lo que se hizo en el post-Puebla. Se dejó quizás a la iniciativa de cada uno de los episcopados y en esa misma diversidad latinoamericana hay episcopados muy fuertes, con capacidad de organizar, como puede ser Brasil, México, Colombia o Argentina, mientras que todos los otros necesitamos una ayuda común, fraterna, de elementos que nos ayuden a llevarlo hacia adelante. Sin embargo, creo que va permeando, va calando poco a poco alguno de estos lineamientos y la presencia ahora de este Papa nuestro y lo que son sus gestos y sus enseñanzas, hace casi obligatorio retomar lo que se nos pueda haber olvidado de Aparecida, principalmente esa conversión pastoral, que no es otra cosa sino buscar dar respuesta efectiva a la realidad cambiante que vive el mundo y también nuestro continente.
La semana pasada fue el Intereclesial de las comunidades de base de Brasil en Juazeiro do Norte, que es una tierra de mucha religiosidad popular, si bien en torno a la figura del Padre Cícero, que siendo santo para el pueblo todavía sigue excomulgado por la Iglesia católica y allí aparecieron muchos aspectos de los que fueron mostrados en la ponencia que usted presentó en nuestro encuentro de la OCSHA, Situación Actual de la Iglesia en América (Fortalezas y debilidades; retos y riesgos). Hablamos de la religiosidad popular, de las comunidades de base como forma “normal” de ser Iglesia, del papel de las mujeres en la Iglesia y fue colocado como desafío las CEBs en las ciudades. Realmente, ¿esta Iglesia de CEBs puede ser un camino válido para el futuro de la Iglesia?
En una cultura como es la cultura urbana hoy en día, en la que prima el individualismo y el anonimato, todo aquello que posibilite a las personas sentirse protagonistas, primero desde la familia y después desde ese pequeño entorno en el cual desarrollan sus actividades, ese es el camino para poder crecer en humanidad y en valores cristianos. Esto exige de parte de los agentes pastorales el abrir puertas. Por un lado promover una formación mayor y por otro un compromiso que pasa siempre por lo social y que tiene entre nosotros esa marca indeleble de una opción por los pobres.
Y por último, ¿cuáles son los desafíos actuales para la misión de la Iglesia?
En primer lugar, la aceptación gozosa y positiva del mundo en el que vivimos. No tenemos otro mundo sino este y este cambio con todas las incertidumbres que pueda plantear abre el horizonte a una fe mucho más personal, más libre, consecuencia de las características propias de este mundo. Esto lleva a tomar una opción que no viene dada ni por tradiciones, ni por presiones de ningún tipo y en el cual, pensando especialmente en el sentido más profundo de la vida y de la dignidad humana, pueda superar esas lacras de la pobreza, del alcohol, de la droga, de la manipulación y de la violencia para que todos tengamos ese ambiente y ese mundo mejor que deseamos, para que se puedan desarrollar todas las capacidades que únicamente el ser humano puede hacer y que con ese plus de ser creyente, tiene una exigencia mayor de servicio y de ayuda a los otros.