La Iglesia de Brasil reflexiona sobre la trata con la campaña "¿Cuánto vale la vida?" Migrantes en Manaos, vivir amenazados por el riesgo de explotación laboral y las redes de trata

Encuentro con migrantes en Manaos
Encuentro con migrantes en Manaos

Manaos es una ciudad donde el número de migrantes, principalmente venezolanos, ha crecido exponencialmente en los últimos años. Muchos de esos migrantes son mujeres, y el miedo de ser traficada siempre está presente en ellas

Una de las causas de la explotación sexual es la sociedad machista y patriarcal tan presente en la gran mayoría de los países, también en Brasil, que hace que el cuerpo de la mujer sea visto como mercancía, como algo que se puede comprar y vender

Siempre hay gente que te explota, pues saben que lo haces porque lo necesitas, en cuanto otras personas se aprovechan de ello

Un paso fundamental en la vida de todo migrante es entender que hay que empezar de nuevo

Migrantes en Manaos
Este 30 de julio se celebra el Día Internacional contra la Trata de Personas, una tarea de combate en la que muchas organizaciones sociales se empeñan a lo largo y ancho del mundo y en el que también participa la Iglesia católica. En Brasil, la Comisión Episcopal Pastoral Especial para el Enfrentamiento de la Trata de Personas ha promovido esta semana un momento de reflexión y toma de conciencia en relación con este crimen, a través de la campaña “¿Cuánto vale la vida?”.

A los múltiples eventos virtuales, en algunos puntos del país se han sumado encuentros presenciales, como el realizado en Manaos este 29 de julio, en los que migrantes, principalmente mujeres, han recibidos informaciones de diferentes organismos, como la Organización Mundial para las Migraciones, la Secretaría de Mujeres de la Secretaría de Estado de Justicia, Derechos Humanos y Ciudadanía del estado de Amazonas, la Red un Grito por la Vida, la Pastoral del Migrante de la Archidiócesis de Manaos y la Agencia de Naciones Unidas para las Migraciones.

Manaos es una ciudad donde el número de migrantes, principalmente venezolanos, ha crecido exponencialmente en los últimos años. Muchos de esos migrantes son mujeres, y el miedo de ser traficada siempre está presente en ellas, algo que acentúa ante las dificultades que muchas veces encuentran en el mundo laboral, donde explotaciones de diversos tipos están a la orden del día. En ese sentido, las organizaciones presentes dejaban claro que los migrantes en Brasil tienen los mismos derechos que los brasileños.

Encuentro con migrantes

Uno de los elementos que dificulta el combate de este tipo de situaciones está en el hecho de que casi no se habla de la explotación sexual, ni laboral. Ante esa realidad, es necesario tener la libertad de hablar, no sujetándose a la explotación de la que muchas veces los migrantes, principalmente las mujeres, son víctimas, como consecuencia de cosas tan elementales como el hambre o un techo donde vivir. Una de las causas de la explotación sexual es la sociedad machista y patriarcal tan presente en la gran mayoría de los países, también en Brasil, que hace que el cuerpo de la mujer sea visto como mercancía, como algo que se puede comprar y vender.

En el caso de los migrantes, cualquier actividad es constitutiva de riesgo en términos de explotación. Muchas veces, la extrema necesidad a la que se ven sometidos provoca que pongan el trabajo por encima de todo. Detrás de cada rostro de un migrante existe una historia de vida, muchas veces trastocada radicalmente por situaciones que se les escapan, como el caso de la mujer venezolana que cuando ya pensaba en la jubilación, en disfrutar del trabajo de toda una vida, que le había proporcionado durante muchos años una vida con cierta comodidad, se ve obligada a migrar a Brasil y recomenzar su vida cosiendo, algo que hasta entonces no había pasado de un hobby.

En esta nueva vida, la mujer reconoce que siempre hay gente que te explota, pues saben que lo haces porque lo necesitas, en cuanto otras personas se aprovechan de ello. A pesar de todo, ella encuentra tiempo para ayudar en la Pastoral del Migrante de la Archidiócesis de Manaos, cosiendo mascarillas para quien las necesita, como una forma de agradecer el trabajo que hacen con los migrantes, encontrando en ese trabajo una fuente de satisfacción, poniendo todo su sentimiento en lo que hace.

Son situaciones que se han agravado con la pandemia del COVID-19, que ha golpeado con gran fuerza a la ciudad de Manaos, donde los entierros en fosas comunes se convirtieron en fotos de portada de los principales periódicos internacionales. El miedo se adueñó de muchos migrantes, que a sus problemas cotidianos, no siempre fáciles de resolver, se le sumó un enemigo invisible que ha atacado a todos, pero especialmente a los más vulnerables. En el campo de la explotación, sobretodo sexual, este tiempo de pandemia ha llevado a aumentar el riesgo, pues el acoso, principalmente a través de las redes sociales, algo que afecta también a niñas y adolescentes, ha aumentado. Esto llevaba a preguntarse qué es lo que se está haciendo en el trabajo de protección a estos colectivos, a cómo crear espacios de seguridad para hablar con ellos.

Rose Bertoldo

Un paso fundamental en la vida de todo migrante es entender que hay que empezar de nuevo. Pero también es necesario estar siempre alerta, pues como los propios migrantes reconocen, quien explota sabe cómo encantarnos, sobretodo cuando se pasa por momentos de gran necesidad. De hecho, las mujeres reconocían que el desespero, muchas veces lleva a aceptar cualquier cosa, sin ver las consecuencias que puede tener.

La realidad de Manaos no es diferente de la que se vive en tantos lugares de Brasil y del mundo, historias que muestran la falta de respeto que muchas veces los migrantes, especialmente las mujeres viven, con continuas tentativas de abuso y explotación sexual a cambio de algo tan necesario en la vida de todos, pero especialmente en la vida de los migrantes, como es una oferta de trabajo. Son personas que se aprovechan y que deben ser denunciadas, como se insistía en el encuentro con los migrantes.

Son historias de personas concretas, como la joven venezolana que en su primer año de estancia en Manaos vendía trufas en un semáforo y que muchas veces fue invitada por hombres a subir a sus coches a cambio de 50 reales, más o menos unos 9 euros. De hecho, muchos migrantes en Manaos,sobretodo venezolanos, han recomenzado su nueva vida vendiendo cosas en la calle, lo que les ha hecho todavía más vulnerables a las redes de trata, pasando por momentos de grave peligro, como contaba otra de las participantes del encuentro, que se vio obligada a cambiar de casa y de número de teléfono ante la tentativa de una de estas redes de captar a una de sus hijas. Todo esto, como señalaba la representante de la Secretaría de Mujeres tiene que ser denunciado, solo así se podrá superar un crimen que pone en riesgo tantas vidas inocentes.

¿Cuánto vale la vida?

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