Atributos de Dios en los salmos

Salmo
Los salmos son oraciones eminentemente teocéntricas. En ningún momento se apartan de Dios, su mirada y su pensamiento están siempre orientados hacia Él. Si gimen, si exultan, si contemplan, si relatan todo cuando sale de su pluma converge y termina en el acatamiento, la postergación, la aclamación o la adoración de este Dios que es el centro de su vida.

Si acaban de obtener una victoria se la atribuyen a Él, si están enfermos, si se sienten oprimidos, si tienen conciencia de su pequeñez y de su pobreza siempre se vuelcan hacia Dios motor de su existencia. Sólo Él puede sacarlos de sus trágicas situaciones, sólo Él merece su acción de gracias y sus alabanzas. Cualquier ocasión sirve al salmista para repetir que Dios es grande, justo, misericordioso

En los salmos la existencia de Dios es evidente, algo que no se puede discutir. Lo sienten invisible pero cercano; lo comprueba especialmente las maravillas de la creación. Al contrario de los pueblos semitas paganos que divinizaban el sol las estrellas, el pueblo hebreo descubría en el firmamento la obra de un Dios infinitamente trascendente y que la hermosura del universo no era sino un traslucir el esplendor de su Creador. Un ejemplo de esta forma de pensar la tenemos en el salmo 19:

“Los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos” (19,1).

Repasemos ahora algunos de los atributos subrayados especialmente en el Salterio.

Dios rey de Majestad

Es lo primero que tratan de inculcarnos los salmos. Nos lo presentan infinitamente elevado por encima de todas las grandezas y de todos los poderes de la tierra. Sólo Él es grande. Rodeado de sus ángeles habita y reina en lo más alto de los cielos. La bóveda del firmamento es su tienda; la luz le envuelve como un manto:

“¡Señor, Dios mío, que grande eres! Vestido de majestad y esplendor, envuelto en un manto de luz, tu despliegas los cielos como una tienda”(104,1).

• Dios rey del universo

Los salmos justifican esta supremacía real por una consideración muy sencilla: Siendo el Dios único y el creador de todo el universo, es a la vez su dueño. Su realeza es eterna y se prolongará sin fin.

“El Señor, está vestido y ceñido de poder, firme e inconmovible está la tierra.
Tu trono está firme desde siempre, tú existes desde la eternidad”(93,1-2).

Los cielos, la tierra, el mar y todo lo que contienen, el campo y todo cuanto lo habita, los mismos árboles del bosque con sus estremecimientos deben anunciar que el Señor es rey y gobierna el mundo con justicia:

“Que se alegren los cielos y se regocije la tierra, que resuene el mar y cuanto lo llena, que exalten los campos con todos sus frutos, que griten de júbilo los árboles del bosque ante el Señor, que viene a gobernar la tierra: gobernará el mundo con justicia a las naciones con fidelidad”(96,11-13).

Su realeza se extiende primero sobre Israel que es el pueblo elegido, Él lo gobierna de forma especial pero su realeza se extiende sobre todos los imperios, quiere gobernar todos los pueblos. Los paganos están llamados a someterse a su reinado:

“Porque sólo el Señor reina, Él gobierna las naciones. Ante Él se postrarán los grandes de la tierra, ante Él se inclinarán todos los mortales”(22,29-30).


• Dios santidad infinita

La santidad de Dios iguala su grandeza, y como ella es infinita.

“Den gloria a tu nombre grande y temible. El es santo.
Ensalzad al Señor, nuestro Dios, postraos ante el estrado de sus píes. Él es santo”(99,3 y 5).


Todo en Dios es santo. No sólo su nombre, como acabamos de ver, sino también los lugares donde el habita lo son, por eso se llaman santuarios. Para poder aparecer en su presencia hay que ser santo como Él. Aunque es evidente que ante el Señor todos los vivientes aparecemos manchados:

“¿Quien subirá al monte del Señor? ¿Quién podrá estar en su recinto sacro? El hombre de manos inocentes y limpio corazón, el que no da culto a los ídolos, ni jura en falso”(24, 3 y 4).

Y en el salmo 143 encontramos el complemento nadie puede presentarse ante el Señor con la certeza de su santidad:

“No me lleves a juicio, pues nadie es inocente ante ti”(143,2).

Es la anticipación de la frase evangélica: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.

Dios tiene tal plenitud de grandeza y santidad que el hombre consciente de su pequeñez e insignificancia sólo puede presentarse con una actitud de adoración y humildad.

• Dios eterno

Dios es anterior al mundo. Ha existido siempre y existirá siempre. Existía desde los orígenes, es decir desde antes que surgieran las montañas, antes de que se engendraran los astros y por consiguiente nuestro planeta:

“Antes de que nacieran las montañas, o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y para siempre tú eres Dios” (90,2).

La eternidad de Dios es evocada especialmente en contraposición al carácter efímero de las criaturas. Toda la creación es caduca; las flores del campo hoy son y mañana se secan. Todo se renueva, sólo Él permanece para siempre, invariable. El paso de los siglos no le hieren. No está sometido a vicisitud alguna. Todo es perecedero sólo Él permanece para siempre:

“Desde antiguo pusiste los cimientos de la tierra”(102).

• Dios todopoderoso

La omnipotencia de Dios no es menos insondable que su eternidad todo cuando quiere está en su poder realizarlo. Jamás hace algo a la fuerza. Posee un infinito poder, para Él no existen obstáculos:

“Nuestro Dios está en los cielos y cuanto quiere lo hace” (115,3)

• Dios creador

El poder de Dios se manifiesta más que en todo en la creación. A lo largo del salterio aparece el asombro y la admiración por la inmensidad del universo. Todas las criaturas están marcadas por una perfección admirable. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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