Hijos amados de Dios

En la vida hay momentos en que te sientes invadido por una gran alegría, otros por una profunda tristeza pero sereno o perturbado, cuando nos sentimos amados o rechazados, ultrajados o escarnecidos, cuando nos encontramos solos, cuando nadie nos hace caso, recordemos que siempre somos hijos amados de Dios. Porque unidos a Jesucristo participamos de su filiación. San Juan en su primera carta nos dice: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos”. Así pues si Jesús es el Hijo amado del Padre, nosotros somos amados por nuestro Padre celestial. Porque, “en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”.

La invitación a la confianza en este amor del Padre por el hombre es una constante en la Sagrada Escritura. Ya desde los inicios del Génesis vemos como Dios no abandona al hombre a su suerte y esta llamada a la confianza total en de Dios se hace más viva en el Nuevo Testamento: “Mirad los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?” (Mt. 6,26). Sí, ciertamente valemos mucho más que un pajarillo. Que las palabras y hechos de Jesús, que el pensamiento de ser hijos amados de Dios nos ayuden en nuestras horas bajas a continuar nuestro camino sin desfallecer. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
Volver arriba