No es muy común imaginarse las tierras de Medio Oriente cubiertas de nieve y sin embargo en más de una ocasión Jerusalén se ve cubierta de ella. El panorama es espléndido visto desde la azotea de la casa de Abrahán, una casa que acoge peregrinos con pocos recursos en Jerusalén, situada cerca del monte de los Olivos.
Quizás el autor del salmo 147 tuvo una visión semejante por ello canta:
“Manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza; hace caer el hielo como migajas y con el frio congela las aguas; envía una orden y se derriten, sopla su aliento, y corren” (v 16-18). Es que la Palabra de Dios es eficaz y lo que dice lo hace. Con el deshielo, las aguas pueden correr libremente, ya no están encerradas y
por donde pasan dan vida. En una tierra donde el agua escasea, la nieve es una bendición, ya lo dice el refrán: “Año de nieves año de bienes”. El Señor providente bendice la tierra con el don del agua. Jesús dijo:
“El que tenga sed que venga a mí y beba” (Jn 7,37).
En la vida espiritual también podemos encontrarnos fríos como el hielo, encerrados como en una cárcel, pero
el Señor providente puede librarnos de esta situación con su luz capaz de penetrar en lo más profundo de nuestro ser.Texto: Hna. María Nuria Gaza.