Pedro, el espontáneo; Pablo, el intrépido

Mañana celebramos la fiesta de San Pedro y San Pablo, dos hombres muy distintos pero que la Iglesia los considera, con razón, sus columnas.

Pedro, un hijo de Galilea, región despreciada por los jerarcas de Jerusalén. Pescador de oficio, al que Jesús cambió su nombre: “Te llamarás Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Del oficio de pescador de peces en el mar de Tiberiades el Señor le predijo que lo haría pescador de hombres. Un judío con poca cultura que el conocer a Jesús quedó fascinado por él. De carácter espontáneo, timorato ante el peligro que en vez de declararse discípulo de Jesús lo negó por tres veces: “No conozco a este hombre” Y al que en las apariciones de Jesús, después de la resurrección, el Señor confirmó en su primado: “¿Pedro me amas?”. Por tres veces le hizo repetir el Maestro su amor hacia él como en el momento de la pasión lo había negado por tres veces. De este modo el espontáneo Pedro que con su carácter parecía que se iba a comer el mundo, tuvo que reconocer que no podía ir de valiente por la vida: “Señor tú lo sabes todo tú sabes que te amo”. Y la humildad lo hizo ser valiente, apacentó las ovejas que Jesús le había confiado y dio la vida por confesar su fe en Jesús.

Pablo, judío nacido en Tarso, ciudadano romano, con cultura griega, con escuela rabínica, la de Gamaliel, fariseo celoso de la Ley que se la conocía al dedillo, combativo hasta los tuétanos. En su modo de ser no podía soportar que no se respetara la Torá; por ello persigue la doctrina de estos herejes que se levantan contra la Ley dada por Yahvé a Moisés. Aprueba la lapidación de Esteban judío como él de la diáspora pero que seguía la doctrina del impostor Jesús. Un día camino de Damasco, el joven Pablo, oye la voz misteriosa de: “Pablo, Pablo, ¿porque me persigues?”. Lo que ocurrió en el corazón y pensamiento de Pablo después del camino de Damasco no es una conversión, que es pasar del vicio a la virtud, del mal al bien ya que el mismo se declara irreprensible en el cumplimiento de la Ley sino caer de sus aferradas convicciones y reconocer que por gracia es lo que es y no por el cumplimiento absoluto de la Torá. Y del mismo modo que era el defensor acérrimo de la Ley, se lanza ahora a predicar a Cristo y éste crucificado. No teme peligros de mar ni de caminos y su amor a este Jesús que lo amó tanto, entrega su vida por él en Roma donde también la había entregado San Pedro.

Dos santos muy diversos pero dos grandes apóstoles que la Iglesia une en una única celebración.Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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