Lo esencial en el Concilio Vaticano II

Ciertos problemas acuciantes de la humanidad se hicieron presentes en el Concilio: el hambre en una gran parte del planeta, la escasa vigencia de los derechos humanos en innumerables países y la carrera de armamentos.
AGGIORNAMENTO
El Vaticano II, a diferencia de otros concilios, no se convocó para rechazar una herejía o superar una crisis profunda. Su primer propósito, según el pensamiento de Juan XXIII, fue muy claro: no habría condenas, ni siquiera del marxismo o del comunismo. Pero aunque el Papa convocante no había dibujado el programa del Vaticano II, su objetivo más evidente era el aggiornamento de la Iglesia, expresión que sustituía al término reforma, impronunciable en la convocatoria conciliar por su apropiación protestante. Se trataba de renovación, adaptación, y sobre todo, de diálogo y apertura.
Destacamos en este trabajo diversos temas esenciales del Concilio a partir de algunos artículos del libro de Alberigo-Jossua, eds.
LA REALIZACIÓN DE LA IGLESIA EN UN LUGAR (KOMONCHAK, «La realización de la Iglesia en un lugar» en “La recepción del Vaticano II”, pp. 105-121.)
Antes del Concilio se dio poca atención a la Iglesia local, en cambio, después nacerán numerosos textos sobre la Iglesia local para la apropiación del Concilio en los diversos contextos culturales.
Afirma el Concilio que la Iglesia universal se realiza en y a través de la diversidad de la Iglesias locales. Las Iglesias locales son verdaderas Iglesias formadas a imagen de la Iglesia universal. Pero son mucho más que las partes de una totalidad preexistente, son realizaciones locales de todo lo que es la única Iglesia, y «en ellas y por ellas existe la Iglesia católica, una y santa» (Cf. LG 23. 26, SC 42 y CD 11).
La Iglesia universal no existe sino en cuanto comunión de Iglesias locales. Como el mismo Cristo la Iglesia debe aprender a «hablar, comprender, y abrazar en su amor todas las lenguas y triunfar así de la destrucción de Babel» (Cf. LG 23. 26, SC 42 y CD 11).
Por tanto, la catolicidad de la Iglesia no se refiere únicamente a la extensión geográfica universal de una Iglesia uniforme singular. La Iglesia no es un universal abstracto sino concreto; la Iglesia es una no a pesar de la diversidad de las Iglesias locales, sino precisamente debido a ella y en ella.
LA HISTORIA (RUGGIERI, «Fe e historia» en “La recepción del Vaticano II”, pp. 122-149.)
El Concilio Vaticano II cambiará de actitud respecto a la historia y hará análisis de la situación histórica, de aquí la importancia de la categoría “signos de los tiempos”. Bajo esta categoría el Concilio Vaticano II señaló acontecimientos históricos o realidades en los cuales el Espíritu de Dios y sus obras resplandecen. El Concilio exhortó y exhorta a los cristianos a tomar en serio esos signos y a reconocer en ellos la presencia y llamada de Dios. A partir de aquí, la reflexión cristiana y la teología se enfrentan al reto de “pensar” las realidades humano-divinas no como una simple paradoja, sino al interior de una estructura de identidad y diferencia.
En el discurso de apertura de la segunda sesión, el 29 de septiembre de 1963, Pablo VI afirmó que el Concilio «tratará de tender un puente hacia el mundo contemporáneo... Que lo sepa el mundo: la Iglesia lo mira con profunda comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito, no de conquistarlo, sino de servirlo; no de despreciarlo, sino de valorarlo; no de condenarlo sino de confortarlo y salvarlo».
Recordemos que el mundo era en los catecismos preconciliares uno de los enemigos del alma. En el discurso de clausura del Concilio, el 7 de diciembre de 1965, Pablo VI afirmó que el Vaticano II «ha tenido vivo interés por el estudio del mundo moderno».
Junto a la palabra mundo, el Concilio pronunció repetidas veces los términos “sociedad” e “historia”. «Tal vez nunca como en esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, acercarse, comprender, penetrar, servir y evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla; por decirlo así, de alcanzarla en su rápido y continuo cambio», dijo Pablo VI en el citado discurso. Efectivamente, por primera vez, un concilio tuvo en cuenta la realidad concreta de la historia en la sociedad y en el mundo y se hizo un puente entre la tradición y la historia presente. La Iglesia está “dentro” de la historia.
El Vaticano II sitúa a la Iglesia en el mundo, no fuera del mismo, de tal modo que hace suyas las aspiraciones de la humanidad, acepta la autonomía de las realidades temporales y dialoga con la cultura moderna.
LA PALABRA DE DIOS (BIANCHI, «Carácter central de la Palabra de Dios» en “La recepción del Vaticano II”, pp. 150-174.)
La Palabra de Dios se coloca de nuevo en el centro de la vida de la Iglesia. Así se puede afirmar que la opción conciliar se basó en la centralidad y la soberanía de quien es la Palabra de Dios y esta, será ya, una opción irreversible.
El Concilio Vaticano II al inicio de la Dei Verbum expresa vivamente la centralidad de la Palabra en la vida y misión de la Iglesia: «El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente…» (DV 1). De esta manera, descubrimos que la Iglesia vive de la “escucha” religiosa de la Palabra y tiene la misión de “proclamarla” confiadamente. Es por eso que se afirma que la Palabra de Dios es el alma de la vida cristiana, de la evangelización, de la catequesis, de la teología, en fin, de todo lo que la Iglesia es (su naturaleza) y realiza (su misión). Ella es el dinamismo del ámbito pastoral y litúrgico.
Recordemos que teológicamente es la Palabra de Dios la que da origen a la Iglesia, y la Biblia como Palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo y confiada a ella para la salvación de todos, es, junto con la Tradición, la fuerza y columna en la que se apoya toda la vida eclesial. Porque no sólo la Palabra escrita es la que “convoca” a la Iglesia, ya antes de que se escribieran los libros bíblicos, Dios ya se comunicaba con su pueblo y lo llamaba a la Salvación, «con obras y palabras» (DV 2).
La historia de Dios con la humanidad, que es la historia de su hablar con los hombres, tiene su vértice en Jesucristo, palabra definitiva de Dios a la humanidad, o sea, la Palabra que dice todo, que comunica plenamente la voluntad de Dios a los hombres: «Dios, quien había hablado en tiempos antiguos muchas veces y de muchos modos a los padres por medio de los profetas, últimamente, en estos días, nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2).
Afortunadamente, se asiste a un redescubrimiento gozoso de la Biblia por parte de los cristianos, grupos, movimientos, comunidades eclesiales y sectores de la Iglesia, que supera acercamientos parciales y defectuosos en la lectura de la Biblia, y entramos en una nueva etapa desafiante y fascinante a la vez: la de la animación bíblica de la pastoral, donde la Palabra de Dios se convierte en el eje fundante y fontal de toda la pastoral, es decir, ella anima bíblicamente toda la pastoral con el dinamismo de la Palabra, siempre nueva y creadora de Dios, a partir de una nueva manera de entender la misma pastoral, la catequesis, la teología, la liturgia y la espiritualidad. El primer paso que ha de hacerse para renovar la teología, la pastoral y la espiritualidad, es renovar la manera de leer la Biblia o de acercarnos a ella.
La evangelización es acción de Cristo en la fuerza del Espíritu Santo. En cuanto tal tiene como protagonista al Señor mismo y se configura como una actividad debida a su presencia en la Iglesia «hasta el fin de la historia» (Mt 28, 20): el sujeto de la evangelización es el Evangelio, que se identifica en las palabras y acciones de Jesús, Palabra hecha carne; es el sujeto de la buena noticia en el mundo.
Aunque a veces, la centralidad de la Palabra ha sido superficialmente entendida como una concesión hecha a los hermanos de la Reforma y no ha recibido la atención que merecía. La reapropiación vital de la Palabra de Dios por parte de la Iglesia y de la teología católica es en algunos momentos más afectiva que efectiva, aunque «ya no está encadenada y está dando un nuevo rostro a la vida de la Iglesia y a la praxis de los cristianos en el mundo», como afirma E. Bianchi en el artículo profundizado.
CONCLUSIÓN
Lo que caracteriza un concilio es, en definitiva, su mensaje. El Vaticano II trató de renovar el mensaje cristiano desde una triple exigencia: retorno a las fuentes de la Palabra de Dios y de la liturgia, cercanía a la realidad social del mundo y revisión profunda de la Iglesia como pueblo de Dios.
En síntesis, aportó una nueva vivencia de Iglesia en el Espíritu de Cristo y del evangelio, para el servicio del mundo, en aras del reino de Dios. Dicho de otro modo, el propósito del Concilio fue situar a la Iglesia como “oyente de la palabra de Dios” y en diálogo con el mundo. Para realizar esta tarea, el Vaticano II pasó del “bastón a la misericordia”, de los “profetas de calamidades” que condenan el mundo y de la formulación inalterable de las verdades a una nueva remodelación del mensaje cristiano “preferentemente pastoral”, como deseó Juan XXIII.
BIBLIOGRAFÍA
- ALBERIGO, G. - JOSSUA, J. P. (ED.), La recepción del Vaticano II, Madrid: Cristiandad, 1987.