No tienen nada pero... son felices

Hablando con la gente se puede descubrir lo que piensan los demás, sus inquietudes, aspiraciones, logros, fracasos..., podemos llegar a conocer a la otra persona a través del compartir sincero. No son las meras palabras las que quedan en la persona que escucha, sino que todo ello va acompañado de gestos y afirmaciones que corroboran lo que a través de palabras se traduce.

Me hizo pensar en ello una entrevista que realizaron al escritor Dominique Lapierre, estaba sentada en la sala de televisión cuando, en medio de ese ruido que estamos acostumbrados a albergar en nuestros oídos... escucho unas palabras del autor que me llevaron a salir de mí misma para encontrar algo diferente.

Lapierre afirmó que mientras escribía su libro “La ciudad de la alegría” tuvo que vivir como ellos, es decir, insertarse en el lugar y experimentar lo que en menor medida se podía vivir en aquel lugar. Es curioso su testimonio porque sorprendido afirmó, que esa gente... ¡era feliz!, sí, no tenían nada y lo poco que poseían no les pertenecía del todo porque estaban expuestos a infinidad de miserias, pero eran felices.

¿Qué necesitamos para vivir? ¿posesiones? ¿riqueza? ¿reconocimiento?... cuanto más tenemos a más aspiramos, no nos conformamos y buscamos más para satisfacer nuestras necesidades de grandeza, pero... como en su libro explica, “hay miles de luces del mundo que pueblan la ciudad de la Alegría”, es decir, que nuestra ciudad de la Alegría, nuestra propia vida tiene la posibilidad de dar luz en abundancia. Esa alegría está en todas las cosas pequeñas, en lo que nos pasa desapercibido y no logramos apreciar, en lo que nadie se fija... sino... que se lo cuenten a la población de dicho libro. Su epopeya es un canto de amor, un himno a la vida, una lección de ternura y de esperanza para todas las personas de nuestro tiempo, dice en su libro.

Buscar y llegar a esa “ciudad” es sentirse seguro, abrazado y amado, es pasar del temor a la paz y del odio al amor: “Lo que impresionó inmediatamente a Lambert era la serenidad del lugar. El horror estaba ausente de allí. Aquellos infelices ya no estaban torturados por la angustia, la soledad, la degradación, el abandono. Habían encontrado la paz.” Que podamos encontrar en la vida ese rincón de paz y serenidad para ser reflejo del amor de Cristo.

Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: la aflicción?,la angustia?, la persecución?, el hambre?, la desnudez?,el peligro?, la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Romanos 8, 35. 37-39


Texto: Hna. Conchi García.
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