La grandeza de los humildes

Más tarde emigra hacia el Nuevo Mundo. Es un emigrante como los que hoy llegan a nuestras tierras. Sobre las naves que atraviesan el océano hay gente muy diversa: Soldados que van a conquistar tierras en busca de gloria, otros tienen sed de oro, misioneros que van a evangelizar, comerciantes y aventuremos con ansias de hacer fortuna, pobres de solemnidad con esperanza de encontrar mejor suerte que la que han dejado.
Nuestro hombre, experimentó lo que significa el desarraigo, el salto hacia lo desconocido. Pero lo que lo hace significante es que vivió esta situación como un santo. Llegó a Cartagena de Indias y más tarde lo encontramos en Lima Allí llama a las puertas del convento de los dominicos y es aceptado a la profesión como hermano converso.
Pasó 22 años de su vida en la portería del convento de Lima. Allí atendía a todos los que acudían, unos para encontrar consejo, otros para encontrar una mano tendida para su sustento. Entre éstos últimos había muchos indígenas considerados de raza inferior, con muy pocos o casi nulos derechos y con mucha dificultad para sobrevivir. En fray Juan encontraban alivio en su desesperada situación y consuelo en su dolor.
Era muy amante de la Virgen María y de la adoración al Santísimo, al igual que su compañero de convento San Martín de Porres. Tuvo gran amistad con Santa Rosa de Lima. Tres santos contemporáneos y los tres de la Orden de Predicadores.
La vida de santidad y amor a los pobres la vivió primero en su patria y la continuó en la tierra que le acogía. Este hombre mostró con su caridad a los pobres indígenas el verdadero rostro de de Dios. El no escribió libros pero en sus acciones mostró a los pobres el rostro de Dios Padre que nos hace hermanos sin hacer distinción de color o clase social.
En el hoy de nuestra sociedad en que tanto se habla del problema de la emigración, si son demasiados, si hay que hacerlos volver a su país, etc., estos santos hombres nos recuerdan los deberes que tenemos con los nuevos venidos: Son seres que tienen derecho a huir del hambre y de la miseria. A nosotros nos queda el buscar soluciones a este gran problema del hambre de pan, y no menos del hambre de Dios, y nuestra prédica más elocuente es el amor. Texto: Hna. Maria Núria Gaza.