otro modo de salir dek armario... Mis Messis
“los derechos de los pobres son más sagrados que los de los poderosos”. Lo cual es muy fácil de parodiar: las victorias de los inmigrantes son más sagradas que las victorias de los futbolistas. Así de simple, así de claro, así de evidente, así de fácil…
| José Ignacio González Faus
Siento disentir de la mayoría, pero debo salir de otro armario y confesar que no participé ni celebré ese culto a Messi de estos días pasados. No es que sea “messífobo”: también yo me he entusiasmado con alguno de sus goles; y solo tengo contra él que ha caído en esa suprema imbecilidad de los tatuajes, que refleja poca inteligencia o poca libertad si (como me dicen algunos), lo ha hecho por imposición de sus promotores.
Pero me sucede que tengo otros Messis que me emocionan más y que nunca saldrán en los medios ni aunque la mayoría de ellos son mujeres. No son de mi país, como tampoco lo eran algunos africanos que jugaban con Francia o con España en el mundial. Pero tienen mi misma nacionalidad y mi mismo pasaporte humanos, aunque vengan de lugares como Bosnia, Líbano, Nicaragua, Marruecos o el Chad…, la mayoría de los cuales desconozco.
Pero están aquí: con un buen equipaje de sufrimiento a cuestas, con las espaldas del alma golpeadas, hablando una lengua que nadie les ha enseñado, maltratados por la vida a la que, no obstante le han marcado muchos goles y no simplemente de un penalti facilón. Vinieron por motivos distintos: unas veces por hambre, otras por evitar a sus hijos un futuro que veían muy negro en su país natal, o por poder enviar dinero a su familia lejana, o para que la niña pudiera estudiar en la universidad… Algunos han tenido que vivir en espacios como los que denunciaba El País de ayer día 20 (p. 19): cuarenta metros cuadrados, sin ventanas ni calefacción, repartidos en cuatro o cinco “viviendas”, con un alquiler global de 2.500 euros que, en algún otro caso, le han permitido al arrendatario pagarse un viaje a Qatar para asistir al mundial, con la esperanza de ver triunfar a España y sentirse grande.
Porque hay que añadir que tanto en Buenos Aires, como si hubiera sido aquí o en París, todos esos manifestantes no van por auténtico amor a la patria, sino porque creen ser un poco grandes por pertenecer al país que ha ganado, aunque sea desempatando con penaltis. Y uno, al verlos, piensa aquello del viejo rapsoda: “¡qué buen vasallo si oviesse buen señor!”
Debo añadir que algunas veces, un gesto, un recuerdo o una palabra de estos mis Messis han hecho que “asomara a mis ojos una lágrima”. Y no una lágrima de presunto arrepentimiento como las de la amada de Bécquer; ni una lágrima por enfermedad del párpado, para las que el oftalmólogo me receta unas gotas de Ocudox, dos veces al día. Una lágrima de las otras: de esas que dicen más que mil palabras. Y que seguramente entenderíamos mejor si nos tragáramos y digiriéramos aquellas palabras tan sencillas del viejo C. A. Sandino, tan traicionado hoy (como tantas veces Jesús) por quienes se amparaban en él: “los derechos de los pobres son más sagrados que los de los poderosos”. Lo cual es muy fácil de parodiar: las victorias de los inmigrantes son más sagradas que las victorias de los futbolistas. Así de simple, así de claro, así de evidente, así de fácil…
Pero ¡qué difícil!