otro modo de salir dek armario... Mis Messis

“los derechos de los pobres son más sagrados que los de los poderosos”. Lo cual es muy fácil de parodiar: las victorias de los inmigrantes son más sagradas que las victorias de los futbolistas. Así de simple, así de claro, así de evidente, así de fácil…

Siento disentir de la mayoría, pero debo salir de otro armario y confesar que no participé ni celebré ese culto a Messi de estos días pasados. No es que sea “messífobo”: también yo me he entusiasmado con alguno de sus goles; y solo tengo contra él que ha caído en esa suprema imbecilidad de los tatuajes, que refleja poca inteligencia o poca libertad si (como me dicen algunos), lo ha hecho por imposición de sus promotores.

Pero me sucede que tengo otros Messis que me emocionan más y que nunca saldrán en los medios ni aunque la mayoría de ellos son mujeres. No son de mi país, como tampoco lo eran algunos africanos que jugaban con Francia o con España en el mundial. Pero tienen mi misma nacionalidad y mi mismo pasaporte humanos, aunque vengan de lugares como Bosnia, Líbano, Nicaragua, Marruecos o el Chad…, la mayoría de los cuales desconozco.

Pero están aquí: con un buen equipaje de sufrimiento a cuestas, con las espaldas del alma golpeadas, hablando una lengua que nadie les ha enseñado, maltratados por la vida a la que, no obstante le han marcado muchos goles y no simplemente de un penalti facilón. Vinieron por motivos distintos: unas veces por hambre, otras por evitar a sus hijos un futuro que veían muy negro en su país natal, o por poder enviar dinero a su familia lejana, o para que la niña pudiera estudiar en la universidad… Algunos han tenido que vivir en espacios como los que denunciaba El País de ayer día 20 (p. 19): cuarenta metros cuadrados, sin ventanas ni calefacción, repartidos en cuatro o cinco “viviendas”, con un alquiler global de 2.500 euros que, en algún otro caso, le han permitido al arrendatario pagarse un viaje a Qatar para asistir al mundial, con la esperanza de ver triunfar a España y sentirse grande.

Porque hay que añadir que tanto en Buenos Aires, como si hubiera sido aquí o en París, todos esos manifestantes no van por auténtico amor a la patria, sino porque creen ser un poco grandes por pertenecer al país que ha ganado, aunque sea desempatando con penaltis. Y uno, al verlos, piensa aquello del viejo rapsoda: “¡qué buen vasallo si oviesse buen señor!”

Debo añadir que algunas veces, un gesto, un recuerdo o una palabra de estos mis Messis han hecho que “asomara a mis ojos una lágrima”. Y no una lágrima de presunto arrepentimiento como las de la amada de Bécquer; ni una lágrima por enfermedad del párpado, para las que el oftalmólogo me receta unas gotas de Ocudox, dos veces al día. Una lágrima de las otras: de esas que dicen más que mil palabras. Y que seguramente entenderíamos mejor si nos tragáramos y digiriéramos aquellas palabras tan sencillas del viejo C. A. Sandino, tan traicionado hoy (como tantas veces Jesús) por quienes se amparaban en él: “los derechos de los pobres son más sagrados que los de los poderosos”. Lo cual es muy fácil de parodiar: las victorias de los inmigrantes son más sagradas que las victorias de los futbolistas. Así de simple, así de claro, así de evidente, así de fácil…

Pero ¡qué difícil!

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