"La Iglesia que vive en Türkiye es una pequeña comunidad que, no obstante, permanece  fecunda como semilla y levadura del Reino" El Papa invita a la pequeña Iglesia turca a vivir "la lógica de la pequeñez" y "acoger y servir a los emigrantes"

León XIV en Turquía
León XIV en Turquía

"Hoy son ustedes la comunidad llamada a cultivar la semilla de la fe que, desde Abraham, los  Apóstoles y los Padres de la Iglesia, nos ha sido transmitida"

"Esta lógica de la pequeñez es la verdadera fuerza de la Iglesia. En efecto, esta fuerza no reside  ni en sus recursos ni en sus estructuras, ni los frutos de su misión derivan del consenso numérico, de  la potencia económica o de la relevancia social"

"La presencia tan significativa de los migrantes y  refugiados en este país, en efecto, supone para la Iglesia el desafío de acoger y servir a aquellos que se  encuentran entre los más vulnerables"

"Siempre es necesario mediar la fe cristiana en los  lenguajes y categorías del contexto en el que vivimos, como lo hicieron los Padres en Nicea y en los  otros concilios"

En su segundo día de visita en Turquía, León XIV se reunió en la catedral del Espíritu Santo con los fieles, las religiosas y el clero de la Iglesia turca, una comunidad pequeña, que continúa la "semilla de la fe, que, desde Abraham, los  Apóstoles y los Padres de la Iglesia, nos ha sido transmitida" y vive, por sus propias características "la lógica de la pequeñez, que es su verdadera fuerza" y la que la hace permanecer "fecunda como semilla y levadura del Reino".

Una Iglesia que, como recordó el Papa, está integrada en su mayoría por extranjeros y, precisamente por eso, les invitó a cuidar a los jóvenes y a ser especialmente acogedores con los emigrantes y refugiados. "La presencia tan significativa de los migrantes y  refugiados en este país, en efecto, supone para la Iglesia el desafío de acoger y servir a aquellos que se  encuentran entre los más vulnerables", dijo.

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El Papa saluda al presidente del episcopado
El Papa saluda al presidente del episcopado

Además, León XIV les invitó a encarnar e inculturar su fe, porque "siempre es necesario mediar la fe cristiana en los  lenguajes y categorías del contexto en el que vivimos, como lo hicieron los Padres en Nicea y en los  otros concilios", para terminar con un recuerdo emocionado a Juan XXIII, que, antes de ser Papa, fue nuncio en Turquía y decía: "Yo amo a los turcos, aprecio las cualidades naturales de este pueblo”.

Tras iniciar la ceremonia, el saludo del presidente de la Conferencia episcopal turca:

Santo Padre, es para mí un gran honor saludarle en nombre de esta asamblea reunida hoy a su alrededor para darle la bienvenida. ¡Bienvenido!

Le saludo en nombre de todos los obispos de Turquía, de los religiosos y religiosas, de las personas consagradas, así como de los sacerdotes que sirven a la Iglesia en esta tierra bendita, precisamente donde la Iglesia nació entre las naciones. Le saludo también en nombre de los fieles laicos, que se dedican con generosidad a la pastoral y a la caridad.

Presidente de los obispos turcos
Presidente de los obispos turcos

Con el salmista quisiéramos exclamar: « Este es el día que hizo el Señor: ¡alegrémonos y regocijémonos en él!» (Sal 118/117, 24). Sí, Santidad, es para nosotros una inmensa alegría poder acogerle a usted, el Sucesor del Apóstol Pedro, garante de la Tradición viva y sacramental, transmitida por Cristo hasta nuestros días, y que permite a la Iglesia seguir siendo el «sacramento de la salvación».

Como en el día de Pentecostés, procedemos de antiguas tradiciones diferentes: herederos de las Iglesias gloriosas por su fe y su testimonio, manifestado en los primeros concilios —en particular el de Nicea—, representamos también a las Iglesias que permanecieron fieles a Cristo, marcadas por el sello del martirio. Servidores del pueblo de Dios por pura gracia, deseamos seguir siendo testigos fieles de una fe viva y operante, arraigados en Cristo y en su enseñanza. Reciba, Santísimo Padre, nuestra profunda gratitud por su visita, signo de su amor por todo el pueblo de Dios.

Que el Señor resucitado bendiga su ministerio petrino y esta visita fraterna; que Él nos conceda a todos ser tocados por el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, único Dios, único amor.

El Papa en la catedral del Espíritu Santo
El Papa en la catedral del Espíritu Santo

Discurso íntegro del Papa

Excelencias Reverendísimas,

queridos sacerdotes, religiosas y religiosos, 

agentes de pastoral, hermanos y hermanas todos: 

Es una gran alegría encontrarme aquí en medio de ustedes. Agradezco al Señor que me  concede, en mi primer viaje apostólico, visitar esta “tierra sagrada” que es Türkiye, en la cual la  historia de Israel encuentra el cristianismo naciente; el Antiguo y el Nuevo Testamento se abrazan, y  se escriben las páginas de numerosos Concilios. 

La fe que nos une tiene raíces lejanas. En efecto, obediente a la llamada de Dios, nuestro padre  Abraham se pone en camino desde Ur de los caldeos y después, desde la región de Jarán al sur de la  actual Türkiye, Abraham partió hacia la Tierra prometida (cf. Gn 12,1). En la plenitud de los tiempos,  después de la muerte y resurrección de Jesús, también sus discípulos se dirigieron hacia Anatolia y  Antioquía —donde posteriormente fue obispo san Ignacio— y fueron llamados “cristianos” por  primera vez (cf. Hch 11,26). Desde esa ciudad, san Pablo inició algunos de sus viajes apostólicos,  fundando muchas comunidades. Y es precisamente en la costa de la península de Anatolia, en Éfeso,  donde, según algunas fuentes antiguas, habría residido y fallecido el evangelista Juan, discípulo  amado del Señor (cf. S. IRENEO, Contra los herejes, III, 3, 4; EUSEBIO DE CESAREA, Historia  Eclesiástica V, 24, 3). 

Además, recordamos con admiración el gran pasado bizantino, el impulso misionero de la  Iglesia de Constantinopla y la difusión del cristianismo en todo el Levante. Aún hoy, en Türkiye  viven numerosas comunidades cristianas de rito oriental, como armenios, sirios y caldeos, así como  las de rito latino. El Patriarcado Ecuménico sigue siendo un punto de referencia tanto para sus fieles  griegos como para los que pertenecen a otras denominaciones ortodoxas.  

El Papa en Turquía
El Papa en Turquía

Queridos hermanos, también ustedes han sido engendrados de la riqueza de esta larga historia.  Hoy son ustedes la comunidad llamada a cultivar la semilla de la fe que, desde Abraham, los  Apóstoles y los Padres de la Iglesia, nos ha sido transmitida. La historia que nos antecede no es  simplemente para recordar y después archivar en un pasado glorioso, mientras observamos  resignados cómo la Iglesia católica se ha reducido numéricamente. Al contrario, estamos invitados  a adoptar la mirada evangélica, iluminada por el Espíritu Santo. 

Y cuando miramos con los ojos de Dios, descubrimos que Él ha escogido el camino de la  pequeñez para descender en medio de nosotros. Este es el estilo del Señor, que estamos llamados a  testimoniar; los profetas anunciaron la promesa de Dios acerca de un pequeño germen que brotará  (cf. Is 11,1), y Jesús elogia a los pequeños que confían en Él (cf. Mc 10,13-16), afirmando que el  Reino de Dios no se impone llamando la atención (cf. Lc 17,20-21), sino que se desarrolla como la  más pequeña de todas las semillas plantadas en la tierra (cf. Mc 4,31). 

Esta lógica de la pequeñez es la verdadera fuerza de la Iglesia. En efecto, esta fuerza no reside  ni en sus recursos ni en sus estructuras, ni los frutos de su misión derivan del consenso numérico, de  la potencia económica o de la relevancia social. La Iglesia, al contrario, vive de la luz del Cordero y,  reunida en torno a Él, es impulsada por el poder del Espíritu Santo en los caminos del mundo. En  esta misión, la Iglesia está llamada de nuevo a confiar en la promesa del Señor: «No temas, pequeño  Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino» (Lc 12,32). Al respecto, recordemos  estas palabras del Papa Francisco: «En una comunidad cristiana donde los fieles, los sacerdotes, los  obispos, no toman este camino de la pequeñez, no hay futuro, […] el Reino de Dios brota en lo  pequeño, siempre en lo pequeño» (Homilía en Santa Marta, 3 diciembre 2019).  

La Iglesia que vive en Türkiye es una pequeña comunidad que, no obstante, permanece  fecunda como semilla y levadura del Reino. Por eso, los animo a cultivar una actitud espiritual de  esperanza confiada, fundada en la fe y en la unión con Dios. Es necesario, ciertamente, dar testimonio  del Evangelio con alegría y mirar hacia el futuro con esperanza. Algunos rasgos de esta esperanza ya están presentes, pidamos entonces al Señor que los sepamos reconocer y cultivar; otros, quizá,  tengan que ser expresados por nosotros de manera creativa, perseverando en la fe y en el testimonio. 

Entre los signos prometedores más hermosos, me vienen a la mente los muchos jóvenes que  tocan a las puertas de la Iglesia católica, trayendo consigo sus preguntas y sus inquietudes. A tal  propósito, los exhorto a continuar con el riguroso trabajo pastoral que llevan a cabo. Del mismo  modo, los invito a escuchar y acompañar a los jóvenes y también a atender aquellas áreas en las  cuales la Iglesia en Türkiye está llamada a trabajar, de modo particular: el diálogo ecuménico e  interreligioso, la transmisión de la fe a la población local, y el servicio pastoral a los migrantes y  refugiados. 

Este último aspecto amerita una reflexión. La presencia tan significativa de los migrantes y  refugiados en este país, en efecto, supone para la Iglesia el desafío de acoger y servir a aquellos que se  encuentran entre los más vulnerables. Al mismo tiempo, esta Iglesia está formada por extranjeros y, de  hecho, muchos de ustedes —sacerdotes, religiosas, agentes de pastoral— proceden de otras tierras; esto  requiere de su parte un compromiso especial con la inculturación; que la lengua, los usos y las  costumbres de Türkiye se conviertan cada vez más en los suyos. La comunicación del Evangelio pasa,  de hecho, por esta inculturación. 

No quiero olvidar, además, que en esta tierra se celebraron los primeros ocho concilios  ecuménicos. Este año se cumple el 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea, «cimiento en el  camino de la Iglesia y de la humanidad entera» (FRANCISCO, Discurso a la Comisión Teológica  Internacional, 28 noviembre 2024), un acontecimiento siempre actual que nos plantea algunos retos  que me gustaría mencionar.  

El primero se trata de la importancia de acoger la esencia de la fe y del ser cristianos. En  torno al Símbolo de la fe, la Iglesia de Nicea encontró la unidad (cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, n. 17). Por lo tanto, no se trata sólo de una fórmula  doctrinal, sino de la invitación a buscar siempre, incluso dentro de las distintas percepciones,  espiritualidades y culturas, la unidad y la esencialidad de la fe cristiana entorno a la centralidad de Cristo  y a la Tradición de la Iglesia.

Nicea nos invita, aún hoy, a reflexionar sobre esto: ¿quién es Jesús para  nosotros?, ¿qué significa, en su núcleo esencial, ser cristianos? El Símbolo de la fe, profesado de modo  unánime y común, se vuelve de esta manera criterio de discernimiento, brújula orientadora, eje sobre el  cual deben girar nuestro creer y nuestro actuar. A propósito del nexo entre la fe y las obras, quiero  agradecer a las organizaciones internacionales, de modo especial a Caritas Internationalis y a Kirche in  Not, por el apoyo a las actividades caritativas de la Iglesia y, sobre todo, por la ayuda prestada a las  víctimas del terremoto de 2023.  

El segundo desafío consiste en la urgencia de redescubrir en Cristo el rostro de Dios Padre.  Nicea afirma la divinidad de Jesús y su igualdad con el Padre. En Jesús, nosotros encontramos el  verdadero rostro de Dios y su palabra acerca de la humanidad y de la historia. Esta verdad pone  constantemente en crisis nuestras representaciones de Dios cuando no corresponden a lo que Jesús nos  ha revelado y nos invita a un constante discernimiento crítico sobre las formas de nuestra fe, de nuestra  oración, de nuestra vida pastoral y, en general, de nuestra espiritualidad.

Hay, sin embargo, otro desafío,  que definiría como un “regreso del arrianismo”, presente en la cultura actual y a veces hasta en los  propios creyentes, cuando se ve a Jesús con admiración humana, incluso aún con espíritu religioso, pero  sin considerarlo realmente como el Dios vivo y verdadero presente entre nosotros. Su ser Dios, Señor de  la historia, viene de esta manera oscurecido y nos limitamos a considerarlo un personaje histórico, un  maestro sabio, un profeta que ha luchado por la justicia, pero nada más. Nicea nos lo recuerda: Cristo  Jesús no es un personaje del pasado, es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia  el futuro que Dios nos ha prometido.  

Por último, el tercer desafío, la mediación de la fe y el desarrollo de la doctrina. En un  contexto cultural completo, el Símbolo de Nicea logró mediar la esencia de la fe a través de las  categorías culturales y filosóficas de la época. No obstante, pocos decenios después, en el primer  Concilio de Constantinopla, vemos que se profundizó y amplió, y precisamente gracias a esa profundización de la doctrina se llegó a una nueva fórmula: el Símbolo Niceno-Constantinopolitano,  que comúnmente profesamos en nuestras celebraciones dominicales. 

En esto aprendemos una gran lección. Siempre es necesario mediar la fe cristiana en los  lenguajes y categorías del contexto en el que vivimos, como lo hicieron los Padres en Nicea y en los  otros concilios. Al mismo tiempo, debemos distinguir el núcleo de la fe de las fórmulas y formas  históricas que lo expresan, las cuales siempre son parciales y provisorias, y pueden cambiar a medida  que profundizamos en la doctrina. Recordemos que el nuevo Doctor de la Iglesia, san John Henry  Newman, insiste en el desarrollo de la doctrina cristiana, porque no es una idea abstracta y estática,  sino que refleja el misterio mismo de Cristo. Se trata, por tanto, del desarrollo interno de un organismo  vivo, que saca a la luz y explica mejor el núcleo fundamental de la fe.  

León XIV en Turquía
León XIV en Turquía

Queridos hermanos, antes de saludarlos, quisiera recordarles la figura, para ustedes tan  querida, de san Juan XXIII, que ha amado y servido a este pueblo, afirmando: “Me gusta repetir lo  que siento en el corazón: Yo amo a los turcos, aprecio las cualidades naturales de este pueblo” (cf.  Diario del alma, 234). Y observando desde la ventana de la casa de los jesuitas a los pescadores del  Bósforo, trabajando entre las barcas y las redes, escribió: «El espectáculo me emociona. La otra  noche, hacia la una, llovía a cántaros, pero los pescadores estaban allí, impávidos en su ruda tarea  […] Imitar a los pescadores del Bósforo, trabajar día y noche con las lámparas encendidas, cada uno  en su propia barca, a las órdenes de los jefes espirituales: ese es nuestro grave y santo deber» (Diario  del alma, 235). 

Deseo que sean animados por esta pasión, que conserven la alegría de la fe, trabajando como  pescadores intrépidos en la barca del Señor. Que María Santísima, la Theotokos, interceda por ustedes  y los cuide. Gracias. 

León en Turquía

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