Lope de Vega, sacerdote (2). Una vida en verso

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En imagen, una magnífica estatua de Lope de Vega, obra de Mateo Inurria. Vestido con sotana y portando en el brazo un manteo, parece estar corrigiendo algún poema, pues se adivina en la mano derecha una pluma de ave. Está emplazado el monumento frente al Real Monasterio de la Encarnación, a pocos metros del Palacio Real de Madrid.

La personalidad de Lope de Vega es tan exuberante, extrovertida, seductora que no puede ocultarse. Y exhibe sin pudor virtudes y defectos. Como excelente narrador, refiere sutilmente sucesos de su propia vida a través de avatares o heterónimos, en juego literario de complicidad. Poetiza otras veces sin disfraz acontecimientos de su propia vida como catarsis liberadora. De cada una de esas valientes, emocionadas confidencias escribiré a continuación.

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Repasemos algunos sucesos a partir de 1610, cuando se establece en Madrid en casa propia. Allí pasaron a vivir Lope de Vega y Juana de Guarda con sus hijos. Uno de ellos, Carlos Félix, fallece de calenturas en 1613. El corazón del poeta quedó destrozado. En notable epístola a Matías de Porras (La Circe) recuerda con emoción cómo, a la hora del almuerzo, el pequeño Carlos le retiraba de los libros y le conducía jugando al comedor:

Llamábanme a comer; tal vez decía
que me dejasen, con algún despecho:
así el estudio vence, así porfía.

Pero de flores y de perlas hecho,
entraba Carlos a llamarme, y daba
luz a mis ojos, brazos a mi pecho.

Tal vez que de la mano me llevaba,
me tiraba del alma, y a la mesa,
al lado de su madre, me sentaba.


UN PADRE LLORA LA MUERTE DE SU HIJO DE SIETE AÑOS

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Nos ha llegado, ardiendo de ternura y lágrimas, una apasionada elegía que, por su extensión, hemos de recortar notablemente. Forma parte del poemario "Rimas Sacras", publicado en 1614, año de su ordenación sacerdotal.

Después de ofrecérselo a Dios, le habla al pequeño, agradeciéndole su buen comportamiento:

A LA MUERTE DE CARLOS FÉLIX

Y vos, dichoso niño, que en siete años
que tuvistes de vida, no tuvistes
con vuestro padre inobediencia alguna,
corred con vuestro ejemplo mis engaños,
serenad mis paternos ojos tristes,
pues ya sois sol donde pisáis la luna;
de la primera cuna
a la postrera cama
no distes sola un hora
de disgusto,


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Mientras algún hermoso pajarillo cantaba desde la jaula para aliviar la fiebre del enfermo, cultivaba el jardín el padre poeta, y le subía flores. Hasta que una madrugada el niño/lirio bajó al jardín y se acostó junto a las rosas. Admirable la resolutiva fe del creyente que adivina felicidad y vida más allá de la muerte:

Yo para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba, gozoso de alegraros;
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores,
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas
salistes, Carlos mío,
bañado de rocío,
cuando marchitas las doradas venas
el blanco lirio convertido en hielo,
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.


¡Oh qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales
en el jardín eterno, que atesora
por cuadros ricos de doradas salas
más hermosos jacintos orientales,
adonde a los mortales
ojos la luz excede!


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Versos finales: hay dos moradas, la terrestre y la gloriosa, nuestra verdadera patria. Aunque ahora recuerda Lope al pequeño Carlos con tristeza, pide a Dios llegar a encontrarse de nuevo con él por jardines de gloria:

Yo os di la mejor patria que yo pude
para nacer, y agora en vuestra muerte,
entre santos dichosa sepultura;
resta que vos roguéis a Dios que mude
mi sentimiento en gozo, de tal suerte
que, a pesar de la sangre que procura
cubrir de noche escura
la luz de esta memoria,
viváis vos en la mía;
que espero que algún día
la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.


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SE HA QUEDADO SOLO, MUY SOLO

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Pocos meses después del fallecimiento de Carlos, da Juana a luz una pequeña, Feliciana, fruto del amor de ambos. Pero el parto fue difícil y unos días después fallecería la madre. Recuerda Lope con profundo dolor la muerte por parto de su primera esposa, Isabel de Urbina. Una de las motivaciones más hondas para acercarse al sacerdocio y prometer celibato fue, sospecho, la experiencia de muerte por embarazo que había vivido en estas dos ocasiones.

Se ha quedado solo, muy solo, el amante. Al observar los gestos de la niña no puede por menos que evocar el encanto de la perdida esposa:

Feliciana el dolor me muestra impreso
de su difunta madre en lengua y ojos:
de su parto murió. ¡Triste suceso!


En pocos meses se ordena sacerdote: el 29 de mayo de 1614 celebra su primera misa... Pero ya en 1615 conoce y se enamora de una atractiva joven de 26 años, Marta de Nevares, que será el último y definitivo amor del insaciable tenorio que le doblaba la edad. Cupido hirió de vida a los dos en un jardín madrileño, con motivo de una fiesta poética que ella presidía. Marta pidió litigiosamente el divorcio.

Dos años después, alumbra felizmente Marta una niña, Antonia Clara. Y, por suerte para la pareja, fallecerá pronto el marido, Roque Hernández. Pero las bromas del gallinero intelectual no cesaron. Se hicieron famosos estos versos de Góngora: "Dicho me han por una carta / que es tu cómica persona, / sobre los manteles mona / y entre las sábanas Marta."


"DOS VIVAS ESMERALDAS..."

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Desgraciadamente, no queda mucho espacio en el post, y me reduciré a introducir unos versos en octavas reales de la égloga "Amarilis", viaje sentimental por las estaciones más íntimas de la via lucis de Lope, y de su via crucis, recorridas a lo largo de dieciséis años de amor y sufrimiento extremos.

Ya en las primeras estrofas elogia Lope la belleza de Marta, destacando, sobre todo, la mágica luz de sus ojos,"dos verdes esmeraldas, que mirando / hablaban a las almas al oído..." Hacia 1621 pierde vista la bella hasta quedarse ciega. Si era luz para los ojos de Lope, al quedar ella en noche, se oscurece también el corazón y el alma del amantísimo compañero:

Cuando yo vi mis luces eclipsarse,
cuando yo vi mi sol escurecerse
mis verdes esmeraldas enlutarse
y mis puras estrellas esconderse,
no puede mi desdicha ponderarse,
ni mi grave dolor encarecerse,
ni puede aquí sin lágrimas decirse
cómo se fue mi sol al despedirse.


Siete años después, la sobrevienen ataques de locura.Se desgarra la ropa en accesos furiosos que alternan con períodos de honda melancolía. Lope de Vega la tranquiliza y cuida amorosamente. Desde la pobreza y la austeridad escribe al duque, su generoso mecenas, mendigándole ropas, dinero, sustento, que muchas veces no vendrían...

¿Quién creyera que tanta mansedumbre
en tan súbita furia prorrumpiera?;
pero faltando la una y la otra lumbre
de cuerpo y alma, ¿qué otro bien se espera?
Que en no habiendo razón que el alma alumbre,
ni vista al cuerpo en una y otra esfera,
sólo pudo quedar lo que se nombra
de viviente mortal cadáver sombra.

Aquella que, gallarda, se prendía
y de tan ricas galas se preciaba,
que a la Aurora de espejo le servía,
y en la luz de sus ojos se tocaba,
curiosa, los vestidos deshacía,
y otras veces, estúpida, imitaba,
el cuerpo en hielo, en éxtasis la mente,
un bello mármol de escultor valiente.


Fallece, al fin, Marta de Novares en casa de Lope (1632). Tenía cuarenta años recién cumplidos. Los versos que siguen dibujan con trazos muy recios las duras tinieblas del corazón del poeta, pastor en la ficción, que descubre solidario dolor en todos los seres vivos de sus arroyos y sus campos. Tres años después (1635) fallecería también, muy deteriorado, el Fénix de los Ingenios...

Salgo de allí con erizado espanto
corriendo el valle, el soto, el prado, el monte,
dando materia de dolor a cuanto
ya madrugaba el sol por su horizonte.
«Pastores, aves, fieras, haced llanto,
ninguno de la selva se remonte»,
iba diciendo; y a mi voz, turbados,
secábanse las fuentes y los prados.

No quedó sin llorar pájaro en nido,
pez en el agua, ni en el monte fiera,
flor que a su pie debiese haber nacido,
cuando fue de sus prados primavera;
lloró cuanto es amor, hasta el olvido
a amar volvió porque llorar pudiera,
y es la locura de mi amor tan fuerte,
que pienso que lloró también la muerte.


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