Miguel Hernández, poeta de la "memoria histórica" (1)

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Pasado mañana (30 de octubre de 2010) se celebra el primer centenario del nacimiento en Orihuela (Alicante) de Miguel Hernández. Acabo de visitar la magnífica exposición, con más de 200 piezas originales, que se ha montado en la Biblioteca Nacional. Es agradable y desacostumbrado participar gratuitamente en un acontecimiento cultural de tal relieve. Adquirí el hermoso Catálogo de la Exposición, material que pienso disfrutar por artículos e imágenes.

A la derecha de estos párrafos puede contemplarse una diapositiva de la portada del Catálogo, que reproduce el retrato de Miguel soplando una armónica, dibujo de su amigo Benjamín Palencia. Como no es bueno divagar, y conviene en un blog ceñirse a un solo tema, os voy a reproducir unos párrafos escritos por la pluma del Comisario de la Exposición, José Carlos Rovira, que comentaré seguidamente:
“El poeta necesario adquirió, al final del episodio bélico y en la sucesiva posguerra otra condición esencial, la de poeta de la memoria, de la memoria histórica de este país. Y es una condición inevitable que tiene uno de los más bellos y terribles libros de la poesía española del siglo XX, aquel inacabado, que conocemos como "Cancionero y romancero de ausencias", obra con la que inaugura el autobiografismo de la poesía de la posguerra.”

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"COMO SI MIGUEL HERNÁNDEZ FUERA UNA PUTA BARATA..."

Efectivamente, la poesía de Hernández, y muy especialmente sus últimos poemas, depurados y hondos, agavillados en "Cancionero y romancero de ausencias", dan fe de vida de un hombre comprometido con su tiempo y su conciencia, que refleja en sus escritos el sentir de tantos y tantos españoles de ambas trincheras dispuestos a darse la mano y construir entre todos una paz justa y fraternal (ese deseo se hizo realidad más tarde, con la transición política).

Es sentenciado a muerte Miguel como Comisario Político y, sobre todo, como Comisario de Cultura que disparaba con verso. Amigos suyos de derechas hicieron lo imposible por salvar su vida. Y lo consiguieron, conmutándose la pena de muerte por una condena de treinta años de prisión. Hubiera podido quedar en libertad de haber escrito algún poema para la revistilla carcelaria del régimen: "Redención".

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Pero una solidaria dignidad al lado de los humildes, y su campesino olfato para detectar lo genuino de lo falso en aquellos que manipulaban la religión, le empujaron a decir categóricamente que no. El testimonio de Luis Fábregas, compañero de prisión, es duro y verosímil. Así le hablaba Miguel:

"¡Me parece increíble que esos viejos amigos no me hayan conocido mejor! ¡Que hayan venido a verme para hacerme pretensiones deshonestas, como si Miguel Hernández fuera una puta barata!"


Lo que más le dolía era, seguramente, la recriminación de Josefina que le culpaba de egoísta por no escuchar a los amigos que querían ayudarle, y pensar más en él y su orgullo que en el niño y la madre.

Los poemas desde la cárcel son, en general, breves y secos, exquisitamente profundos. Sencillos apuntes, a vuelalápiz, de diario íntimo. Tristes reflexiones ante la trágica realidad de tres ausencias: la del hijo muerto, la de los seres queridos, la de la libertad... Esta pérdida de libertad le obligaba a repensar su vida de milicia, su trayectoria personal de Comisario a lo largo de los tres años de contienda fratricida.

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¿Y LA JUVENTUD? EN EL ATAÚD

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La importante hispanista francesa Marie Chevallier, en su amplio estudio de la obra de Miguel Hernández, dedica varias páginas a profundizar en la temática del "Cancionero y romancero de ausencias". La abundancia de tiempo libre, de tiempo muerto, en la cárcel, facilita el pensar sobre la propia biografía. Y reflexiona severamente Miguel sobre su papel de propagandista y su poesía de combate en la guerra civil (página 368):

"Las conclusiones del examen de conciencia del poeta sobre su comportamiento anterior nunca están teñidas de complacencia. Se ha embriagado con una fe y un lirismo que se han revelado hijos del error. A las estruendosas proclamas de "Nuestra juventud no muere..." (poema 7 de "Viento del pueblo") responde la frase seca, crujiente, casi como un sarcasmo, del hombre desengañado que ya no trata de disimular lo que fueron su pensamiento y su comportamiento (nº 49 del CRA):

La vejez en los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?

En el ataúd.

El árbol, solo y seco.
La mujer, como un leño
de viudez sobre el lecho.
El odio, sin remedio.
¿Y la juventud?

En el ataúd."


El cuadro que preside esta sección, obra del excelente pintor Luis Quintanilla, denominado Destrucción, forma parte de un conjunto artístico de cinco frescos titulado "Ama la paz, odia la guerra". El origen de este retablo antibélico está, con toda seguridad, en el centenar de apuntes al natural, pasados después a plumilla, que tomó el pintor a primeros días de mayo de 1937, en la histórica toma del Santuario de Santa María de la Cabeza, que resistió valerosamente nueve meses de asedio. La noticia es que por allí estaba trabajando como periodista Miguel Hernández, que publicaría puntualmente en "Frente Sur" dos emocionadas crónicas.

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TODAS LA MADRES DEL MUNDO OCULTAN EL VIENTRE...

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Veamos otra escena de la serie de Quintanilla sobre la paz: "Soldados". Aquí los protagonistas son soldados. Y no es difícil descubrir en alguno de ellos rasgos foráneos. Podría tratarse de un modesto homenaje a las Brigadas Internacionales. Y, cosa curiosa, a todos ellos se les ve desarmados, aunque serios y peocupados. Alguien ha bautizado esta colección de cuadros de paz como "Los otros Guernicas". Tras los poemas de guerra del Cancionero se adivina mucho desengaño de globo pinchado. Sugeriremos otros expresivos versos.

Deseoso de ser útil a la República, escribió Hernández durante la guerra varios textos dramáticos para movilizar, sobre todo, a los jóvenes, empujándoles a tomar decisiones de gran riesgo personal. Como ofrecerse voluntarios para ir al frente. En "Pastor de la muerte", por ejemplo, se oye de fondo un coro joven que desfila cantando ("Letrilla de una canción de guerra"): "Déjame que me vaya, / madre, a la guerra. / Déjame, blanca hermana, / novia morena. / Déjame. // Y después de dejarme / junto a las balas, / mándame a la trinchera / besos y cartas. / Mándame."

Las destinatarias de la canción son todas mujeres: madre, hermana, novia. Sólo ellas pueden otorgar bendición o maldición ("déjame"), y aliviar la soledad con amorosas epístolas. En el "mándame" final se reconoce subliminalmente que se tiene miedo y se necesita un fuerte empujón, una generosa orden.

El próximo domingo presentaré completo el importante poema "Guerra" (68 versos). Pero podemos ya hoy emocionarnos con sus ocho primeros versos. ¿Qué sentiría, derrotado y entre rejas, Miguel, que había arrancado del hogar familiar a tantos jóvenes pronto malheridos, o con el corazón atravesado por el injusto rayo de una bala asesina?

Todas las madres del mundo
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda...


Para acceder a la segunda parte de estas reflexiones, pulsar aquí.

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