El pasado domingo celebramos la fiesta del santo de Asís, ofreciendo dos deliciosos poemas franciscanos (pulsar aquí). En el octavo día, soltamos hoy, desde lo alto de este palomar de poesía, otra pareja de curiosos romances que enjoyan la tradición franciscana con su ingenuidad y su misticismo.
La imagen que nos preside es una estampa indígena de exquisita sensibilidad. Una trinidad de palomas saltando por las manos y el hombro del hermanito universal. No sólo Francisco predica a las aves: las escucha, las siente, las admira, caricia del buen Dios.
SUFREN CUAL TÚ SUFRES, Y POR ESO PÍAN
En el extenso "El milagro de las tórtolas", José Luis García Cuadrado romancea una historia que ya venía narrada en "Las florecillas de San Francisco" (capitulo 22, pulsar aquí).
Muy expresiva y dramática la descripción de las tórtolas en cautividad con términos tan cargados de sufrimiento como ansiedad, inquietud, espanto, susto... Para rematar así: "Sienten cual tú sientes, / como tú se agitan, / sufren cual tú sufres / y por eso pían." Como venimos todos de las manos de Dios, las palomas "son tus hermanitas".
Las frases que seguidamente dirige Francisco a las aves, ¿no sería justo dirigirlas tambien hoy, con mayor dramatismo, a fetos vivos y amenazados, prisioneros en la jaula de la matriz? Divertida la fantasía de descubrir que las tórtolas están vestidas de hábito monjil por el ceniciento color de sus plumas.
EL MILAGRO
DE LAS TÓRTOLAS
OYE, zagalillo,
¿do vas tan de prisa?,
¿dónde vas con esas
pobres tortolillas?
-Quiero hacer con ellas,
Padre, una comida.
-Oye, zagalillo,
un poco medita.
Piensa en esas dulces
criaturas lindas;
tú alegre las llevas;
ellas van cautivas.
Mira esos ojillos,
¡qué ansiosos te miran!,
¡qué inquietud y espanto
nublan sus pupilas!
Mira su plumaje
de preciosas tintas,
la gracia y el susto
de esas cabecitas,
ese cuerpo tierno,
el calor de vida
del corazoncito
que dentro palpita...
¿Cosa alguna viste
que fuera más linda?
Sienten cual tu sientes,
como tú se agitan,
sufren cual tú sufres,
v por eso pían.
Tu origen y el suyo
una cosa misma:
criaturas de Dios,
son tus hermanitas.
¿Eres capaz, dime,
de apagar las chispas
de esos sus ojuelos?
¿De ajar esa vida?
¿De ver cómo el pecho
se les paraliza?
¿Que ese calor dulce
la muerte lo extinga?
Suéltalas ahora:
verás cómo anidan
y con sus suspiros
de melancolía,
religiosa y pura,
llenan la campiña.
El muchacho, inmóvil,
la frente caída,
miró prisioneras
a las tortolillas.
Levantó los ojos
y triste decía:
–Mi madre está enferma,
y las necesita,
si no, luego libres
yo las dejaría.
Dijo San Francisco:
–Fray León, Ovejuela,
ve si algo tenemos
para la comida.
Dáselo a este niño.
Y luego tomando
él las tortolillas,
pasóles la mano
llagada y bendita,
y les dijo: -¡Hermanas,
parecéis monjitas!
Dios os vistió hábito
de color ceniza
y os enseñó una
plegaria sentida.
Desde este momento
quedáis recibidas;
y por obediencia
os mando, que arriba,
en los altos robles
de Santa María,
aéreo convento
fundéis, do divinas
cantéis alabanzas
cuando en mi capilla
las recen mis frailes.
Y las avecillas,
mansas y obedientes,
se fueron sumisas
a los altos robles
de Santa María.
ES RONCA Y FEA MI VOZ
Divertido y aleccionador episodio en el que el franciscano Leonardo María Peñaflor describe un duelo musical entre un pajarito cantor y un piadoso frailecillo. ¡Qué humilde y pedagógica apología del comunitario rezo del oficio divino, cantado a dos coros en pleno bosque! Podéis cotillear el documento original tomado de "La leyenda mayor" de san Buenaventura (8,9), pulsando aquí. Muy curiosa la ilustración de Francisco soplando la flauta, obra del pintor chino HeQi. De nuevo hace su aparición la trinidad de palomas:
DOS RUISEÑORES
FRANCISCO, nuestro Padre,
al bosque se ha ido a orar,
sobre desnuda peña
que apoyo al Santo da.
Contempla las estrellas
tras el espacio azul,
la luna embelesada
derrama su claror.
Junto a sus pies sentado
está el Hermano León,
mientras el arroyuelo
al cielo alza su voz.
Todo es silencio en torno,
está mudo el alcor,
la hermanita cigarra
los ojos entornó.
De Francisco en los labios
tiembla dulce oración,
implorándole al hombre
del pecado perdón.
Como eco a su plegaria,
de la Madre de Dios
se desgranan las cuentas
del Rosario de León.
Las hermanitas criaturas
silencitas están,
cuando dulces gorjeos
comienzan a ensayar.
Se escucha un dulce arpegio:
divino, arrobador...
-¿Será acaso una gaita
lo que escuchando estoy?
-Es un bello trovero,
un dulce ruiseñor,
pues, ¡vamos!, mi ovejuela,
mi humilde Fray León,
el ruiseñor le invita
para alabar a Dios.
-Mi buen Padre, no puedo,
que es ronca y fea mi voz.
-Pues bien, yo sí estoy presto
para con él trovar:
yo he de cantar el salmo,
el verso él lo dirá.
Francisco el salmo entona,
y el ruiseñor sin más
recorre con donaire
la gama musical.
Jugando competencias
las horas se les van,
y nadie por vencido
se atreve a declarar.
El grillo, la cigarra,
el mirlo y el halcón
esperan intrigados
quién será el triunfador.
Cuando al clarear el alba,
Francisco así exclamó:
-Hermano, ¡me has vencido!,
linda y fuerte es tu voz.
Sobre el risueño valle
prosigue tu canción,
y en coro las criaturas
alaben al Señor.