Me ha nacido un sobrino-nieto café con leche

“De momento la naricita –explica su padre– es mas bien como la mía aunque el resto de órganos son más africanos: los ojitos achinados de la madre, la barbillita partida, la boca grande y carnosa..., aunque en general los rasgos están suavizados (herencia mía). El color de piel pienso que va a ser mitad y mitad... sí, café con leche..., o más bien cortado...”
El fenómeno del mestizaje, extendido hasta los últimos rincones de nuestra Aldea Global, representa un enriquecimiento para las parejas y la sociedad. Se abrazan, se fusionan, dos razas, dos culturas, acaso dos continentes… El círculo vicioso, el agotamiento podría ocurrir por la aproximación genética de parientes en cerrado nidito familiar. Pero aquí hablamos del encuentro amoroso “en tierra extraña” de dos valerosos aventureros de la vida.
Es verdad que, al observar progenitores tan dispares de uno, podría el nuevo ser preguntarse un día por los más hondos veneros de su identidad. Recuerdo la confusión de una cliente suramericana de padre chino y madre andina. ¿Quién soy yo? se preguntaba. Le pedí que imaginase un color para cada uno de sus progenitores. Atribuyó el amarillo para su padre, el rojo para su madre… Situada frente a un cojín rojo y otro amarillo, le pregunté: ¿Y tú de qué color eres? Después de reflexionar unos instantes descubrió que era ¡naranja! El mestizo tiene derecho a una personalidad muy definida, síntesis de la de ambos padres (lo mejor de ellos ¿por qué no?).

Te sugiero, mamá de Nicolasín, para terminar por hoy, la lectura de un delicioso poemita de Pedro Salinas: “¡Cómo me duermes al niño!” Acuna tú también a mi sobrinito con la delicadeza de la madre tierra en sus azules giros de algodón y estrellas…