Presente y futuro de la “Iglesia vasca”

El Concilio Vaticano II, en su 50 aniversario, está siendo la percha a la que se enganchan muchas de las jornadas, charlas, exposiciones y actividades varias, organizadas desde la Iglesia. Con motivo de las jornadas sacerdotales celebradas en el Seminario Diocesano el programa también se hacía en el contexto de esta efeméride, además de celebrar las bodas de plata y oro de los sacerdotes de la Diócesis de Vitoria.



Los días 1 y 2 de junio se celebrarán en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria-Gasteiz las VII Jornadas de Herria2000Eliza. Una cuestión que lleva esta Jornada y que también es recurrente en otros foros (recientemente en las Jornadas del Instituto de Vida Religiosa en Euskal Herría) es el análisis y la reflexión sobre el pasado, presente y futuro de, según quien lo proponga, desde donde y con qué intención: la Iglesia vasca, la Iglesia en el País Vasco, la Iglesia en Euskadi o la Iglesia en Euskal Herria.

El sacerdote Félix Placer, miembro de este colectivo, señala que “Herria 2000 Eliza propone en estas Jornadas confrontar experiencias, con actitudes críticas y honestas, como creyentes y en diálogo también con quienes piensan de otra forma.”

Non solum sed etiam

Tomo el guante y ante la imposibilidad de participar in situ en estas jornadas dejo en este blog algunas reflexiones que quizá puedan ser útiles en el propósito de reflexionar sobre el hoy y el mañana de la Iglesia (a mi modo de entender mucho más correcto decir) en el País Vasco, y más ajustado, en las diócesis vascas.

El hoy puede estar siendo el primer paso del mañana, y, a parte de una frase más o menos bonita, lo que quiero decir es que para mí el hoy de la Iglesia en el País Vasco es el que está marcado por el trabajo que se está haciendo en Bilbao con su PDE (del que me ocupo en el post anterior); en Vitoria lo marca un adviento esperanzado ante la llegada del nuevo pastor, que al parecer en Roma sí tienen claro que no es mala opción que sea euskaldún; en San Sebastián la clave estaría en el “errar es humano y corregir de sabios”, que también podría hacerse desde una lectura de adviento; y Pamplona-Tudela tiene su propio ritmo, pero sin perder de vista la riqueza que un trabajo coordinado con las diócesis de San Sebastián, Bilbao y Vitoria siempre ha aportado a la comunidad cristiana de todas estas diócesis. Y que en muchas áreas pastorales han sabido conformar una unidad, aunque la demarcación eclesiástica no las haya integrado, por motivos más políticos que eclesiales.

Respecto a los “desafíos”. Creo que “hoy” los desafíos urgentes que se plantean a una Iglesia que quiere ser Iglesia del pueblo, no son precisamente los relacionados con “el conflicto”, sino con “el día a día”: paro, vivienda, calidad de vida, dignidad, integración de emigrantes,… Creo que los desafíos urgentes están más presentes en “los círculos de silencio” que en los “etxera”. Creo que los desafíos urgentes de la Iglesia en el País Vasco, en las diócesis vascas, que al final es el verdadero territorio que tenemos encomendado y que además es más amplio (no olvidemos que incluye Treviño para la Diócesis de Vitoria), están realmente en las demandas que llegan a Cáritas, o a Berakah,…



Por otro lado el pueblo que conforma el censo de las localidades en el País Vasco de hoy, y cada día más, es paulatinamente más ajeno “al conflicto”. Y si sabemos mantener la paz social, “el conflicto” dejará de serlo por sí solo cuando cada día que pase haya, dicho de una manera gráfica, menos vascos con ocho apellidos vascos. Y si la historia parece que va a escribirse así no estaría bien que desde la Iglesia se alimente un debate con poco futuro.



De cara al futuro de la Iglesia en el País Vasco. Seguramente lo primero que ha de demostrar es que, ante todo y sobre todo, la Iglesia es “eso” Iglesia. Y punto, sin adjetivos. Y que, por ello, sus principios fundacionales son el Amor, el Perdón, la Caridad, la Humildad y el Servicio. Si logramos SER IGLESIA podremos ofrecernos para lo que haga falta.

Ojalá estas y otras Jornadas aborden el verdadero hoy y mañana de la Iglesia que peregrina por aquí y por todo el mundo. Una Iglesia que pone en el centro de su preocupación a las personas, a las personas concretas. Y ahí es donde tienen cabida los desahuciados, los parados, los marginados, los olvidados, los condenados, y, de todos, sus familias también.

Es inevitable que la historia se quede enquistada en aquellos que la vivieron en primera persona. Pero la evolución social deja en la historia todas y cada una de “las historias”, las buenas y las malas. La Caridad cristiana nos llama a abrazar y acoger a cuantos han sufrido, a cada uno. Por eso tendría razón de ser una pastoral que se ocupe de ellos. Aquellos sacerdotes y laicos que sientan como parte de su vocación atender humana y espiritualmente a las víctimas de hechos que ocurrieron y que permanecen en ellos, y cada día más, solo en ellos, habrán de hacerlo. Pero en la misma medida que hay hombres y mujeres de Iglesia que se sienten vocacionados a atender a enfermos, desamparados, presos, niños, estudiantes, … pónganse las decenas de delegaciones que suele haber en las diócesis o los cientos de carismas de las ordenes religiosas.

El Holocausto tiene todavía sus supervivientes, y hay que acogerlos; la II Guerra Mundial tiene todavía a algunos de sus protagonistas entre nosotros, y hay que atenderlos; los afectados por el accidente nuclear en Chernobil, por las guerras en la zona de los Grandes Lagos, los terremotos en Haití, Lorca o Nepal; por el tsunami en Japón; por el atentado en las Torres Gemelas; por el fraude del aceite de colza y sus mortales consecuencias; por el terrorismo de cualquier signo, … miles de historias de las que hoy quedan principalmente dos cosas: un espacio que ocupar en los archivos y seres humanos a los que atender. Todo lo demás, ideologías, juicios, causas, … son “el ayer”. El hoy tiene sus propias preocupaciones y sus propias esperanzas también. No carguemos a las futuras generaciones con lastres de nuestro pasado, ayudémosles solo a no repetir los mismos errores y a tener las herramientas para salir de los suyos propios.
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