Retazos de la Semana Santa vitoriana de otros tiempos

Independientemente de que estos días, en el que los cristianos recordamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, sean días de simples y puras vacaciones para un gran número de personas, hoy, pasada la primera década del s.XXI, la Semana Santa atrae con fuerza y capta la atención de millones de personas. Tradición y folklore se mezclan con devoción, oración, reflexión y admiración de un hecho que sucedió hace siglos y que marcó la historia de la humanidad hasta nuestros días.

Pero la Semana Santa no es una tradición estanca, más bien es una tradición viva, que muta con los tiempos, que incorpora novedades, que recupera viejas tradiciones y que deja por el camino otras que hoy se ven como más propias de aquellos tiempos.


El origen de la mayoría de las manifestaciones vinculadas a la Pasión de Cristo podríamos encontrarlo en el Vía-Crucis, una tradición que se remonta a la época tardo romana en la que los peregrinos a Jerusalem tenían entre sus costumbres la de “acompañar a Jesús por el camino del Calvario”. Con esta costumbre, de la que en gran parte son responsables los franciscanos a quienes se les encomendó la custodia de los Santos lugares, podríamos enlazar las procesiones, los autos sacramentales y las Pasiones vivientes de nuestros días.

La dimensión catequética de muchas de las tradiciones religiosas lleva a echar mano del arte para su expresión y ello ha permitido que lleguen a nuestros días muchas obras religiosas vinculadas directamente a este tiempo de la liturgia cristiana, las más conocidas los pasos de Semana Santa que siguen procesionando, si el tiempo no lo impide, por las calles de pueblos y ciudades. Algunas mantiene su función cultual, otras han quedado relegadas a formar parte de los fondos museísticos diocesanos, institucionales o privados, y otras han sido recuperadas para el destino que fueron concebidas.
Tras el Concilio Vaticano II muchos eclesiásticos optaron por una apuesta austera y minimalista en las celebraciones religiosas que relegó tradiciones y obras de arte vinculadas a las mismas al olvido, al desván de la parroquia o con suerte a engrosar los fondos de los museos.

Propongo un repaso por algunas manifestaciones artísticas que vivieron su esplendor en tiempos pasados en Vitoria.

Entre las manifestaciones que cayeron en desuso podemos encontrar la de los Monumentos, estructuras de carácter efímero que se diseñaban para ocultar el Sagrario en las celebraciones pascuales. Este elemento litúrgico comenzó a proliferar a partir del Concilio de Trento, cuando se impulsó el Sacramento de la Eucaristía. Podían ser una simple gradería, un lienzo que colgaba ante el altar, o una estructura a base de listones ensamblados que ocultaban completamente el retablo. La mayoría de estas obras se han perdido, así como su historia.

La majestuosidad que se daba a los Monumentos permitía una piadosa tradición de “visitar monumentos” en la mañana del viernes santo. Era una actividad entre lúdica y religiosa en la que participaban fundamentalmente las mujeres y los niños. El atractivo de comparar altares y la creatividad de cada parroquia hacía más llevadero este peregrinar, sobre todo para los más pequeños. En la Vitoria de entonces el recorrido por las iglesias de del centro, El Carmen, San Antonio, San Miguel, San Vicente, San Pedro y Santa María era todo un tour devocional. Hoy día por un lado, la mayoría de los templos se cierran, y por otro, los monumentos del Jueves Santo o ni se instalan, o se limitan a una custodia que permanece hasta la Hora Santa. Otra tradición del in illo tempore.

Muchas obras de arte, que se confeccionaron originariamente para el culto y para destacar en el tiempo de la Semana Santa, forman parte de este patrimonio del “in illo tempore”.

El delegado de patrimonio de la Diócesis de Vitoria, Zoilo Calleja, constata cómo gran parte de la imaginería religiosa de Semana Santa que dejó de usarse en sus lugares primigenios ha ido a parar a nuevas parroquias o al Museo Diocesano: “Un ejemplo es el Cristo Crucificado del s.XV que se encontraba en el pueblo de La Hoz, y hoy preside el altar de la parroquia de Belén en el barrio de Zaramaga de Vitoria.” Pero a Zoilo le llaman la atención otras tradiciones que estaban ligadas a la Semana Santa: “En los boletines de la Diócesis de los siglos XIX y XX se recogen una tradición que afectaba al obispo de la diócesis. El obispo ofrecía en el día de Jueves Santo una comida a un grupo de 12 o 13 pobres y se les obsequiaba con ropa. (boletín del año 1870: “El Sr. Obispo, a pesar de sus padecimientos, el jueves por la tarde “hizo la patética, humilde y santa ceremonia del lavatorio de los pies a doce ancianos pobres, a quienes socorrió con vestido completo y nuevo – camisa, pantalón, chaqueta, capa, sombrero medias, zapatos y pañuelo – y con una limosna pecuniaria).” Recuerda también el uso de matracas y carracas “que hoy se pueden ver en museos etnográficos y en muchas casas de los pueblos como elemento decorativo.” Y algunas costumbres culinarias: “en algunos pueblos de la provincia se hacían por estas fechas los hormigos, una pasta hecha, según cada caso y lugar, con harina, frutos secos, canela y agua o leche. Algunas tradiciones iban acompañadas de creencias populares como la que asociaba el comer el hormigo en jueves santo con la prevención del dolor de tripas.”

Las Pasiones vivientes que mantienen su atractivo se localizan fundamentalmente en Vizcaya, Cantabria o Aragón, pero Vitoria tuvo durante casi treinta años su “Drama de la Pasión”. Desde la céntrica parroquia de los Desamparados, con el arropo de quien fuera su párroco fundador, Javier Illanas, una mujer aficionada al teatro, María Dolores, “la Doña” como es conocida entre “sus actores”, puso en marcha un grupo de teatro parroquial que en la década de los 60 fue proyectando una teatralización de la Pasión de Cristo que permaneció en cartel durante muchas Semanas Santas, unos 30 años. Un pequeño elenco de actores logró llevar el relato de la Pasión a iglesias, conventos y residencias de mayores no solo de la ciudad de Vitoria sino de la provincia. Su gran hito fue cuando les invitaron a representar “su Pasión” en la plaza de Santa María de la Catedral de Jaén. Los jienenses recuperaron una tradición de los autos sacramentales que habían perdido 50 años atrás, y lo hicieron a lo grande de la mano de la Cofradía “del Abuelo” y con la participación de un pequeño grupo de actores aficionados de Vitoria.

La Semana Santa de Vitoria-Gasteiz no es patrimonio turístico nacional ni destaca de entre las manifestaciones religiosas de su entorno. Participa de la sobriedad castellana, ha incorporado elementos de otros puntos de España, de quienes un día llegaron llamados por el despegue industrial. Y va haciendo sitio a la expresión de la fe traída desde África y Latinoamérica. La Semana Santa de Vitoria tiene identidad propia como la tuvo in illo tempore.

Non solum sed etiam

Como decía al principio la Semana santa es una tradición viva, y por eso hay aspectos que permanecen y otros que quedan en la memoria vinculados a otras épocas. Pero en este non solum quiero destacar esa vida que incorpora elementos acordes a cada tiempo. Y una muestra de ello es el compromiso que la Cofradía de la Vera Cruz ha asumido con el economato de Berakah, Tagbha. Esta Cofradía con más de un siglo de historia a sus espaldas, ha dado otro paso más para ser una Cofradía del siglo XXI, una cofradía de la Iglesia del Tercer Milenio, una Cofradía de la Primavera de Francisco, la que pone a los pobres, a las familias y a las vocaciones en el centro centro de su identidad, porque ello es poner a Cristo en el centro de su vida.
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