A propósito de la Carta Apostólica “Desiderio desideravi” de Francisco Adiós a la contrarreforma litúrgica

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"En la Carta Apostólica “Desiderio desideravi” se puede apreciar la mano del Papa Francisco que facilitan, al menos, dos importantes claves de lectura de la misma que no, por ello, ocultan lo que entiendo que es su mayor limitación"

"La primera, referida a reivindicar la validez de la reforma litúrgica aprobada en el Concilio y puesta en marcha por Pablo VI, que sale al paso de la errática -y contrarreformista- recepción de la reforma litúrgica aprobada en el Vaticano II"

"La segunda sale al paso de estas y otras extrapolaciones, además del gnosticismo o espiritualismo subjetivista y 'sin carne' o del neopelagianismo sin gratuidad"

"Conviene no perder de vista lo que entiendo que es la mayor limitación que presenta la liturgia actual en el rito latino: su creciente y, al parecer, imparable, insignificatividad. No veo que se pueda salir de ella, si no se apuesta por una nueva reforma a fondo"

"El documento papal puede ayudarle a percibir su relevancia eclesial. Pero noencontrará la necesaria e ineludible reforma litúrgica que está pidiendo a gritos, desde hace tiempo, el pueblo de Dios"

En la Carta Apostólica “Desiderio desideravi” -un documento que recoge y reelabora de forma original las Proposiciones resultantes de la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (12-15 de febrero de 2019) sobre el mismo tema- se puede apreciar, con bastante claridad, la mano del Papa Francisco en unos cuantos pasajes que entiendo capitales porque facilitan, al menos, dos importantes claves de lectura de la misma que no, por ello, ocultan lo que entiendo que es su mayor limitación.

La reforma litúrgica de Pablo VI

La primera, referida a reivindicar la validez de la reforma litúrgica aprobada en el Concilio y puesta en marcha por Pablo VI: “no podemos volver a esa forma ritual que los padres conciliares, 'cum Petro et sub Petro', (con y bajo Pedro) sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu Santo y siguiendo su conciencia como pastores, los principios de los que nació la reforma” (nº 61).

Es una reivindicación que Francisco ha adelantado unos números antes cuando reitera que “pretendo ver restablecida (la unidad litúrgica) en toda la iglesia del rito romano” o cuando denuncia la incoherencia -detectable en muchos lugares de la Iglesia, incluidos los nuestros- de proclamar la importancia y validez del Concilio y, al mismo tiempo, no aceptar la reforma litúrgica allí nacida y aprobada (Cf. nº 31). Tal ha sido, prosigue, el fin primordial del Motu Proprio “Traditionis custodes”: continuar “en la búsqueda constante de la comunión eclesial en torno a la expresión única de la “lex orandi” del Rito Romano que se expresa en los libros de la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II”.

He aquí la primera clave de lectura de esta Carta Apostólica; la que sale al paso de la errática -y contrarreformista- recepción de la reforma litúrgica aprobada en el Vaticano II.

Eucaristía y espiritualidad “auténticas”

La segunda clave de lectura la encuentro en su recordatorio de que “una celebración que no evangeliza no es auténtica, como no lo es un anuncio que no conduce al encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio de la caridad, son como bronce que resuena o como címbalo que clama (cf. 1 Cor 13, 1)”. (nº 37). Y no es auténtica porque descuida -algo, por desgracia, muy frecuente- la articulación entre el encuentro con el Crucificado Resucitado en la celebración eucarística y en la autopista de la vida (con los crucificados de cada día), así como en la creación, donde también se manifiesta o transparenta -por pura gratuidad- la belleza y verdad del amor de Dios.

En el núcleo de esta segunda clave de lectura se encuentra, obviamente, el reconocimiento de la pluralidad que se funda en las acentuaciones legítimas de cada uno de los pilares fundamentales de la fe que se ponen en juego. Y, a la vez, el desmarque, contundente, de las extrapolaciones, que tan en boga siguen estando todavía entre nosotros (y no solo entre los lefebvrianos), cuando, por ejemplo, se absolutiza la adoración y se desprecia el encuentro con Dios tanto en su comida y bebida como en el mundo y en la historia y, concretamente, en los crucificados y en tantos chispazos o murmullos de eternidad y plenitud que también se transparentan en el cosmos y en la existencia de cada día; además de en la eucaristía.

He aquí la segunda clave de lectura de la Carta Apostólica, la que sale al paso de estas y otras extrapolaciones, además del gnosticismo o espiritualismo subjetivista y “sin carne” o del neopelagianismo sin gratuidad, es decir, de la presunción de estar ganándose la salvación o la Vida en plenitud apoyado solo en las propias fuerzas (Cf. nº 17. 19. 20. 28. 48. 49).

La urgencia de una reforma litúrgica a fondo

Pero he dicho que, además de algunos de los aciertos que, gracias a la mano de Francisco, presenta esta Carta Apostólica en las dos claves de lectura que acabo de indicar, conviene no perder de vista lo que entiendo que es la mayor limitación que presenta la liturgia actual en el rito latino: su creciente y, al parecer, imparable, insignificatividad.

Está bien llamar la atención sobre la importancia de iniciarse en el asombro de la verdad y belleza eucarísticas o sobre la necesidad de una formación litúrgica seria y vital, además, por supuesto, de salir al paso de la contrarreforma y de reivindicar la articulación de experiencia, compromiso y discurso o cabeza, corazón, pies y manos, pero no podemos ignorar la grave crisis espiritual y eucarística en la que están sumidas la gran mayoría de nuestras comunidades, incluso las que vienen aplicando la actual reforma litúrgica, en sintonía, por supuesto, con Francisco.

No veo que se pueda salir de ella, si no se apuesta por una nueva reforma a fondo. Vista la actual correlación de fuerzas eclesiales y las urgencias en las que estamos sumidos, es muy probable que ésta, como otras, sea una tarea para el próximo sucesor de Pedro. Y, de nuevo, es posible que cuando, por fin, se realice, sea ya mucha, demasiada, la gente que se haya quedado en la cuneta.

En síntesis, el lector tiene en sus manos un documento papal que, oportunamente contextualizado en la contrarreforma litúrgica padecida estos últimos años, puede ayudarle a percibir su relevancia eclesial. Pero ha de ser consciente de que, leyéndolo, no encontrará la necesaria e ineludible reforma litúrgica que está pidiendo a gritos, desde hace tiempo, el pueblo de Dios, aunque sí se topará con muchas y sesudas aportaciones de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, así como con las reivindicaciones reformistas de Francisco que, sospecho, le van a parecer necesarias y, a la vez, desmedidamente modestas y, por ello, alicortas.

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