(José Ignacio González Faus).- La laureada y aplaudida película de M. Haneke merece una reflexión, más antropológica que cinematográfica. Como mi comentario anticipa el final, he querido dejar pasar el tiempo para que los lectores ya la hayan visto.
Soy sólo un vulgar aficionado al cine y no entraré en análisis técnicos. Ha seducido a muchos la sobriedad del director y la interpretación de los dos actores. Sobre todo ella: me faltó tiempo para buscarla por internet en "Hiroshima mon amour", y sufrir la inevitable comparación entre los dos rostros y los dos cuerpos: el de 1959 y el de 2012.
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