El milagro del 'sudor de la frente' San Isidro, patrono de la España "vacía"

Labrando la tierra
Labrando la tierra

Siempre, pero sobre todo después de promulgada la encíclica “Laudato si”, la santidad –la auténtica santidad- vuelve de nuevo al campo y a la naturaleza…

Y es que el campo-campo es santo de por sí y por creación. El campo y el comprometido y sagrado contacto con él y con sus circunstancias, hace más santos a quienes lo son ya por profesión y amor a la naturaleza

Es en el campo-campo donde comienza a encontrar hoy la Iglesia multitud de santos “Isidros”, casado con una mujer de nombre María Toribia

Es, y será, "el sudor de la frente" de los campesinos y de quienes aspiran a ser santos como ellos, lo que hace el milagro. Lo demás es "milagrería"

Siempre, pero sobre todo después de promulgada la encíclica “Laudato si”, y más en el marco de las fiestas “isidriles” de la piedad popular, la santidad –la auténtica santidad- vuelve de nuevo al campo y a la naturaleza…

Entre unas y otras razones o sinrazones, la santidad “oficial” acompañó con profusión de ejemplos a quienes dejaron los campos en el desamparo más desolador y se “acolmenaron” de por vida en las poblaciones, a la sombra de los salarios fijos y hasta legalmente justos como para poder abrirse paso y “darles carrera” a sus hijos. Todo, por supuesto, muy santo, porque Dios no quiere que nadie sea pobre, miserable y necesitado de todo o de casi todo.

La Iglesia “oficial” buscó y halló los santos de sus retablos en los conventos, en los monasterios, en los recintos curiales y catedralicios, universidades pontificias, seminarios y noviciados de ellos y ellas, colegios religiosos, separados unos de otras, con el fin de evitar malos pensamientos y peores sensaciones y posibles acciones.

El campo –nuestros campos- se quedaron sin los pobladores de toda la vida y sin los santos y santas que durante largas etapas de la historia eclesiástica habían sido sus primeros moradores. Lo del “ora et labora” benedictino, practicado también por el pueblo, “pasó a mejor vida”, dado que hasta los mismos curas se vieron forzados, por edad o por aspiraciones canónicas, a abandonar a sus ex -fieles a la buena de Dios, en sus respectivos pueblos y parroquias.

Pero en los últimos pueblos comienza a cundir la esperanza de que el campo, tan necesitado de redención y de vida, es redescubierto también como “santo y seña” de la santidad precisamente popular que a la Iglesia en la actualidad le es demandada religiosamente con fundamentos “franciscanos” más humildes, radicales y auténticos.

Granja

Y es que el campo-campo es santo de por sí y por creación. El campo y el comprometido y sagrado contacto con él y con sus circunstancias, hace más santos a quienes lo son ya por profesión y amor a la naturaleza. Lo son “ipso facto”, y sin necesidad de procesos canónicos para que quienes viven en tan sacrosanto santuario al aire libre y pendientes solo de lo Alto, lleguen a ejercer de modelos, ejemplos de vida y mediadores ante el mismo “Dios de cielos y tierra”.

El contacto real, amoroso y docto con la naturaleza, en la rica y sorprendente variedad de las estaciones del año agrícola- ganadero, adoctrina y es inexhausto manadero de santidad para sí y los demás. En el campo todo es y sabe a misa. Todo es Eucaristía y sacramento en el campo. El campo sabe a pan, a vino, a aceite, a sal y a miel. Agua, cielo, nubes, tempestades, rayos, truenos, amaneceres, atardeceres, sol, luna, constelaciones, estrellas, escarchas, heladas, rocío… son versos que salmodia el campo con precisión y armonía infinitas. El campo es soledad. Es monasterio. Es palabra de Dios. Sin el lenguaje del campo y de los campesinos, no sería inteligible el santo evangelio. La doctrina en él contenida y expuesta en sus parábolas hubiera quedado inédita a perpetuidad…

El trato con la naturaleza y la interpretación de cuanto ella es y contiene, hace más santos a los santos.. La disponibilidad, la decencia, la confraternización entre los campesinos, sus “denominaciones de origen”, los problemas tan serios de la distribución de sus productos, el tener que estar siempre pendientes del hilo del comportamiento del frío y del calor, la humildad, la humanidad, el sentido del cooperativismo, el sentimiento de experimentar en carne propia su participación en la obra de Dios, colaborando con su re-creación durante los “siete” días, y sin apenas poder participar en el establecido “descanso” bíblico del domingo…enaltece y consagra la profesión- vocación campesina…

Precisamente por eso, de cualquier pecado que se cometa en el campo y contra el campo, no cuidándolo como corresponde, arrasándolo inmisericordemente o dedicándolo a otros menesteres, por legales que sean, no es fácil que sea condonado ni en esta vida ni en la otra…

Es en el campo-campo donde comienza a encontrar hoy la Iglesia multitud de santos “Isidros”, casado con una mujer de nombre María Toribia, -con el tiempo, santa María de la Cabeza- , nacida en Caraquíz, municipio de Uceda en la actual provincia de Guadalajara. Pero que conste que a Isidro, el campesino –pocero mozárabe al servicio de rico patrono Juan de Vargas-, allá por los años 1082, no le hicieron santo los rezos “extra”, recitados en su parroquia de san Andrés, ni los alados ángeles que suplían su labor de abrir besanas, o surcos paralelos, junto al río Manzanares, en los que florecerían, y posteriormente granarían, las espigas de trigo, al margen o sobre las piadosas leyendas. Es, y será, “el sudor de la frente” de los campesinos y de quienes aspiran a ser santos como ellos, lo que hace el milagro. Lo demás es “milagrería”.

San Isidro

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